POLO: EL CHANTAJE DE LA UNIDAD

Se ve venir. Una amalgama de conservadurismos se dispone a aplastar en el Polo a la corriente de izquierda democrática que encabezan Lucho, Petro, Maria Emma. Contra ella militan, redivivos, la roca prehistórica del estalinismo; los comandos anapistas del General Rojas Pinilla; el clientelismo que vuelve a instalarse en la Alcaldía de Bogotá, y los escurridizos nostálgicos de la lucha armada. Cofradía de obispos sin grey, estos prohombres del Polo tornan a las capillas de donde nunca terminaron de salir para mostrarse los dientes, cada uno queriendo presidir la misa mayor, mientras la ultraderecha aprieta su marcha hacia un régimen autoritario.

Entre dos dilemas se debate este partido que tanta esperanza abrió y hoy parece naufragar en la ineptitud de su ortodoxia. El primer reto, porfiar como oposición perpetua sin arriesgar un gramo de imaginación política; o bien, batallar por hacerse con el gobierno para entronizar desde allí una democracia social y política. Evento en el cual tendría que abrirse a alianzas de largo aliento, como lo ha hecho la izquierda en Chile o en Brasil, con quienes comparten aquel objetivo supremo aunque piensen distinto. Estima Gustavo Petro que este sería, por añadidura, el único camino hacia la paz.

Y aquí viene el segundo desafío: plegarse a la despótica hegemonía de dos guerreros sin escrúpulos que se retroalimentan, Uribe y las FARC, y pretenden monopolizar el escenario entero indefinidamente. O, en su lugar, devolverles a las Fuerzas Armadas el monopolio de las armas, como en toda democracia que se respete, depurándolas del crimen y la corrupción. Corolario de esta vuelta al Estado de derecho será desconocer de plano todo otro ejército, llámese guerrilla o paramilitares. La paz no se alcanza convirtiendo al Polo en vagón de cola de una eventual negociación entre Uribe y las FARC, sino en mentor de reformas de fondo con el concurso de toda la sociedad. Antes que con la subversión, la paz se hace con la ciudadanía –escribe el dirigente Daniel García-Peña- mediante acuerdo sobre reformas democráticas de fuerzas coligadas que ganen el gobierno en elecciones.

Petro le propone a su partido convertirse en verdadera alternativa frente al proyecto uribista y al de la insurgencia armada. Peligrosa opción de tercería que amenaza el modelo de polarización armada, tan funcional a Uribe como al las FARC. Es que la ruidosa derrota política de esta guerrilla no le ha impedido seguir buscando simpatías en el Polo.      Y éste no supera todavía la que muchos consideran causa medular de sus conflictos internos. Y de su ruina, si no deslinda campos en forma radical, inequívoca, con la insurgencia más odiada y con sus métodos.

No será tarea fácil. Síntoma elocuente, la reacción de miembros de las juventudes del Polo que, reunidos en Ibagué, trataron de “gomelos” a seguidores de Petro que discrepaban de su defensa del secuestro como arma política y de la guerra “justa” que las FARC libraban. Les gritaron que merecían “ser fusilados”. Tome nota el señor “Cano” de las palabras del nobel de literatura, José Saramago: “Nadie que se considere humano aprueba el secuestro de personas para alcanzar objetivos políticos… ¿Qué diferencia hay entre los secuestros de Guantánamo, las torturas de las cárceles secretas y lo que (las FARC) hacen?”

Definiciones dramáticas le esperan al Polo. Acaso no pueda cohonestarse  por más tiempo aquella ambigüedad, sacrificando el ascenso de una izquierda moderna y democrática, chantajeada como está por un principio de unidad imposible.

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FALDAS EN LA CIENCIA

Pecado original comete el oscurantismo al volver a sacar su fea cabeza para anatematizar la teoría de la evolución que el mundo civilizado honra hoy. Y pecado de omisión el de la historia, que ha silenciado el aporte de algunas mujeres a la ciencia. Si Copérnico y Galileo ofendieron el narcisismo de los teólogos que tiranizaban el espacio todo de ideas y costumbres, Darwin remataría con un golpe letal: ya no sólo la tierra se subordinaba al sol, sino que el hombre no era imagen de Dios sino biznieto de un primate. Salto sideral en la paciente construcción de la indagación científica. Pero la historia de la ciencia acusa a veces un narcisismo varonil acaso derivado de la misma Biblia que le endilgó a la mujer el origen de la perversidad e inspiró a aquellos fanáticos de la fe.

