por Cristina de la Torre | Jul 27, 2008 | Uribismo, Iglesias, Régimen político, Julio 2008
Alvaro Uribe no montará una teocracia en Colombia. Tampoco lo logró Bush en Estados Unidos. Pero ambos convirtieron el renacer de la religiosidad en arma política, por la vía del fanatismo y la exclusión. Uribe, además, transforma su exhibicionismo católico en religión oficial que anuncia la resurrección del Estado confesional; y en metáfora del pensamiento único. Evoca tiempos aciagos del monoteísmo militante que se resuelve en exterminio de herejes, así como las autocracias mesiánicas aplastan al disidente político. Imperio de la fe única, así en religión como en política; del dogma bíblico secularizado, traducido en supresión de toda impureza y diferencia, desde el jacobinismo hasta los totalitarismos de nuestros días.
Una paradoja singulariza lo nuestro: este misticismo se apodera tanto de un gobierno que tolera a delincuentes en su seno, como de un genocida confeso, Mancuso, que ha dado en menear ahora, sin pudor, la imagen de Dios ante sus víctimas. Larga historia le antecede. Sus símbolos más recientes, el de Monseñor Builes pulpiteando a muerte a masones, liberales y libertinos, escoria de la sociedad llamada a desaparecer bajo la espada sagrada del gobierno azul; y el de los sicarios de Pablo Escobar que se encomendaban a la Virgen para no errar el tiro asesino.
En Colombia esta teodicea permanece latente, ave fénix que resurge de sus cenizas periódicamente. Una vez, gracias a la derrota del liberalismo por la Regeneración y su Concordato con la Santa Sede. Otra, gracias a la conjura contra el intento de modernización liberal de López Pumarejo. Se impusieron entonces el conservadurismo y la jerarquía más reaccionaria de una Iglesia que había desembarcado aquí en el momento más oscuro del oscurantismo inquisitorial de España.
Raíces análogas presentan las sectas que le imprimieron su sello al gobierno de Bush. Si el catolicismo se sembró aquí en el pasado, en Estados Unidos el calvinismo montó una teocracia oligárquica que gestó la industrialización. Perseguidores de brujas y de disidentes tenidos por herejes, intolerantes hasta el paroxismo en moral sexual, marcharon en pos de la riqueza, Biblia en mano, sacrificando boato y placer, como lo enseñara Calvino. Entre puritanos, ascetismo y oro van de la mano. No han cambiado. Al fundamentalismo del islam respondió Bush con una guerra del “Bien” contra el “Mal” en tierras del petróleo que enriqueció a su familia. El reverendo Mike Huckabee, pastor evangélico que casi ganó la candidatura republicana, se enfrentó a un candidato mormón, no por razones política sino religiosas. Cuando lo acusó de hereje, de aprobar el aborto y de haberse casado tres veces, su popularidad se disparó.
En la Biblia; en las guerras de religión y la Inquisición; en la pureza revolucionaria de Robespiérre que reencarna en Hitler y en Stalin y en Mao, yace la legitimación moral de la crueldad. El monoteísmo, fuente religiosa del poder unipersonal, contribuyó a la tragedia de la civilización occidental. Y va incrustado en el corazón mismo de la democracia, que debe luchar por hacer prevalecer el politeísmo y el pluralismo: Liberatad de cultos y libertad de partidos.
Mucho le ha costado a Colombia ingresar en la modernidad. No bien se afirmaba como Estado laico, le baja del cielo un caudillo que convierte sus políticas en religión y amenaza tornar al Estado confesional. Inaceptable. Tanto más cuando la arrogancia puñetera del poder bruto se disfraza de tul mariano, e imita la comedia del falso pío de Moliére. Se nos viene un tartufato.
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Duele en el alma la muerte de Luis Villar Borda. Duele la orfandad de nuestro pobre país, que así pierde a sus mejores hombres mientras se llena de ilustres insignificancias.
por Cristina de la Torre | Jul 20, 2008 | Uribismo, Internacional, Personajes, Régimen político, Julio 2008
La reconciliación de los Presidentes Uribe y Chávez sobrevivirá a la desconfianza que recaerá sobre Colombia por saltarse el derecho internacional y el código penal con el uso del emblema de la Cruz Roja en la Operación Jaque. Si opuestos en ideas y en los bandos del conflicto, lazos más potentes los unen en el estilo de gobernar. Con Fujimori, los mandatarios de Colombia y Venezuela configuran el trío dinámico del nuevo populismo andino. Una abundante dosis de megalomanía, hinchada por la popularidad, los eleva a redentores de los desvalidos, prestos a sacrificarlo todo por la patria. Incluso la democracia, que desfallece acorralada por una legitimidad plebiscitaria tan antigua como la embotadora incandescencia del trópico. Transformada la política en reality de televisión para la masa amorfa, nada parece hermanar tanto a estos caudillos como su talento para el melodrama mediático, de rojo Chávez en Aló Presidente, de ruana Uribe en sus consejos comunales.
