Si la pereza de los quejosos trepa la abstención al 60% este domingo, elegiremos un Congreso más torvo, reaccionario y azaroso que el de los últimos tres lustros. Pues se elige por acción, votando; y por la omisión de los eternos indignados que no se untan de urna y conceden a la contraparte todo el poder de decisión política. El viejo contingente de corruptos y parapolíticos seguiría en su curul, por interpuesta parentela. Y se abriría el abanico de los agraciados hacia otros partidos de la derecha, como Cambio Radical. Este integró en su campaña a la hez de la política, que da línea y pone candidatos desde la cárcel y los estrados judiciales. De 55 dirigentes reclutados por él en el país, 37 andan en malos pasos: hay 8 condenados (Édgar Torres, Julio Acosta, Miguel Pinedo, el Gordo García, Enilse López, Pedro Pestana, Hugo Aguilar y Ramiro Suárez); 16 investigados, 13 en dudosa condición y 18 sin complicaciones legales. Vale decir: 67% de su dirigencia apesta. El hecho es que 20 clanes familiares se tomaron la política en Colombia; con pater familias que deciden en la sombra reemplazos a su antojo y cultivan relaciones non sanctas.

Del Centro Democrático vino el ejemplo: proliferan en sus listas hijos, sobrinos y amigos de gamonales en prisión o investigados por parapolítica y corrupción. Con el proceso que la Corte Suprema acaba de abrirle a Álvaro Uribe por presunta relación con el paramilitarismo, por la masacre de El Aro y por supuesta manipulación de testigos, se creyó que el expresidente mordería el polvo. Más aún, con la sospecha viva todavía de que hubiese violado a una periodista. O con pesquisas por presunta responsabilidad en la muerte de Pedro Juan Moreno, su mano derecha en la gobernación de Antioquia.

Pero no. Ni siquiera la divulgación del kilométrico prontuario de sindicaciones  que obran contra él provocó el más leve rubor en su fanaticada. Antes bien, candidato, cauda y bancada cerraron filas alrededor del “perseguido”. Iván Duque, el Uribito de turno cuya inocencia prestada mueve a risa, se congració con los suyos ensayando una bufonada. Dijo que la decisión de la Corte obedecía a un “acuerdo no escrito (del Gobierno) con las Farc (para) encarcelar a Álvaro Uribe”. Fácil le resultó cohesionar al uribismo en defensa anticipada del jefe: cosechaba en la cultura del protomacho que se hace camino a codazos sin parar mientes en maricaditas de moral. Para escándalo del mundo, y por enésima vez, desafiaba el CD a la justicia. Obra en este partido la solidaridad de cuerpo propia de las organizaciones autoritarias: de ejércitos e iglesias, donde la mística y la sumisión al superior son el pegamento sicológico de la colectividad. Y el político, que va por sus 20 curules de Senado.

Desdichado panorama que podría revertirse si la juventud citadina acudiera este domingo a las urnas. Si escuchara la reconvención de Gramsci contra los apáticos: Deploro, dijo, la indiferencia política y la abulia porque ellas son parasitismo y cobardía. “La indiferencia es el peso muerto de la historia… opera pasivamente, pero opera… el mal que se abate contra todos acontece porque la masa de los hombres abdica de su voluntad… desprecio a los indiferentes porque me fastidia su lloriqueo de eternos inocentes”.

Votar no es sólo un derecho, es también un compromiso con el país. Para que el escepticismo mute en acción transformadora. Y habrá por quién votar: Por Angélica Lozano, Antonio Sanguino e Iván Marulanda para Senado por los Verdes; en el mismo partido, para Cámara en Antioquia, por Daniel Duque y, en Bogotá, por Juanita Goebertus. Colombia merece un Congreso distinto del de las bancadas maquinadoras y uñonas. ¡A cambiar la historia!

 

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