PACÍFICO: DE TIBURÓN Y SARDINAS

La Alianza Pacífico formalizó en Cali el enfrentamiento de dos modelos de integración en América Latina. Uno, Mercosur en cabeza del Brasil, busca de nuevo el desarrollo, vínculos con la economía mundial que lo estimulen, y autonomía de sus políticas frente a Washington. Otro, el paradigma de libre comercio asimétrico que EE. UU. reanima con tratados comerciales entre tiburón y sardinas, e inyecciones de oxígeno como ésta de cuatro presidentes en diligente labor de salvamento del engendro que agoniza en el mundo entero. Su divisa, sustituir el trabajo nacional por el extranjero en países como Colombia que ven ahogarse su producción bajo la inundación de importaciones que invaden supermercados y carreteras. Paraíso tan ficticio como efímero, pues no se sabe cuándo huyan en estampida los capitales especulativos y comerciales que financian la importación de tanta mercadería foránea.

 Rezando el credo de propiedad privada y libertad absoluta de mercados, se propone esta Alianza liberar por completo la circulación de mercancías, capitales e inversiones entre los países miembros, Estados Unidos el primero, pues con él han suscrito todos ellos TLC. Se extenderá, pues, a medio continente la dinámica de los tratados que la estrella del Norte suscribió con México, Chile, Perú y Colombia; con Costa Rica, Panamá y Guatemala, que tocan a las puertas de la Alianza. Y otros vendrán. La posibilidad de exportar al Asia resulta de momento nula para Colombia pues, a falta de café, nuestro universo exportador es una polvareda de chichiguas. (Petróleo y minerales no reintegran dólares). El Alca levanta el vuelo desde sus cenizas. Proyecto de vida o muerte para Estados Unidos que, amenazado por la China y no contento con despachar a Latinoamérica el 40% de sus exportaciones, va por su mercado todo. Como acaba de confesarlo entre eufemismos el vicepresidente Biden, en celebración del primer aniversario del TLC.

 En desafío al ridículo, se vanagloria nuestro Ministro de Comercio agitando el numerito de 187 nuevos productos que en este año se habrían exportado a Estados Unidos. Chichiguas. Claro, no dice cuántos negocios cerraron aquí, ni cuántos dejarán de montarse por siempre jamás, pues los gringos coparon con sus productos el espacio potencial que se les abría. El hecho abrumador es que las importaciones de productos norteamericanos aumentaron casi 20% y, nuestras exportaciones a ese país, sólo 3.3%. Vergonzoso balance que permite presentir cuanto se avecina con la Alianza Pacífico. Para no mencionar la generosidad del TLC con estadounidenses que pueden invertir en este país sin límite ni condición. Compran lo nuestro, a huevo, y no montan media fábrica. ¡Valiente inversión!

 En su involución al liberalismo de dos siglos atrás, los promotores de esta Alianza, conservadores de nación, contemporizan con la vetusta ideología que en Europa catapultó al capitalismo desde la extenuación de la fuerza laboral. La misma que  hoy siembra maquilas de multinacionales por doquier y que en Bangladesh paga a sus operarias 72 mil pesos mensuales, cuando el edificio donde trabajan no se les viene encima. La misma que generó la más aguda crisis de la economía mundial desde los años 30. La misma que entronizó este modelo neoliberal en Chile al amparo de la  dictadura de Pinochet. La misma que en 1998 inspiró la fervorosa defensa pública del dictador por el entonces senador Sebastián Piñera, hoy adalid de la Alianza Pacífico. Mal anda su compañero de aventura, Juan Manuel Santos, si cree poder navegar en dos aguas indefinidamente: en el reformismo deslumbrante del acuerdo agrario con las Farc, y en una Alianza como esta que sólo augura ruina para Colombia.

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TIERRA: ¿SANTOS SE LA JUEGA?

Entre discusiones de tono mayor, una revolución agraria se insinúa desde La Habana; y no es socialista, es liberal. Pero capaz de fracturar los cimientos del modelo de miseria, atraso, injusticia y violencia que ha cobrado la vida a miles de labriegos y, su parcela, a millones. Con o sin las Farc (si el diálogo fracasa) el Gobierno comenzaría por entregar al campesinado tierras arrebatadas a particulares y al Estado. Y, con la actualización del catastro, afectaría el latifundio improductivo; sueño siempre malogrado desde 1936. Marisol Gómez revela (El Tiempo, 5-19) que se creará un banco de tierras con destino a 250 mil campesinos. Se nutrirá éste con baldíos recuperados y con 3 millones de hectáreas usurpadas por avivatos, narcotraficantes y grupos armados. Sumadas a los 2 millones que el Gobierno ha formalizado y a las restituciones que despegan en firme, toda la tierra rescatada recaería en el campesinado. Parte de ella en Zonas de Reserva Campesina, como un instrumento de desarrollo rural.

 Lo impensable: en un año largo habría catastro actualizado en el campo. Entonces la presión del impuesto predial, elevado por el valor real de la propiedad, no el declarado, liberará tierras para la venta a precios razonables. Predios que, entre otros, podrá adquirir el Estado y operar una reforma agraria que  reordene propiedad y uso de la tierra, mejore la vida del campesino y provea a la seguridad alimentaria del país, que hoy importa la mitad de los alimentos que consume. Bien podrá el Estado asignar  tierras a cooperativas de producción campesina, independientes o asociadas con grandes empresas de agroindustria. Una medida que ganaderos y especuladores de tierra boicotearon siempre fue ésta de la actualización del catastro, pues así pagaban prediales irrisorios o ninguno. Medio catastro rural vegeta intocable entre polillas y naftalina, como vegetan sujetos de fusta o de motosierra dedicados a engordar predios o a volverlos lavandería del narcotráfico. ¿Les llegó su hora?