Fujimori y Chávez triunfaron por las urnas y, no bien posesionados del cargo, derivaron en autócratas. El peruano, para montar el neoliberalismo; el venezolano, diez años después, para desmontarlo. Trepados sobre el descontento popular, concentraron todo el poder en la persona del gobernante, avasallando el sistema de división de poderes públicos propio de la democracia. Como lo señala el analista peruano Martín Tanaka, al calor del caudillismo socavaron la competencia política e instalaron populismos autoritarios, si bien de signo político contrario. Movilizaron a los excluidos. Y feriaron como cosa propia los recursos públicos entre la pobrecía, ya en consejos comunales el “Chinito”, ya en “misiones” el bolivariano. Pero ambos gracias a la centralización del gasto social en la oficina del Presidente.
Chávez debutó con referendo para convocar una constituyente que envolvió un régimen autoritario en gasas de “democracia directa”: disolvió el Congreso y las asambleas legislativas. Destituyó gobernadores. Clausuró el Consejo del Poder Judicial y la Corte Suprema de Justicia. El “encarnaba” la voluntad popular. Luego, hincó sus garras sobre la renacida Corte Suprema, censuró la prensa, hizo aprobar una ley de reelección indefinida, y acreció la dilapidación populista de la renta petrolera.
Fujimori redujo, de entrada, la hiperinflación que agobiaba al país y derrotó a la guerrilla de Sendero Luminoso. Entonces se propuso monopolizar todo el poder, indefinidamente. Dio autogolpe, y clausuró el Congreso y los órganos supremos del poder judicial. Triunfó sobre los partidos y las instituciones democráticas, gracias al respaldo de las Fuerzas Armadas, de los grandes empresarios, y del pueblo. También él convocó Constituyente mediante referendo, para concentrar el poder en el Ejecutivo y dar vía libre a la reelección del Presidente.
Si bien Uribe comparte con sus homólogos el talante y ejecutorias varias, hay diferencias. Primero, aquí la polarización disolvió el centro y convirtió en país de derecha al que era mayoritariamente liberal. El gobierno, con ayuda de las Farc, terminó por imponer la definición de opciones políticas según parámetros de guerra: se es uribista o antiuribista. Segundo, no se han clausurado el Congreso ni las Cortes. Pero el nuestro es un Legislativo subordinado al Presidente. Y si la Corte sucumbe a la persecución del mismo, terminará por supeditar las decisiones judiciales al interés político del Príncipe. Tercero, pocos gobiernos han desconceptuado como éste a la oposición, y tolerado tanto las malas compañías en el poder.
Justificada la arbitrariedad por sus éxitos contra la guerrilla, Uribe emula el modelo de los vecinos. La diferencia parece ser de grado, no de naturaleza. Dios, que tan de moda está, nos libre de ese mal.
por Cristina de la Torre | Jul 13, 2008 | Uribismo, Internacional, Régimen político, Julio 2008
La “operación jaque” cubrió con un manto de gloria al Presidente Uribe. Pero en este gobierno “de opinión”, meticulosamente enderezado a cautivar a la galería, el manto puede convertirse en sombra. Sombra de olvido que la manifestación del 20 de julio ayudará a extender sobre los políticos uribistas sub judice por colincharse con paramilitares; sobre delincuentes que fungen como funcionarios de Estado; sobre el cohecho que habilitó un segundo período presidencial, sobre el oscuro episodio de Tasmania.
Prontuario frente al cual el Presidente reacciona con agravios contra el poder Judicial. Y con un llamado a referendo que lo ratifique en el mando, aduciendo su predilección por las mayorías de avemaría y alpargatas. Acaso la improcedencia del tal referendo le parezca un tecnicismo jurídico, salvable, pues se trata es de ambientar la reelección de 2010; de salir airoso de la acción de la justicia por el atajo de la “democracia popular”. Recurso archisabido de cuanto valentón tropical se erigió en caudillo. El editorialista de El Espectador teme que este peligroso juego que avasalla a los otros poderes públicos degenere en tiranía.
La sombra querrá ocultar también las inequidades de un modelo que ha redistribuido la pobreza por lo bajo y considera el desempleo un mal necesario. El 64% de los compatriotas del Presidente Uribe son pobres y más de la cuarta parte de los nuestros vive en la miseria. El crecimiento no favorece sino al los ricos. Colombia se acerca al primer lugar de inequidad económica en el mundo y sus niveles de desempleo son los más altos de América Latina. Cuatro millones de emigrados en el extranjero y otros tantos desplazados configuran un vergonzoso 19% de colombianos sin patria.
Nuestro editorialista invita a poner de nuevo en primer plano el problema del desarrollo, borrado, tiempo ha, de nuestra vida pública. En 1963, recuerda, el PIB de Colombia era 10 veces el de Corea; hoy el ingreso per cápita del país asiático es 10 veces el de Colombia.