Poco se ha hablado, verbigracia, de Emile du Chàtelet, compañera del iconoclasta Voltaire, en el corazón y en el laboratorio de ciencias. Contra todos los obstáculos que la época interponía a las mujeres y excluida de la comunidad científica, ella incursionó en la física para anticipar la existencia de la radiación infrarroja; tradujo a Newton, lo explicó venciendo el hermetismo de su obra y revisó el concepto de energía del genio de la física.

La corte de Luis XIV, despótica si de robustecer a Francia se trataba, acogía, no obstante, a plumíferos y pensadores liberales. El talento proyectó sus luces a los salones, sofisticado refugio de la ciencia que allí medraba entre sedas y perfumes y algún poeta exaltado. Los salones fueron a su vez cuna insospechada de la Revolución. Filósofos y matemáticos presidían la tertulia también en la casa paterna de la Chàtelet. Desde niña, a contrapelo de su madre, Emile hizo de la ciencia su pasión. A los doce años hablaba seis idiomas, practicaba esgrima y alternaba con los científicos más célebres que frecuentaban a su padre. Amante del juego, al que aplicaba su talento matemático para desplumar al rival, invertía las ganancias en libros y equipos de laboratorio.

Terror de los poderes consagrados, impetuoso promotor de la inteligencia, Voltaire le ayudó a acondicionar su casa de campo como estudio, laboratorio y una biblioteca que fue envidia de las universidades. A dos manos escribieron ellos los “Elementos de filosofía newtoniana”. A poco, se entregaría Emile a sus “Fundamentos de física”, para abordar las bases filosóficas de la ciencia e intentar la integración de los postulados de Newton, Leibnitz y Descartes. Madre de tres hijos, un embarazo tardío le cegó la vida, a sólo cuatro décadas del triunfo de la Revolución que cambiara para siempre la historia de Occidente. Méritos le cabían a ella en la rebelión intelectual que animó aquella hecatombe de la tiranía, epifanía de los más.

Científica de quilates opacada por la historia, no faltará la feminista que quiera volverla símbolo y extender sus atributos a todo el género femenino. Craso error. Sara Palin se atraviesa en el intento, provoca más bien rubor: ardorosa militante del creacionismo, es ella paradigma de la involución al cuarto oscuro de la Edad Media, donde a duras penas medró la ciencia, siempre satanizada por el dogma. Palin representa a la Norteamérica profunda, local y chata y roma que, en alarde impecable de democracia directa, sale a batallar contra el progreso en pleno siglo XXI. Si Darwin se levantara de su tumba, abrazaría por igual a la Chàtelet y a la Palin. En la primera reconocería a una estrella de la ciencia; en la segunda descubriría, por fin, el eslabón perdido.

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URIBE Y CANO EN SU LEY

Parece furioso. Mientras todos celebran la liberación de seis secuestrados, el presidente Uribe se sale de la ropa. No es para menos. El destape inesperado de una corriente de opinión proclive al acuerdo humanitario y a la solución política del conflicto pone a tambalear su esquema de confrontación entre el Bien y el Mal, tan auspicioso para él cuando de votos se trata. Iniciada la campaña electoral, Uribe vuelve a desenvainar su espada justiciera contra el terrorismo que busca enseñorearse de la patria. Y contra un supuesto “bloque intelectual de la Far” que no atacaría de frente la seguridad democrática pero, al hablar de paz, terminaría defendiendo a la guerrilla (¡) Reiteración del principio maniqueo según el cual “quien no está conmigo está contra mí”.

Tal vez nadie niega en Colombia la necesidad de mantener la ofensiva contra la guerrilla. Ni el hecho incontrovertible de que la política de seguridad haya sembrado confianza e introducido control militar en territorios olvidados. Pero llamar la atención sobre el envilecimiento de esta estrategia en miles de ejecuciones extrajudiciales y falsos positivos no puede ser óbice para señalar a los críticos como aliados del terrorismo. Menos aún a quienes reclaman un horizonte de paz, sólo porque las FARC se montan ahora en el carro del intercambio humanitario.

Como es costumbre cuando están golpeadas, también esta vez buscan las FARC oxígeno político y algún pretexto de negociación con la pausa necesaria para resarcirse militarmente. Sólo que hoy se hallan más azotadas que nunca. La gran pregunta es si, fiel a la tradición, convertiría Cano en arma de guerra cualquier acercamiento de paz; si subordinaría el diálogo de hoy a la estrategia mítica de la toma del poder por las armas. O si, más bien, se aplicaría a recomponer la cohesión interna de su organización, maltrecha como está, dispersa, tentada por las recompensas del enemigo, huérfana de sus líderes históricos y despreciada por la opinión que con justicia la tiene por horda de criminales.

