LA ROSCA DE GALILEO

Hay roscas de roscas; y clientelas de clientelas. Una cosa es el clientelismo como medio de integración social y política; otra, la corrupción administrativa que puede aparejar, con su carga de nepotismo y abuso del patrimonio público; y otra, de reciente factura, la colonización del clientelismo por los bandidos y sus amigos, hoy dueños y señores de la tercera parte del Estado.

Otro es, también, el clientelismo que tuvo su cuna en la Antigua Roma y se proyectó a la modernidad en ámbitos inesperados. Tras siglos de tropezones con la magia, la religión, el dogmatismo y los intereses creados, la ciencia ha logrado brillar con luz propia y convertirse en pivote de sociedades deseables. Mas, para lograrlo, los científicos debieron flirtear con príncipes y mecenas en busca de apoyo, de reconocimiento.

Galileo Galilei es paradigma del recurso desesperado al clientelismo, a la etiqueta cortesana de su época, sin la cual hubieran brillado menos los monarcas y la ciencia hubiera retardado largamente su alumbramiento, apabulladada como andaba por las tinieblas. El profesor Guillermo Pineda rescata este perfil del genio que sobrevivió mediante favores y honores de los poderosos, para caer en desgracia al final, a manos de la Inquisición.

Merced al sistema de patronazgo que imperaba, muy joven y sin título fue nombrado profesor de matemáticas, gracias al influyente Guidobaldo del Monte, amigo y protector de su familia. Cargo gris, por sueldo y escalafón, pues la matemática no gozaba entonces del prestigio de la filosofía o de la teología, la reina de las ciencias.

A la búsqueda de coloca menos ingrata, fue a dar a Padua como protegido del notablato local. Allí entronizó Galileo el telescopio en la astronomía, innovación trascendental que lo elevaría al estrellato de la ciencia. Escribe Pineda que, en virtud de la generosa y oportuna donación de su instrumento a la Serenísima República de Venecia, logró el científico una pensión vitalicia. El perfeccionamiento del instrumento y sus descubrimientos le dieron, por contera, una valiosa carta de triunfo que se resolvió en ascenso social y le valió el nombramiento como filósofo y matemático de Cosimo de Medicis, Gran Duque de Toscana.

Los hallazgos de Galileo desmitificaban la perfección idílica que la cosmología escolástica les atribuía a los planetas, comprendida la centralidad indiscutible de la tierra. El descubrimiento de los satélites de Júpiter, tan semejantes a un sistema solar en miniatura, le significó a Galileo fortuna y reconocimiento pleno. Sobre todo cuando se le ocurrió bautizarlos como Astros Medíceos, en honor de su protector, el Medici, que acababa de ascender al trono de Florencia.

Bien librado salió Galileo de la primera acusación de herejía que la Inquisición le formuló en 1616, gracias a los buenos oficios del Cadenal Barberini, recién elegido Papa. Esta vez se salvó de la hoguera. En adelante, moderaría su lenguaje copernicano y, bien afirmado en la tierra, tendría el buen sentido de dedicar su última obra al Soberano Pontífice. Pero después, en 1632, a la compilación final, el Papa montó en cólera porque Galileo había puesto en boca de su más deslucido personaje la defensa del pensamiento escolástico. Juzgado y condenado de antemano por el Santo Oficio, en prisión perpetua completó Galileo su obra: sentó las bases de la mecánica, que Newton convertiría, por fin, en el sistema heliocéntrico, hito de la ciencia moderna.

Algo va de este antihéroe, granito de arena en la historia de la ciencia, a los superhéroes de dudosas credenciales que pueblan nuestras oficinas públicas en doce departamentos; y a la chalanería del paso-fino que recibe las preseas de la Cultura y no sabe si echárselas al cuello, montar negocio con ellas, o colgárselas al caballo.

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Medellín le apuesta a la ciencia

Pese a la avaricia con que el Estado Central deshonra a la ciencia en Colombia, Medellín ostenta un prolongado recorrido de investigación que en más de un campo le ha merecido reconocimiento mundial. Ha sido esta ciudad pionera en trasplante de órganos; liderada por Francisco Lopera, en neurociencia para buscar la cura del Alzheimer; en investigación biológica proyectada a salud, biodiversidad y ciencias agrícolas, con las tecnologías más desarrolladas. No sorprende, pues, que sea ésta la única capital del país en otorgar premio oficial a estudiantes universitarios y profesores destacados en investigación. Y a una vida de entrega al conocimiento y la innovación que, tras once años consecutivos, recayó esta vez en la médica María Patricia Arbeláez. A fuer de estímulo adicional, el Gobierno de Medellín y la Academia Colombiana de Ciencias crearon la agencia Sapiencia, con impacto sobre el modelo pedagógico en la escuela y presupuesto de $85 mil millones para 2017.

Exalta la doctora Arbeláez la investigación como núcleo de excelencia en la academia, y la creación de semilleros de investigación en la Universidad de Antioquia. 105 a la fecha. Subraya la dimensión interdisciplinaria de la investigación, que termina por salvar fronteras entre biología molecular, epidemiología, antropología y economía; “tal como lo demanda la complejidad de los problemas que nos aquejan como sociedad y que permiten proyectar nuestros hallazgos a la comunidad internacional”. Para el desarrollo, agrega, es imprescindible el conocimiento. Y éste –se sabe– demanda recursos que Colciencias mezquina y el investigador Darío Valencia entiende como deriva de un Estado sin políticas de promoción de la ciencia o de estímulo a la inclinación científica en la educación. Mientras Corea del Sur invertía en 2013 el 4,1% del PIB en investigación, no pasa Colombia del 0,2%. El país asiático presentaba en los años sesenta el mismo nivel de desarrollo de Colombia. Aquel es hoy una potencia económica y Colombia sigue detenida en el subdesarrollo.

Nuestra Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB), verbigracia, trabaja en la frontera del conocimiento y al borde del precipicio financiero, escribe Moisés Wasserman. Por falta de financiamiento de Colciencias, como todos los centros de su especie en el país, vive mirando al abismo. En los dos últimos años, los recursos girados a la CIB se desplomaron de $4.000 millones a $600. Estocada de muerte contra la institución que en 46 años ha formado centenares de investigadores comprometidos con la divisa de poner la ciencia al servicio de la vida. A la cabeza de este centro de excelencia en el mundo en microbiología médica estuvo siempre Ángela Restrepo, miembro de la Misión de Sabios en 1994. El salvavidas vino, por milagro y casi todo, de universidades y empresas particulares.

Ya se recordaba en este espacio que el Hospital San Vicente de Paul, patrimonio moral y científico de los antioqueños y de Colombia, pionero en trasplante de órganos en América Latina, se vio el año pasado al borde del cierre. Le burlaban sus deudas las EPS, y el Gobierno, ni las obligaba a pagar ni giraba él mismo lo debido. Hace 53 años practicó este Hospital el primer implante de mano. El mundo registró la hazaña con asombro, y las que le siguieron. Hitos en la historia de la medicina. Colciencias asfixia a la CIB, como el Ministerio de Salud, a cientos de hospitales en el país.

Aplausos a la apuesta de Medellín por la ciencia. Ojalá se replicara su ejemplo en otras ciudades. Y se unificara el reclamo airado de todas al Gobierno para que financie a derechas actividades que son opción de vida para la paz. Feliz Navidad a mis pacientes lectores, y hasta la vista en enero.

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