por Cristina de la Torre | Jun 30, 2020 | Cuarentena, Banca, Junio 2020
Una pesadilla: casi todo en este Gobierno parece enderezado a convertir la pandemia en medio para armarles una danza de los billones a los validos de la fortuna, mientras acaba de hundir en el hambre a la mitad de la fuerza laboral. Agita, hiperbólico, la cifra de $117 billones, 11% del PIB, dizque para paliar la crisis. Pero nadie los ve. Salvo los banqueros, no los ven los pequeños empresarios ni los desempleados ni los pobres arrojados a la miseria ni los hospitales ni el 76% de los médicos, que salvan vidas sin contrato de trabajo. Y el presidente no explica dónde esconden el tesoro que, sin ojos encima, podrá desaparecer entre dentelladas de corruptos.
La feria ofrece también su arista macabra: el primer día sin IVA disparó la velocidad del contagio, que ya corría hacia la cima, duplicó la cifra proyectada de muertos y los otros días sin IVA la repotenciarán aún más. Al punto que la alcaldesa Claudia López decretará nueva cuarentena estricta para Bogotá. Todo montado sobre la ficción de que la venta masiva de televisores extranjeros, negocio de importadores, reactivaría la economía colombiana. Desentendido del desastre que el propio Gobierno agranda, ahora se muestra éste alarmado ante la inseguridad que se pasea desafiante por las calles. ¿Olvida que la curva de inseguridad sube a la par con la del hambre? Si cree redimir con chichiguas a la pequeña empresa (fuente del 90% del empleo) y solventar con $160.000 a los hogares más vulnerables en vez de entregarles una renta básica de salario mínimo, será porque también olvida que la economía se activa justamente dándole a la gente con qué gastar.
Informa el Observatorio Fiscal de la Universidad Javeriana que sobre los $117 billones que el Gobierno dice haber destinado a la pandemia no hay cuentas claras ni plan concreto de gasto. Sólo hay información de “una pequeña parte de los recursos”. Del 11% sobre el PIB que el Gobierno canta como inversión contra el virus, más de la mitad, $60 billones, serían garantía de crédito para los bancos, no recursos gastados. Fuente de gasto sí son los $24 billones del Fome. Pero todos los traslados reales para la crisis suman apenas $3,6 billones, un modestísimo 0,34% del PIB. Es que anuncios no son gasto. Se sabe que de los $6,8 billones girados a Salud (casi todo gasto corriente), $5,7 billones terminaron en las EPS; descontando dos billones para pagar incapacidades que éstas debían haber cubierto. De los 673.000 trabajadores de Salud, apenas el 24% tiene estabilidad laboral.
Según la Cámara de Comercio de Bogotá, sólo el 4,9% de las micro y pequeñas empresas ha recibido ayuda oficial. Y dice Portafolio que del medio billón destinado a crédito para nómina de microempresas, a 18 de junio apenas se había desembolsado el 0,62%. ¿Por qué no financia el Gobierno directamente a estas empresas, sin la inútil mediación de los bancos?
A la voz de renta básica, huyen despavoridas nuestras autoridades, pues es partida que el Estado asigna lo mismo a la población focalizada que a la informal, como auxilio adicional a la financiación pública de salud, educación, vivienda y pensiones. En toda Europa opera este instrumento de redistribución del ingreso y la riqueza financiado con impuestos a los más ricos, y con la pandemia se extiende sin cesar. También en México y en Argentina rige. Aquí se propone sólo por tres meses y para los más necesitados. Vade retro, se dirá la caverna que nos gobierna, ¡cómo arañarle una pizca a la pobre viejecita de la banca!
Así vamos: empatando ñeñepolítica con ñeñevirus. Hasta cuando el presidente Duque tenga que informar dónde están esos $117 billones que no pertenecen a especuladores financieros sino a todos los colombianos.
por Cristina de la Torre | Jun 22, 2020 | Modelo Económico, Junio 2020
Sorpresa: Bruce MacMaster, vocero de los industriales, amaga distancia frente a la pauta reaccionaria del modelo económico que Duque y su Consejo Gremial sostienen. Critica el “discurso ideológico mal fundamentado que condujo a la destrucción de la empresa nacional”, la doctrina de apertura comercial que engavetó las políticas de desarrollo industrial. ¡Anatema! Anatema también contra Gabriel Poveda Ramos, preclaro historiador de la industrialización en Colombia y defensor del desarrollo durante décadas, desde la planta de producción, desde el aula universitaria, desde la propia Andi. Denuncia Poveda “el puntillazo catastrófico de Gaviria que, por orden del Consenso de Washington, cayó sobre la industria colombiana en 1990” (aciicolombia.org, 2014): una danza macabra, dirá a la letra, de mentes enloquecidas llenas de odio por lo bien hecho durante muchos decenios con el trabajo nacional y sus ahorros.