Como Cano, también Uribe sabe que el triunfo militar no es dable para ninguna de las partes. Cano juega con la guerra para restablecer el orden y la moral en sus tropas; y con audacias políticas como la de liberar secuestrados cuando más de un candidato agita ya banderas blancas. Uribe, por su parte, no puede sino encarnar la mano dura y el corazón de piedra que le dieron fama y poder y lo atornillan en la silla de Bolívar mientras dure la guerra; es decir, hasta cuando mi Dios agache el dedo. Es su manera de cohesionar al uribismo y cuidar su popularidad. Destino fatal, Uribe no podrá sino hacer la guerra. Hablar sin vociferar, controvertir sin herir, dialogar, negociar, hacer la paz, todo le está vedado, pues con ello evaporaría su razón de ser. Tendrá que salvar la polarización que hoy se ve amenazada por una tercera fuerza que reivindica más política y menos armas y hace mella también en el uribismo. Alan Jara acusa a tirios y troyanos: “hemos sido rehenes y víctimas de una omisión, pues mientras el verdugo (las FARC) dispara… el gobierno no hace nada para evitarlo”. Sindicación terrible que la asombrosa Piedad Córdoba ha sabido interpretar, para replantear el terreno de la disputa. La pelea será cada día menos entre terroristas y antiterroristas, y más entre quienes persiguen la libertad de los secuestrados y quienes la obstruyen. Alístese Piedad para batirse contra un enemigo formidable, encarnación suprema de la libido imperandi que la escolástica tradujo por concupiscencia del poder.

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LOS LAUREANOS

Chávez y Uribe pasarán a la historia por el empeño que pusieron en embocar sus países hacia la dictadura. A contrapelo de los tiempos, exhumaron el pensamiento de sus mentores de hace casi un siglo, Laureano Vallenilla en Venezuela, Laureano Gómez en Colombia. En su parábola del retorno hasta las raíces, no rescataron de Bolívar las ideas de la Ilustración sino sus veleidades de autócrata: aquellas que en el continente animaron a caudillos, caudillitos y matones de barrio que, deslumbrados por las charreteras, gobernaron a empellones, se reputaron líderes a fuerza de propaganda y dejaron siempre en el camino su estela de muertos.

En la dialéctica del “quien no está conmigo está contra mí”, Uribe les lanzó a los colombianos la disyuntiva de “ser solidarios o encubridores”, para instarlos a volverse informantes del Ejército. El eufemismo reedita la divisa de su gobierno: “ser uribistas o terroristas”. Simplificación brutal que se resuelve, por fuerza, en respaldo a un gobierno arbitrario, corrupto, elitista, intolerante, con vocación de eternidad y rodeado de indeseables cuyos votos no ha sabido rechazar. Tampoco en Venezuela escampa. El coronel de la boina roja anuncia que se quedará en el cargo hasta 2030. Ingresará en la galería de los Trujillo y los Somoza y los Castro, que gobernaron por décadas. Hay allá cientos de miles de ciudadanos convertidos en paraejército del régimen, violencia contra la oposición, corrupción, clausura de la televisión independiente y todos los signos de un autoritarismo tropelero. Y consejos comunales, como aquí. Como en Venezuela, en Colombia han cerrado la revista Cambio, modelo de órgano independiente que destapaba las alcantarillas del poder. Sus directores, Rodrigo Pardo y Maria Elvira Samper, sospechan que hubo en ello mano política de alto vuelo. Como sucede, de oficio, en cualquier despotismo que se respete.

Nada nuevo bajo el sol. Ya Vellenilla, ideólogo del dictador venezolano Juan Vicente Gómez, había defendido la figura del “gendarme necesario”, único capaz de gobernar en naciones impreparadas para la democracia; donde las constituciones escritas dizque no interpretan la realidad sino las constituciones “orgánicas”, y el “César democrático” se impone como necesidad fatal. Nada pueden las abstracciones de la Enciclopedia, ni la libertad del sufragio, ni la libertad de prensa, ni la alternabilidad del gobernante. Todo emana del caudillo, cuyo poder deriva de “los más profundos instintos políticos de nuestras mayorías populares”. Bolívar fue  encarnación suprema de su modelo. Y si, en  1815 escribía el Libertador que “las instituciones perfectamente representativas no se adecúan a nuestro carácter; en cambio sí los gobiernos “paternales”. En 1821 proclamó la dictadura y después su constitución boliviana propuso un régimen de presidencia vitalicia, centralista y de magra independencia de poderes. Santander se quejaba: “nuestra patria, escribió, está regida no constitucionalmente sino caprichosamente por Bolívar”.

