MEDICAMENTOS: EL DESEENFRENO

Entonces dieron la cara. No bien anunció el Gobierno la intención de combatir el monopolio de medicamentos biotecnológicos que un puñado de multinacionales usufrutúa, desenvainaron ellas todos sus fierros contra el decreto en ciernes. No es para menos, se juega una billonada. Es que el hueco que quebró el sistema de salud asciende a 14 billones –según Sergio Isaza, presidente de la FMC (Federación Médica Colombiana)-, y en él cabaron a fondo estas farmacéuticas. Al amparo de la libertad de precios que el entonces Ministro Palacios autorizó y en la alegre complicidad de las EPS, que le cobran al Fosyga sobre precios estipulados por aquellas firmas. Precios elevados hasta en un 3.204 por ciento, caso del Interferón B1-B; o del Rituximab, que en Colombia vale 3.500 dólares y, en Inglaterra, 278. El año pasado, el 70% de los 1.8 billones recobrados al Fosyga respondió a tales medicamentos.

La controversia ha alcanzado proporciones mayúsculas, y grande es la expectativa porque el Gobierno persevere hasta superar el desastre. Mientras la ministra Beatriz Londoño busca ampliar el abanico de la oferta con laboratorios que ofrecen mejores precios al consumidor, la trinca de los biotecnológicos se desgañita en defensa de sus privilegios. Dizque por razones de calidad. Pero Isaza señala que “tras ese sofisma de calidad se esconde el más crudo interés comercial de actores que sin ninguna moral desangraron el sistema de salud”. Y Alberto Bravo, presidente de Asinfar, insta a derribar las barreras artificiales que bloquean la competencia de medicamentos. Sin esas barreras, dice, los precios bajan.

Como se sabe, a la quiebra del sistema contribuyeron a saco las EPS. Y no sólo por acolitar la ruindad de aquellas farmacéuticas. En general, porque se apropiaron dolosamente los fondos de la salud para acrecer su patrimonio. En toda suerte de negocios particulares y en financiamiento de campañas de políticos amigos terminaron los dineros que los colombianos aportan para cubrir su derecho fundamental a la salud. Hasta Caprecom, la EPS pública del régimen subsidiado, financió en provincia a políticos que andaban en malos pasos con amigos de dudosa condición. Para Isaza, la crisis de la salud es la mayor defraudación al Estado que se conozca: sólo por recobros de medicamentos al Fosyga entre 2008 y 2010, ésta alcanzó los seis billones; y, por deuda no pagada a la red de hospitales públicos y privados, casi siete billones. Hubo robo continuado durante 18 años, apunta: “se ha perdido el dinero y alguien lo tiene en el bolsillo”.

Pese a algunas reformas del último año y a la valiente incursión que la Ministra emprende para desmontar el odioso monopolio de los biotecnológicos -ventosa de los recursos públicos y del bolsillo de los pacientes- el sistema de salud mantiene el diseño perverso que lo vio nacer. En lugar de privilegiar la atención integral del paciente, favorece la intermediación financiera privada con ánimo de lucro que envileció el sistema y lo llevó a la quiebra. Mientras las EPS sigan operando como intermediarias inútiles del sistema; mientras no se retome una política de control de precios en medicamentos –más allá de propiciar una competencia más equilibrada- seguirá viva la crisis. Y no se trata de suprimir las EPS. Se trata de integrarlas como red privada del sistema que contrate servicios con una red pública competente y autosuficiente, bajo rigurosos criterios de cumplimiento y calidad. Y a precios razonables. El vocero de la FMC propone crear un fondo único de salud en cabeza del Estado, vigilado por la Contraloría, la Supersalud y la ciudadanía. Al sistema de salud no lo aqueja la pobreza, pues dispone de 43 billones este año, el 6.5%  del PIB. Plata hay. Pero hay que evitar que se la roben.

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EDUCACION: MALA Y EXCLUYENTE

De 37 años, él es científico, con post-doctorado en Estados Unidos y 23 publicaciones internacionales. La madre, faro de su vida, apenas inicia la primaria. Flor exótica de la Comuna Oriental de Medellín, Angel González dirige la Unidad de Micología Médica y Experimental de la Corporación para Investigaciones Biológicas de esa ciudad. Tesón y sacrificio del muchacho, y de esta mujer que hizo de su hijo la excepción a la regla. Porque la educación en Colombia, duele decirlo, es mala y discriminatoria. Aunque llegue a más colombianos. Se universaliza una escuela pobre para pobres, y se preserva el sistema de privilegios y oportunidades educativas para los más pudientes. Pero el rasero general descorazona: 45% de los colegios evaluados este año por el Icfes arrojaron bajo rendimiento en competencias básicas. En las últimas pruebas de PISA, Colombia fue el colero de América Latina en ciencias y matemáticas. Nuestras universidades ni siquiera se mencionan entre las 500 mejores del mundo.