Retomemos, glosándolo, brochazos de esta historia. Se remonta él a 1904, cuando Rafael Reyes –intervencionista, proteccionista, colombianista– lanza la industrialización. En 1920 Sao Paulo en Brasil, Monterrey en México y Medellín figuran como las ciudades industriales de América Latina. Su impulso mayor fue la virtual desaparición de importaciones durante la Primera Guerra: limpia quedó la arena para producir aquí lo que faltaba. Desde entonces y hasta 1950, se pasó de 40.000 a 150.000 obreros fabriles. A ello tributaron el crecimiento demográfico, la urbanización acelerada, la producción y exportación de café, la electrificación de las ciudades… ¡y la Segunda Guerra! Renació la urgencia de sustituir importaciones. Con grandes falencias (la dependencia tecnológica del extranjero y la timidez para saltar a la producción de maquinaria y equipo) siguió, no obstante, consolidándose la industria, hasta 1990.
Fecha aciaga que desencadenó el desastre. Se privatizaron las empresas y los bancos del Estado. Se desmantelaron las instituciones oficiales del desarrollo económico: ICA, IFI, Incora y la banca de fomento. Se arrasó súbitamente con los aranceles aduaneros. Y se convirtió a la salud en “un negocio crematístico de codicia, sin normas éticas”. Desde entonces, desaparecen fábricas sin cesar o se convierten en importadoras y distribuidoras de lo que producían antes. En 1991, el aporte de la industria al PIB era 24%; en 2014, 11%.
Clama Poveda por devolverle al Estado su función de promotor del desarrollo para crear empleo, transformar nuestros recursos agregándoles valor, elevar el nivel científico y tecnológico del país mediante un desarrollo industrial propio y democratizar la propiedad empresarial. Además, para fundar el ministerio de industria, con capacidad promotora y planificadora. Reconstruir el arancel, exigiendo al sector beneficiado producir mucho y bueno y crear empleo. Reindustrializar a tono con el siglo.
También MacMaster propone trazar una política de desarrollo industrial, con líneas de fomento y crédito para el sector; defender al país de prácticas comerciales desleales, y trazar una campaña envolvente de “compre colombiano”. De porfiar en ello, se sumaría la Andi al cambio que no da espera.
Desde flancos insospechados parece resurgir, pues, gracias al virus, la divisa de sustitución de importaciones. De un proteccionismo moderado, agreguemos, lejos del radical que a los países desarrollados les permitió industrializarse. Mas para Rudolf Hommes, gran animador del Consenso de Washington en Colombia, es éste “un camino equivocado (…) La economía que nos proponen ya sucedió, y no funcionó”. Funcionaba y le cortaron las alas. Se las cortó, diría Poveda, la presuntuosa clase dirigente que suspiraba con la danza de los aprendices de brujo que gobernaron irresponsablemente a Colombia.
por Cristina de la Torre | Jun 15, 2020 | Cuarentena, Banca, Junio 2020
Lerdo para girar ayudas a los sectores más golpeados en la pandemia, veloz para azucarar la inoperancia de su Gobierno y, acaso, para esconder el escándalo que lo deslegitima, la ñeñepolítica. Es el juego del presidente –que no fábula– de la tortuga y el zorro. Mucho se ha esforzado él por mejorar su imagen, creyendo más en el forro publicitario de su programa de televisión recargado de diminutivos y halagos al común que en el golpe de realidad que llega todos los días a manos de los colombianos. Pero terca, la verdad se impone: la aprobación a Duque sólo subió de 24 a 36 en tres largos meses de propaganda intensiva.
Debe de ser, entre otros monumentos a la ineficiencia, porque de los $13,7 billones destinados a salud en la pandemia sólo se habían girado hasta la semana pasada $1,5 billones nuevos. Pachorra en el suministro de recursos que comprometió en buena medida la adecuación del sistema de salud a las exigencias de la crisis y desperdició el sacrificio humano y económico de la cuarentena. Será también por la grosera patraña de poner presos a los agentes que entregaron evidencias de financiación de la campaña presidencial por paramilitares, fueron suspendidos de sus cargos y no podrán comunicarse con testigos. Avanzada del fiscal cachas del presidente para anular el poder probatorio de los audios que darían lugar a otro proceso 8.000, no ya en cabeza de Ernesto Samper sino de Iván Duque. Además, por encubrir la barbaridad apresando sin razón legal al que fuera gobernador estrella de Colombia y primero en la lucha contra el coronavirus, Aníbal Gaviria, dizque por falta de vigilancia sobre un contrato suscrito hace 15 años. El zorro en acción.
Y, al paso del zorro, la tortuga financiera: auxilios tardos y deleznables para los atenazados entre el hambre y el virus. En su catarata de anuncios, dijo el presidente que el subsidio de medio salario mínimo para trabajadores llegaría a 6 millones de personas, mas sólo el 13% lo había recibido. Dispuso un auxilio franciscano de $160.000 para tres millones de familias y apenas a un millón le había llegado. Según Acopi, tres cuartas partes de sus empresas no han logrado acceso al mecanismo del crédito bancario que, por lo visto, sólo funciona para las grandes empresas.