 Otro flanco estratégico del acuerdo agrario y del posconflicto sería el relanzamiento de las Zonas de Reserva Campesina, creadas en 1994 con aval del Banco Mundial. Recuerda Juan Manuel Ospina que su propósito era impulsar la pequeña propiedad entre comunidades campesinas organizadas, para protegerlas de la expansión del latifundio que acaparaba los baldíos una vez mejorados por colonos que debían continuar su diáspora hacia el monte. Se trataba de crear una clase media rural capaz de alianzas productivas con verdaderos empresarios agrícolas, generadores de empleo, no con rentistas cazadores de valorización. Ayer, como hoy, estas  reservas recibirían asistencia técnica, crédito, facilidades de comercialización y bienestar básico para su gente. Un factor descorazona: las Zonas se ubican en terrenos baldíos, alejadísimos de los centros de consumo. De no integrarse a cadenas productivas con la agroindustria, que procesa el producto en el sitio mismo donde se cosecha, su destino será de simple subsistencia.

 Si ya Santos se embarcaba en restitución de tierras, el desafío que le sigue será esta incursión liberal en el agro, que hasta las Farc han reivindicado siempre. Solución de sentido común que acaso al latifundismo estéril y su Mano Negra les resulte subversivo. Dijo Sergio Jaramillo que el proceso de La Habana “requiere una transformación profunda del mundo agrario”, que la paz ha de “redistribuir tierras”. No será fácil. Tendrá Santos que batirse  por ella con pasión, y lograr refrendación popular del acuerdo suscrito con las Farc. Sólo entonces podrá salir airoso de una negociación con su Unidad Nacional, tan infestada de derecha recalcitrante.

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OBAMA, DROGAS Y PAZ EN COLOMBIA

Sorpresa. Cuando la mesa de La Habana se aboca, sigilosa, a discutir la inmersión de las Farc en el narcotráfico, provoca Obama un timonazo en política antidrogas capaz de definir la suerte de la paz en Colombia. Pero si también nuestro país lo da. Ni legalización súbita ni represión a ultranza, aquel mandatario inaugura un estadio de transición: cuanto se vaya mordiendo al presupuesto militar contra las drogas se traslada a educación, prevención y tratamiento de adictos. Que no es idea en el aire sino política en ejecución lo prueba un primer incremento de 16% en presupuesto para la nueva opción. Es paso inicial en el desmonte paulatino del fracasado prohibicionismo, la mira puesta en la despenalización regulada del consumo. Salud pública y seguridad ciudadana que “todos los países deben considerar” es la divisa. Si el mundo la acoge y reconoce su buen éxito allí donde ya la aplican, será la agonía del negocio.

 Colombia vería derribarse su más formidable barrera contra la paz, pues se secaría el surtidor de la gasolina que mueve el motor de la guerra. Surtidor que Uribe no cerró en Ralito cuando (¿ingenuo?) confió la refundación de la patria a mafiosos que pasaban por autodefensas. La “nueva” patria fue apenas  refrendación ampliada del narcotráfico y su inclemencia sangrienta. Lección robusta para el gobierno que hoy negocia la paz con las Farc, y que Fernando Londoño rescata, aunque impúdicamente salpicada de flores al asesino Carlos Castaño. Pero de La Habana se esperaría, con mucho, un compromiso taxativo de las Farc para abandonar el narcotráfico. Y del Estado, para pedir cuentas también a los otros beneficiarios del engendro: a los banqueros y empresarios que se lucran del lavado de activos; a los usurpadores de lo ajeno en el campo, políticos comprendidos, redoblando la ofensiva en restitución de tierras; a tantas manzanas de uniforme.

 Mas el verdadero apretón vendría de cooptar al punto la estrategia de quitarle el oxígeno al narcotráfico: reemplazar paso a paso la prohibición –que es lo que valoriza el negocio- con prevención. Ya Bernardo García proponía en su libro Colombia Insólita radicalizar la lucha contra las drogas, pero no por la vía de la represión, sino mediante prevención, educación y cura sanitaria. Transfiriendo partidas crecientes del presupuesto de un rubro a otro durante varios años. “Se cambiaría de sitio y de oficio un montón de plata y a un montón de gente”, dice. Pacto de paz habrá, probablemente. Mas si no se le suma el marchitamiento de la prohibición, las Farc derivarán en Farcrim. Y la violencia seguirá, movida por el incentivo multimillonario de la droga.

 En este negocio global, una golondrina no hace verano. Desde luego. Pero Estados Unidos no es cualquier golondrina. Potencia promotora de la nefasta interdicción, hoy encabeza no obstante el viraje que América Latina reclamaba a gritos desde los despojos de sus cientos de miles de muertos. Volvió a oírse el coro de mandatarios de Centroamérica y el Caribe la semana pasada, con ocasión de la visita de Obama. Se había adelantado él a replantear la interdicción, sin lo cual fracasaría su propuesta de integración comercial con los 12 países del litoral Pacífico.

 Mucho significa el respaldo de ese gobierno y de 62 de sus congresistas a nuestro proceso de paz; y el anuncio de que reorientará su ayuda hacia inversiones de paz y no ya de guerra. Póngale Obama acelerador a la nueva estrategia antidrogas. Y súmese Santos, cuanto antes, al marchitamiento de la prohibición. Perspectiva crucial del post conflicto, cuya puerta ha abierto inesperadamente Obama.

 Coda. ¿Ya sabe la Justicia quién atentó contra Ricardo Calderón, y por orden de quién?

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