El nuevo Gobierno se propondría mejorar la calidad. Se trataría, sobre todo, de orientar los contenidos hacia la innovación y la productividad. De armonizar la educación con el mundo del trabajo y con el llamado emprendimiento empresarial. Contempla la creación de 880 mil cupos para educación básica y superior, y  225 mil nuevos créditos educativos. Se destinaría 10% de las regalías a ciencia y tecnología. Dice la Ministra Campo que, a la búsqueda de calidad,  se capacitaría a los docentes, de preferencia, en el Sena. Vaya, vaya. El Sena, dispensador de técnicas y oficios, como corazón del sistema educativo para adiestrar fuerza laboral en un país detenido en el atraso y sin perspectiva de industrialización. El politécnico. Sin vuelo científico ni humanístico. Para las mayorías.

Mas, para todos los niveles,  ¿dónde queda el enfoque pedagógico? ¿Y los contenidos?  ¿Qué enseñar y cómo enseñarlo de modo que no castre la imaginación y la inventiva? ¿Cómo dar el vuelco necesario, si educar –se dice- es enseñar a estudiar, a pensar, a interrogarse, a escribir, a criticar, a crear? ¿Cómo transmutar al profesor de  déspota de “la verdad” en guía de inteligencias libres? ¿Y a los estudiantes, de receptáculo pasivo de dogmas, en hervidero de problemas que habrán de resolver? ¿Cómo lograr que los Angel González no sean una flor en el desierto?

En países como Colombia, la calidad de la educación no es el único dilema. También lo es la inequidad que la rodea. Universalizar la educación es garantizar que todos puedan acceder a ella, pero en condiciones de igualdad. Más allá de las diferencias de clase, que tienen su marca de origen: pobreza, discriminación, injusticia. El sistema educativo se resuelve en circuitos diferenciados. Como un sino, la escuela marcará desde la cuna la competitividad  del profesional. Y entonces la meritocracia, mecanismo de selección de concursantes que compiten “en condiciones de igualdad”, es ficción. Ya los elegidos del destino se quedarían con los cupos y los puestos y las becas y los honores. La igualdad de condiciones, que es ideal de la democracia, principia por el goce general de una educación de calidad. Para que en el desierto proliferen los oasis. Es hora de moderar la obsesión de la cobertura, y trazar verdaderos derroteros de calidad en la educación: en los colegios, en el Sena, en la Universidad. No sea que se repita aquí lo sucedido en el sistema de salud: muchos beneficiarios y cero calidad.

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En carta a El Espectador (17-XI), Bernardo Congote (cuyos escritos  respeto) se queja, con razón, de que en mi pasada columna apareciera incompleta la referencia bibliográfica de expresiones tomadas de Gonzalo Sánchez. El texto consultado es el prólogo al libro “La tierra en disputa”.

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DE MAGIA E INVENCION

No somos Alemania. Ni Corea, ni Brasil. En esos países, el uso intensivo del conocimiento obedece a planes industriales de largo aliento. Nosotros, en cambio, más inclinados al pensamiento mágico, creemos que la ley induce, por sí sola, el desarrollo. Francisco Miranda, Director de Conciencias y uno de los gestores de la Ley de Ciencia y Tecnología, confía en que ella llegue a cambiar el modelo productivo.

Pero en Colombia, dos realidades de bulto conspiran contra tan elevada aspiración. Para comenzar, esta ley no llenará el vacío de un Estado que renunció a pensar, planificar y dirigir el desarrollo. Así se mejore el estatus institucional de Conciencias y se le prometan más recursos. El hecho es que no se le ha definido presupuesto; y el fondo pensado para recibir aportes privados es un fondo sin fondos. Cabe conjeturar que hay aquí más alarde del alto Gobierno que genuina intención de morderle recursos a Familias en Acción o a las Fuerzas Militares, para destinarlos a la ciencia.

El otro escollo es la educación. La calidad de nuestra educación en todos los niveles es deplorable. Gana en extensión pero no penetra en profundidad. Nuestras universidades ni siquiera se mencionan cuando de jerarquizarlas en el mundo se trata. Se crean doctorados, sí, pero casi ninguno alcanza nivel de excelencia. Y los profesionales colombianos que se especializan en el exterior, pragmáticos al fin, prefieren el exilio a la remuneración que aquí se les ofrece. Como en los países más atrasados, en Colombia muchos consideran todavía que “investigar es botar la plata”.