También Laureano Gómez denostó del sufragio universal, “madre de todas las calamidades”. En 1952 propuso un modelo corporativista de inspiración fascista, con senado vitalicio, aristocrático, integrado por elección de segundo grado, como lo fuera el de Núñez. En 1954 propuso la instauración de un Estado autoritario que reordenara la educación según el dogma católico. Años atrás había rendido homenaje a Franco, el protector del naciente Opus Dei, y a sus falanges. “Bendecimos a Dios, dijo, porque podemos exclamar ¡arriba España católica e imperial!” Con el desmoronamiento de las dictaduras del Cono Sur se creyó superado el dilema entre autoritarismo y democracia. Falta ver si no lo revive la negra sombra de los Laureanos que hoy aletea sobre Colombia y Venezuela.

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CUBA PETRIFICADA

A 50 años de comunismo en Cuba, se mezclan en el balance la contundencia de los hechos con los mitos y fantasmas que presidieron el debate entre los apologistas de la revolución y sus detractores. Heroica resistencia de un pueblo acorralado por el bloqueo de su economía, para unos; anverso rojo del dictador Batista, para otros, dos titanes vuelven sobre las líneas maestras de este duelo, cuando la vida de Fidel toca a su fin. La revista Foreign Policy ofrece la última contienda entre Ignacio Ramonet y Carlos Alberto Montaner, cruzados del cara y sello de este experimento que se ofrecerá como alternativa al modelo de capitalismo que hoy naufraga.

Debuta Montaner con una ácida premonición: cuando falte Fidel caerá el régimen, pues no podría ya sobrevivir, en pleno siglo XXI, una dictadura anacrónica que viola sistemáticamente los derechos humanos. Aunque Castro profesa la ideología comunista, él “pertenece a la misma especie antropológica de Franco en España o Rafael Trujillo en República Dominicana”. A lo que Ramonet responde que hace tiempo no gobierna Fidel y, sin embargo, el sistema sigue en pie. Es que Cuba no es Hungría, apunta. Mientras allá se impuso la revolución por invasión militar de la URSS, la de la isla caribeña es una revolución autóctona y popular, nutrida en un anhelo secular de independencia. A pesar del bloqueo, seguirá ofreciéndose como modelo social que supo masificar la educación y la salud.

En su origen, replica Montaner, la revolución se dirigió contra la dictadura de Batista enarbolando la bandera de la democracia; la idea no era montar un comunismo de corte soviético. Si ese sistema porfía todavía aquí, será por obra de una dictadura tan despiadada y personalista como la anterior. Por eso, dos millones de cubanos debieron exiliarse, y el gobierno de Castro registra alrededor de 5.700 ejecuciones, 1.200 asesinatos extrajudiciales y 77.800 balseros muertos o desaparecidos.

Por otra parte, discrepa de su antagonista que atribuye al embargo norteamericano las penurias de los cubanos. Según él, olvida el efecto devastador del colectivismo y de la supresión de las libertades económicas.

– En Cuba, argumenta Ramonet, hay pleno empleo y todo el mundo hace tres comidas diarias. Cosa impensable en América Latina, el Brasil de Lula comprendido. Además, hecho elocuente, no hubo en la isla levantamientos contra el régimen, como sí los registraron incluso otros países comunistas.

– Ah, ¿no?, se enfurruña Montaner. ¿Y qué fue, entonces, el levantamiento de campesinos en el Escambray en los años 60, si no resistencia popular contra la dictadura? En las dos primeras décadas de la revolución, el número de presos políticos bordeó los 90 mil.

Discusión sin fin en cuyo fondo se adivinan, no obstante, dos problemas formidables: primero, Cuba es una economía inviable; segundo, es una dictadura oprobiosa. Si al modelo de planificación autoritaria y nacionalización de todo se agrega la pobreza del país en recursos naturales, se diría que la isla no tiene futuro. Condenada al desequilibrio, su balanza comercial la mantiene en endeudamiento perpetuo.

Autoritarismo desembozado el de Cuba, la derecha colombiana querrá renovar su diatriba contra él. Como si aquel régimen de partido único no fuera aquí  régimen de caudillo único. Como si sus 1.200 ejecuciones extrajudiciales no replicaran nuestros “falsos positivos”. Como si la quinta parte de nuestra población no se acostara con hambre. ¡Oh, hipocresía inmarcesible!

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