TLC: LA LEY DEL EMBUDO

Andan por aquí, condescendientes, parlamentarios del Viejo Continente en misión de respaldar un TLC de Colombia con la Unión Europea, cuya negociación se cierra esta semana en Bruselas. A la par, el senador norteamericano George Le Mieux pronostica la aprobación del otro con Estados Unidos antes de junio. ¡Antes de junio! El Presidente Uribe coronará de laureles su primer gobierno de ocho años, en la publicitada idea de que tales tratados nos abrirán mercados inmensos; nos colmarán de capitales de inversión; multiplicarán la producción nacional, el empleo y, sobre todo, los impuestos para financiar Familias en Acción, a condición de que sus famélicos beneficiarios voten por los candidatos de Palacio. Como ya se ve. Al calor de esta ilusión, se levanta de su tumba el credo que propició el segundo desastre en un siglo después de la Gran Depresión.

Hay de todo. Desde aquellos que estigmatizan a los críticos de aquel modelo, los tachan de enemigos de la propiedad privada (¿) y los asocian, sibilinamente, con las FARC. Otros, como el analista Mauricio Botero, sostienen que gracias al libre comercio se volvió Estados Unidos una de las economías más exitosas del planeta, y China arrancó de la pobreza a sectores enormes de su población. A renglón seguido, como si China no fuera una dictadura, echa mano del viejo slogan que hermana apertura comercial con libertad política. Una nación, dice, se suicida si cierra sus fronteras con tarifas y otros obstáculos al libre comercio. Para concluir que Colombia ha de perseverar en la apertura y sellar los TLC que negocia, pues ellos benefician al país y, “especialmente, a los más pobres”.

Ha Joon Chan, economista de Cambridge, destapa el doble juego de las potencias que hoy lo son precisamente porque protegieron durante siglos su industria naciente y ahora, equipadas como quedaron para batirse en el ancho mundo, les imponen a los países pobres una apertura comercial que destruye en el huevo su desarrollo. Los condenan a exportar, no ya quina –como en el siglo XIX- sino cocaína y floresitas y bananos, productos de escasísimo valor incorporado, mientras ellos nos llenan de automóviles y computadores, mercancías que en sus países pagan salarios decentes. Y muchos. Ninguna de esas potencias fue librecambista en la etapa de despegue. Antes bien, todas protegieron su industria naciente con aranceles y subsidios a la producción nacional. Inglaterra y Estados Unidos fueron en su hora febriles seguidores del Estado que interviene para proteger la economía propia y promoverla. Sólo después de la Segunda Guerra, una vez que hubieron consolidado su desarrollo, adoptaron el libre comercio. Y no les ha ido mal. Con más veras ahora, cuando fuerzan a los países en desarrollo a abrir sus mercados con tratados asimétricos, maquillados, como la Bubulina, con el afeite escuálido del libre comercio que ellos habían esquivado largamente.

Ya desde 1721 supieron qué hacer. En ejercicio pleno de la revolución liberal, Walpole, Primer Ministro de Inglaterra, cifró el bienestar de su país en la exportación de productos manufacturados y la importación de materias primas extranjeras. Estados Unidos mantuvo durante el siglo XIX y la mitad del XX aranceles que promediaban el 40%. Efecto conspicuo de la divisa del Presidente Grant: “(Así como Inglaterra), en un par de siglos, cuando América haya obtenido todo lo posible de la protección, adoptará el libre comercio”. Pragmatismo que derriba la escalera por donde se ascendió para que otros no puedan subir por ella. Y Uribe ahí: tan despiadado con los más débiles del sistema de salud, como obsequioso con los monos manilargos que vienen a hacernos el favorcito.

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CHINA: VIRAJE EN LA CRISIS

Saltamos de contento porque Obama promete un TLC que confía nuestras posibilidades de crecimiento a la exportación de productos primarios, cuando ya China y Brasil marcan para el mundo la pauta contraria: moderar la obsesión exportadora y robustecer, en su lugar, los mercados internos. Como si fuera poco, en evocación vergonzante de la CEPAL, Olivier Blanchard, vocero del Fondo Monetario Internacional, aboga por revisar el modelo exportador y poner  el acento en la demanda interna. Es decir, si la solución a la crisis no puede volcarse por entero sobre las exportaciones porque los países ricos no compran ya el mismo volumen de productos extranjeros, se impondrán la sustitución de importaciones y la promoción del consumo interno. Y Sarkozy, el Reagan de Francia, pide en Davos intervención decidida del Estado como protagonista primero de la economía. El mundo al revés, rumiarán con amargura los pontífices del laissez faire que provocaron una crisis semejante a la de los años 30.

China revisa su tradición de competir en el mercado mundial con salarios de hambre. En sonoro viraje de esa trayectoria, al estímulo fiscal de la producción doméstica le ha sumado aumento de salarios para dar a sus propios consumidores capacidad de compra y volcar sobre ellos la producción nacional. Así, lidera una solución inteligente a la crisis global, conquista la segunda posición entre las economías del Orbe y reorienta su modelo de desarrollo con efectos de largo aliento. Ya nadie duda de que en 20 años China será la primera potencia del mundo.