Rodolfo Llinás invita a trastocar la relación entre educación, ciencia y desarrollo. Y arranca con lo primero: no se educa para saber cosas sino para entenderlas. Para situar lo sabido en un “árbol mental” que reúna e integre el conocimiento; en una concepción general que le dé sentido y justiprecie el conocimiento especializado. Alarmado debió quedarse con los resultados del concurso de cuento que promovió el Ministerio de Educación: los estudiantes ensayan oraciones simples, pero “no desarrollan ideas compuestas y por lo tanto no elaboran párrafos con cohesión ni unidad de sentido”. Pues también para hacer ciencia, entenderla y consumirla, hay que revolucionar la educación.

Se calcula que si el país aspira a aplicar la ciencia al desarrollo, debería tener hoy 44 mil científicos y técnicos. Sólo tiene 2.400 doctores. Hace unos años, América Latina aportaba apenas el 1% de los científicos al mundo; y, de aquellos, colombianos no eran sino el 1%. En los países más avanzados, la ciencia ocupa primerísimo lugar en la planificación económica y social, pues la hegemonía en el mundo se definirá cada menos por la guerra que por la invención. Así lo entendió Brasil: en diez años, triplicó sus exportaciones y redujo significativamente la pobreza. Entre nosotros -¡horror!- la guerra absorbe casi la mitad del presupuesto nacional. De 55 billones que el Gobierno “presupuestó” en enero dizque para reactivar la economía, míseros 200 mil millones eran para educación.

Librada a su suerte; sin un proyecto histórico que le dé vida; en la displicencia de una clase “dirigente” angurriosa y sin patria; sola, abandonada y pobre, nos tememos que aquí el papel de la ciencia seguirá siendo lánguido. Otra frustración monumental, aún para el propio director de Conciencias. A no ser que el Estado recupere su función planificadora en perspectiva de industrialización. Entonces esta ley desplegaría todo su potencial. Más allá del efecto fugaz de la ilusión, pues invención no es magia.

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FALDAS EN LA CIENCIA

Pecado original comete el oscurantismo al volver a sacar su fea cabeza para anatematizar la teoría de la evolución que el mundo civilizado honra hoy. Y pecado de omisión el de la historia, que ha silenciado el aporte de algunas mujeres a la ciencia. Si Copérnico y Galileo ofendieron el narcisismo de los teólogos que tiranizaban el espacio todo de ideas y costumbres, Darwin remataría con un golpe letal: ya no sólo la tierra se subordinaba al sol, sino que el hombre no era imagen de Dios sino biznieto de un primate. Salto sideral en la paciente construcción de la indagación científica. Pero la historia de la ciencia acusa a veces un narcisismo varonil acaso derivado de la misma Biblia que le endilgó a la mujer el origen de la perversidad e inspiró a aquellos fanáticos de la fe.

Poco se ha hablado, verbigracia, de Emile du Chàtelet, compañera del iconoclasta Voltaire, en el corazón y en el laboratorio de ciencias. Contra todos los obstáculos que la época interponía a las mujeres y excluida de la comunidad científica, ella incursionó en la física para anticipar la existencia de la radiación infrarroja; tradujo a Newton, lo explicó venciendo el hermetismo de su obra y revisó el concepto de energía del genio de la física.

La corte de Luis XIV, despótica si de robustecer a Francia se trataba, acogía, no obstante, a plumíferos y pensadores liberales. El talento proyectó sus luces a los salones, sofisticado refugio de la ciencia que allí medraba entre sedas y perfumes y algún poeta exaltado. Los salones fueron a su vez cuna insospechada de la Revolución. Filósofos y matemáticos presidían la tertulia también en la casa paterna de la Chàtelet. Desde niña, a contrapelo de su madre, Emile hizo de la ciencia su pasión. A los doce años hablaba seis idiomas, practicaba esgrima y alternaba con los científicos más célebres que frecuentaban a su padre. Amante del juego, al que aplicaba su talento matemático para desplumar al rival, invertía las ganancias en libros y equipos de laboratorio.

Terror de los poderes consagrados, impetuoso promotor de la inteligencia, Voltaire le ayudó a acondicionar su casa de campo como estudio, laboratorio y una biblioteca que fue envidia de las universidades. A dos manos escribieron ellos los “Elementos de filosofía newtoniana”. A poco, se entregaría Emile a sus “Fundamentos de física”, para abordar las bases filosóficas de la ciencia e intentar la integración de los postulados de Newton, Leibnitz y Descartes. Madre de tres hijos, un embarazo tardío le cegó la vida, a sólo cuatro décadas del triunfo de la Revolución que cambiara para siempre la historia de Occidente. Méritos le cabían a ella en la rebelión intelectual que animó aquella hecatombe de la tiranía, epifanía de los más.