Aleccionadora la experiencia del Sudeste Asiático. Economías agrarias hace medio siglo, saltaron ellas a un modelo industrial exportador que las situará a poco andar en primerísimo lugar del concierto del mundo. Modelo coetáneo del de la Cepal en América Latina, el Sudeste Asiático perseveró en invertir en industria; en negociación de tecnología extranjera; en preparación de la mano de obra para el desarrollo, en planeación de largo plazo para lograr un crecimiento capaz de elevar el nivel general de vida. Corea monta un Estado empresario que, además, controla la banca y apoya a grandes conglomerados domésticos, mientras eleven la productividad, las exportaciones y el empleo. Son los del Sudeste Asiático Estados fuertes, pero sin sofocar la empresa privada ni la libre competencia. Hacia 1979, ya economías solventes y capaces de competir, empiezan a desmontar la protección, a abrirse al libre comercio. No antes, como es norma absurda en Colombia desde 1990.
Nuestros profetas del laissez-faire se reirán del Sudeste Asiático. El gobierno no tocará los mercados, ni creará empleo productivo. Multiplicará su asistencialismo queriendo presentar como inversión social lo que no es sino inversión electoral del Príncipe en el gobierno a perpetuidad de su Graciosa Majestad. Caridad televisada que, al lado de sus golpes a las Farc, mantendrá todavía adormecidas las tensiones sociales de un sistema que ahonda las desigualdades y mina la democracia.
Colombia no ha sido una democracia madura. Pero hoy se nos invita a desandar, aún más, el camino, hacia un populismo rupestre. La liberación de secuestrados, gloria de una victoria memorable lograda en la guerra, queda al servicio de un hombre que marcha sin vacilar hacia un autoritarismo declarado.
por Cristina de la Torre | Jul 6, 2008 | Conflicto interno, Proceso de paz, Julio 2008
Al gobierno le debemos los colombianos la felicidad de ver libres a Ingrid y sus compañeros de cautiverio. Vaya para él nuestro reconocimiento. Producto de una asombrosa operación militar, esta liberación se le aparece como la Virgen al presidente Uribe, en el momento más dramático de sus seis años de mandato: cuando la Corte Suprema cuestiona la legalidad del acto que autorizó su reelección y, para burlar la justicia, el Primer Magistrado pone la democracia al borde del abismo. Mas la contundencia del golpe a las Farc cambia la ecuación de la guerra y le permite al Presidente un replanteamiento de fondo: ahora “la seguridad democrática no es un fin en sí mismo sino un camino hacia la paz total”.
También Ingrid ve abrirse la puerta de la paz. Pero, a diferencia de Uribe, ella estima que en el origen del conflicto colombiano anidan problemas sociales nunca resueltos, y que las transformaciones que se imponen no pueden darse sino en democracia. En suma, sin democracia no puede construirse la paz. Planteamiento prometedor en una figura que podría cohesionar las fuerzas adversas a la reelección en 2010 reivindicando el principio democrático de la rotación en el poder; y convidar a debatir programas en este desierto de la política colombiana plagado de partidos sin dientes y sin carne.
Hablando de programas, si Obama ganara la presidencia de EEUU, nos pondría a pensar en la Alianza para el Progreso, estrategia de centro-izquierda que él espera reeditar. A pesar de sus abriles, aquella propuesta aportaría a la resolución de nuestros problemas de base, siempre represados por una derecha intransigente, altanera, y una izquierda apocada que teme desaparecer al primer contacto con la realidad.
McCain recoge la tradición de la política del garrote, hoy en versión de guerra santa contra el terrorismo, y los lineamientos del Consenso de Washington. Obama rescata la doctrina del Buen Vecino de F. D. Roosevelt y la Alianza para el Progreso de Kennedy. Orador inspirado, de audiencia fervorosa y creciente, el demócrata propone combatir “la globalización de los estómagos vacíos”, los tratados comerciales que sólo favorecen a los poderosos. Le ofrece a América Latina más desarrollo económico y social que apoyo militar. Revertirá la tendencia ultraconservadora y neoliberal de Bush, e irrespetará el dogma del mercado.
Kennedy persiguió el desarrollo acelerado para estos países, pero acompañado de un cambio social que superara la miseria y el atraso. Almendrón de su propuesta eran reforma agraria, industrialización, redistribución del ingreso y universalización de los servicios sociales del Estado. Su política exterior fue flor de un día. Sus sucesores convirtieron la ayuda de la Alianza en inversión militar o en créditos condicionados. Obama sostiene que democracia social y económica corre parejas con libertad política. Atribuye la crisis de nuestra democracia y el renacer del populismo al auge de la pobreza.
La oferta de paz del presidente Uribe no podrá consultar apenas la relación militar de fuerzas sino la pléyade de inequidades que, de persistir, seguirán generando conflicto y violencia. Tendrá que acometer también una reforma enderezada a consolidar la democracia política: garantizar el derecho a disentir para que la oposición no se convierta en insurgencia; respetar la independencia de los poderes públicos; fortalecer los partidos y protegerlos contra los embates de la delincuencia; garantizar la alternación en el poder.
Pero así como Uribe ha podido gobernar por dos períodos gracias a la guerra contra las Farc, ahora tienen éstas la pelota: o aceptan la imposibilidad de tomarse el poder por las armas, y reconocen el repudio universal al secuestro, o seguiremos en la paz de los sepulcros.