Mayores ingresos entre empleados y trabajadores han prohijado la irrupción de una clase media solvente y abierta al consumo,  anatema en la China adusta y gris que lo fuera en la infancia de la revolución. El país de Mao fue en 2009 el mayor demandante mundial de automóviles, lavadoras, computadores y hornos microondas. Mientras el Occidente burgués periclitaba en la crisis,  la no menos capitalista economía china crecía al 10%, y su industria, al 19.2%. Obra del mercado interno, no del comercio exterior. Las ventas de bicicletas chinas se redujeron en Estados Unidos a la mitad, mientras se disparaban en su país de origen. Si el negocio no pinta ya redondo, es porque en el “reino de las bicicletas” hoy prevalece la demanda de automóviles. Pero el vuelco apenas comienza. Todavía el ingreso per cápita en la China es la décima parte del norteamericano.

Brasil es otro beneficiario de la crisis mundial. Menos solícita con Estados Unidos, esta “China de Suramérica” convirtió al continente amarillo en su primer socio comercial. También los cariocas elevaron salarios y redujeron el desempleo. Y, por supuesto, tornaron a la economía doméstica, aunque sin abandonar sus exportaciones tradicionales; su recuperación en la crisis coincide con una reanimación del consumo interno.

Ante el mea culpa del FMI, que ahora promueve más el mercado interno que las exportaciones, y más el consumo que el ahorro, Mauricio Cabrera se pregunta qué sentido tienen los TLC que los países desarrollados nos imponen dizque para cifrar nuestro crecimiento en exportaciones hacia ellos. Qué sentido tiene reducir salarios para competir afuera con la miseria de los trabajadores. Otras incógnitas nos asaltan: ¿Por qué añorar un TLC que, tras cederse el control militar del territorio, entrega nuestro mercado interno –sin contraprestación equivalente- a la voracidad de la potencia extranjera, y frustra el desarrollo potencial de nuestra industria? ¿Por qué cerrar los ojos frente a las tendencias que marcan una inflexión de fondo en la economía del mundo? ¿A qué porfiar en anacronismos que dan todas las ventajas al gigante y, a Colombia, la humillante condición de enana?

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LEÑA A LA HOGUERA

“Tienen una semana para desaparecer o los desaparecemos”, rezaba panfleto de las AUC contra 30 líderes estudiantiles de la Universidad de Antioquia. Otro le hacía la segunda: “Somos un grupo de infiltrados (de las Águilas Negras) en la Universidad. Tenemos plenamente identificados a los tropeleros que quieren imponer un discurso comunista en Colombia”. Entre 2006 y 2008 hubo en la Nacional 312 amenazas de muerte del mismo grupo armado contra alumnos y profesores, y otras tantas en las universidades de Magdalena, Atlántico y Córdoba, esta última bastión de Salvatore Mancuso. (Tomado de El Espectador, 27-I-10) Cara política del paramilitarismo en las ciudades,  alcanzará cotas de horror con la transformación de  estudiantes en informantes a sueldo de un gobierno que –acaso deliberadamente- confunde los escenarios: no se neutraliza en los centros de estudio la violencia entre carteles que tiene lugar en las comunas de Medellín.

Probado está que trocar el campus en campo de guerra sirve, lo más, para perseguir a quienes se apartan del pensamiento oficial. Pura y ruda cacería de brujas. Manoseado recurso de dictaduras, la sucia tarea que Uribe le encarga a esta juventud emulará con la de sus pares en predios que fueron de Videla y Pinochet, y con los ominosos Comandos de Defensa de la Revolución de Fidel Castro y Hugo Chávez. Será leña a la hoguera de esta guerra: otro sistema de arreglo de cuentas, dirá El Espectador, con profusión de denuncias gratuitas, estigmatizaciones y recorte de libertades. La dinámica del espionaje remunerado entre redes de “cooperantes” que hoy agrupan a dos millones doscientos mil civiles, amenaza con despedazar la “cohesión social” del Presidente entre una artillería de infamias, retaliaciones, venganzas y… falsos positivos.

La tal iniciativa será cortina de humo para desinflar el debate que la absurda reforma de la salud ha suscitado,  señala Lasillavacía.com. O los escándalos de corrupción oficial. Si. Pero también reafirma una estrategia de privatización de la seguridad,  función indelegable que el Estado se muestra incapaz de asumir, pese a los ingentes recursos que la nación le asigna. Este gobierno ha feriado entre particulares, no siempre impolutos, el monopolio de la fuerza. Ya lo recordábamos en este espacio: en Colombia proliferan las Compañías Militares de Seguridad Privada que suplantan a la Policía en la protección de una ciudadanía acorralada por el crimen y el delito. Con equipos de espionaje y armamento modernísimos, muchas de ellas terminan tributando a la tendencia de hacer justicia por mano propia, a menudo con saldo de asesinados y desaparecidos. A ellas se integran miles de desmovilizados de las AUC, como vigilantes y con labores de inteligencia. El Decreto 3222 de 2002 creó las Redes de Apoyo y Solidaridad Ciudadana, que habían de articularse con vigilancia y seguridad privada y con la política de seguridad democrática.

El plan de convertir estudiantes en informantes del Ejército integrará el frente juvenil a una estrategia de seguridad que no se limita a la derrota de la guerrilla y la desmovilización de los paramilitares: también persigue el control social y político de la comunidad, con las armas de la república y militarizando a la sociedad civil. Vista la experiencia, cabe preguntarse si no terminarán por darles a estos muchachos armas y aparatos de comunicación, como a las nefastas Convivir por las calendas de la gobernación de Uribe en Antioquia. Ayer armaron campesinos, hoy arman estudiantes. ¿Quién garantiza que así ataviados y pagados no deriven estos nuevos contingentes en estructuras paramilitares de acción patriótica, no ya para ejecutar la contrarreforma agraria sino para exterminar a la oposición?

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