Científica de quilates opacada por la historia, no faltará la feminista que quiera volverla símbolo y extender sus atributos a todo el género femenino. Craso error. Sara Palin se atraviesa en el intento, provoca más bien rubor: ardorosa militante del creacionismo, es ella paradigma de la involución al cuarto oscuro de la Edad Media, donde a duras penas medró la ciencia, siempre satanizada por el dogma. Palin representa a la Norteamérica profunda, local y chata y roma que, en alarde impecable de democracia directa, sale a batallar contra el progreso en pleno siglo XXI. Si Darwin se levantara de su tumba, abrazaría por igual a la Chàtelet y a la Palin. En la primera reconocería a una estrella de la ciencia; en la segunda descubriría, por fin, el eslabón perdido.

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¿CIENCIA A LA DERIVA?

Aplauso cerrado para los parlamentarios Jaime Cuartas y Marta Lucía Ramírez y para el Director de Colciencias, Francisco Miranda, gestores de la ley de Ciencia, Tecnología e Innovación que acaba de aprobarse. Solitaria flor en este desierto de gobiernos que conspiraron siempre contra la cultura, la norma dispone saltar del 0.18 al 1% del PIB para inversión en investigación científica. Monto igual al de Chile para ese rubro. En sentir de sus promotores, ella encaminará la industria nacional hacia un modelo de desarrollo productivo que multiplique el valor de nuestros bienes y servicios; aplicada a la producción de banano, café, carbón o petróleo, la investigación científica elevará el valor de esos productos y creará empleo; en un país con la megadiversidad del nuestro, la biotecnología y la genética despejarán vastísimos horizontes. En suma, la nueva ley nos redimirá del subdesarrollo y potenciará la capacidad de la economía colombiana para competir en el exterior.

Tanto entusiasmo, comprensible por la dimensión del logro alcanzado, puede, sin embargo, rebasar las posibilidades de la realidad. Y derivar en homenaje a la confianza inveterada de los colombianos en la magia de la ley. Acaso no pueda ella arrastrar por sí sola el desarrollo, cuando se carece de planes de largo aliento y de una clase dirigente capaz de jugársela, con sentido de patria, por un modelo de desarrollo que nos ofrezca futuro y dignidad.

Se dirá que al darle a Colciencias  rango de Departamento Administrativo ésta tendrá asiento en el Consejo de Ministros y en el Conpes, escenarios llamados a definir las políticas y a situar la inversión. Pero el primero se ha convertido en un órgano asustadizo que se deja irrespetar por la prepotencia del Presidente. Y el Conpes, sin visión estratégica desde cuando se renunció en el país a trazar planes de desarrollo, no sintoniza la acción corriente del Estado con una perspectiva de progreso y equidad. Se limita a menear partidas, en la creencia de que  plan de desarrollo es lo mismo que plan presupuestal. En este escenario, Colciencias podrá verse huérfana y sujeta a los vaivenes del inmediatismo, pues tampoco se habrá inscrito el impulso a la ciencia en un modelo de conjunto que tenga a la industrialización por matriz del desarrollo. Pero Miranda confía en que el esfuerzo combinado de empresarios, regiones, universidades y centros de investigación creará la infraestructura suficiente para invertir los nuevos recursos. Ojalá. Aunque el derrumbe del modelo que privilegia la espontánea iniciativa de células sueltas de la sociedad aconseja restituirle al Estado su potestad de pensar y dirigir el desarrollo, de modo que la inventiva individual encuentre cauce, apoyo y control.

Si en China, Corea, India y Brasil ciencia y tecnología obraron como motor del desarrollo, fue porque estos países educaron a su gente y negociaron tecnología extranjera en función de un modelo de desarrollo empotrado en la industrialización. Como en el Occidente desarrollado, el Estado protegió a la industria naciente. Pero aquí la aperó con la tecnología más avanzada, negociada tornillo a tornillo con las grandes multinacionales, y cuando fue preciso la adaptó a lo propio. Cuando la industria pudo competir  por fuera, el Estado la libró a su suerte. Sola y dispersa, sin una perspectiva abarcadora que le trazara ruta y destino, lánguido hubiera sido el aporte de la ciencia. Así en Colombia, si no se vuelve al desarrollo, la ciencia puede quedar a la deriva.

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