54 senadores de todos los partidos –salvo del conservador y el CD– proponen adjudicar renta básica de un salario mínimo por tres meses para 9 millones de hogares. Costaría $20 billones, 2% del PIB. Pero el Gobierno da largas, acaso en la esperanza de que en la última semana de sesiones del congreso naufrague por falta de tiempo la iniciativa. Se promueve, en cambio, ya abiertamente, una reforma que cambia el andamiaje de la legislación laboral. Comprendería flexibilización para no pagar horas extras ni festivos; trabajo por horas, para ampliar la informalidad; teletrabajo, para trasladar costos al trabajador, salario integral sin prestaciones y reforma pensional en favor de los fondos privados.
Revelaciones de la última encuesta de Datexco: 73% de los colombianos considera que el Gobierno maneja mal el problema del desempleo y mal los impuestos; 81%, que maneja mal la corrupción, 68% desaprueba su manejo de la salud y sólo el 15% piensa que la seguridad ha mejorado. Señales de que la avaricia de este Gobierno para con las mayorías desprotegidas y el intento descarado por borrar su pecado original, la ñeñepolítica, no tienen futuro. Llegados a esta altura de la crisis, debería el presidente llamar al orden a su ministro Carrasquilla y a su fiscal Barbosa, tan dados a confundir arbitrariedad y desafuero con energía de carácter. A no ser que aplauda el jefe en privado la impecable ejecución de sus órdenes.
por Cristina de la Torre | Jun 8, 2020 | Presidente 2018, Junio 2020, Sin categoría
Epítome de la democracia, primera potencia económica del mundo, Estados Unidos edificó su poder y su gloria sobre la esclavitud. Y sobre las ambigüedades de Abraham Lincoln. Dio el prócer la libertad a los esclavos, pero no los emancipó del sojuzgamiento de su raza, siempre alimentado por una argucia: la leyenda de superioridad moral del blanco, fuente de todas las afrentas que molieron por siglos a la minoría negra. Sicología aristocratizante de Los Elegidos, de Calvino, que hoy encarna un sátrapa de banana republic. Mas si Trump enloda hasta la pestilencia cuanto toca, si confecciona la peor crisis sanitaria y de empleo que se ensaña mayoritariamente en los negros, reanima por torpeza una cepa de la democracia estadounidense que en el siglo XIX maravilló a Tocqueville: el poder organizado de la comunidad y su derecho a voz colectiva.
Por vez primera desde los años 60, se ha volcado el pueblo a las calles de todas las ciudades, desafiando la pandemia, el toque de queda, los perros rabiosos que el presidente alista y al ejército que dispararía, heroico, contra la multitud inerme. Chiquitos le quedarán Pol Pot y Leonidas Trujillo y Rafael Videla y Ortega el de Nicaragua. Tal la insania del mandatario, que ha galvanizado todas las rabias: las de mujeres, minorías, desempleados, ecologistas, intelectuales. Y la ira milenaria de los negros. Trump provocó fisuras en su propio partido; emplazamiento de gobernadores, alcaldes y figuras del Pentágono y del Departamento de Estado que no ha mucho lo rodeaban todavía; reconvención de cinco expresidentes, y extensión de la protesta hacia el mundo entero.
Una poderosa razón económica dio sustento a la esclavitud en ese país: la imperiosa necesidad de mano de obra gratuita para tributar con el más arcaico sistema de explotación del trabajo en inmensas plantaciones de algodón y tabaco a la más formidable acumulación de capital. El sistema esclavista al servicio del sistema capitalista. Recuerda el historiador Howard Zinn el vuelco demográfico que significó: en 1790 la producción de algodón era de mil toneladas y requería 500 esclavos; 70 años después alcanzó el millón de toneladas y cuatro millones de esclavos. Para mantenerlos a raya, se creó todo un sistema de control legal, social y religioso cuyo espíritu conservan los sectores más retardatarios de esa sociedad, pese a la abolición de la esclavitud en 1863 y a la concesión de derechos civiles formales en 1965.
De ello es responsable también Lincoln, emancipador a regañadientes de los esclavos, por el legado de ambivalencia que dejó y sirvió, de lejos, a quienes porfiaban en la opresión de la raza negra. A caballo entre esclavistas y rebeldes, por puro interés electoral, reconocía que la esclavitud era hija de la injusticia, pero creía que buscar su abolición agravaría el mal. Ya proclamaba la igualdad entre los hombres, como reconocía –en auditorios de oligarquía esclavista: “yo tengo por raza superior a la blanca”. Confesaría por fin que su propósito apuntaba a salvar la Unión Americana, no a batirse en la disyuntiva de destruir o preservar la esclavitud.
Ante las multitudinarias jornadas de hoy, invita Obama a “forzar el cambio”. A convertir el momento en un punto de inflexión, combinando política y movilización pacífica, para organizar el voto por quienes harán las reformas. Disuelta toda impostura, derrumbado el mito de la sociedad igualitaria, pero recobrado el poder de la ciudadanía, enfrentan los estadounidenses un desafío dramático: o convierten el grito callejero por igualdad y justicia en programa alternativo de Gobierno, o bien, humillan la cerviz a la amenaza del tirano para quien “el único buen demócrata es un demócrata muerto”.