U.S.A: entre banana republic y democracia

Epítome de la democracia, primera potencia económica del mundo, Estados Unidos edificó su poder y su gloria sobre la esclavitud. Y sobre las ambigüedades de Abraham Lincoln. Dio el prócer la libertad a los esclavos, pero no los emancipó del sojuzgamiento de su raza, siempre alimentado por una argucia: la leyenda de superioridad moral del blanco, fuente de todas las afrentas que molieron por siglos a la minoría negra. Sicología aristocratizante de Los Elegidos, de Calvino, que hoy encarna un sátrapa de banana republic. Mas si Trump enloda hasta la pestilencia cuanto toca, si confecciona la peor crisis sanitaria y de empleo que se ensaña mayoritariamente en los negros, reanima por torpeza una cepa de la democracia estadounidense que en el siglo XIX maravilló a Tocqueville: el poder organizado de la comunidad y su derecho a voz colectiva.

Por vez primera desde los años 60, se ha volcado el pueblo a las calles de todas las ciudades, desafiando la pandemia, el toque de queda, los perros rabiosos que el presidente alista y al ejército que dispararía, heroico, contra la multitud inerme. Chiquitos le quedarán Pol Pot y Leonidas Trujillo y Rafael Videla y Ortega el de Nicaragua. Tal la insania del mandatario, que ha galvanizado todas las rabias: las de mujeres, minorías, desempleados, ecologistas, intelectuales. Y la ira milenaria de los negros. Trump provocó fisuras en su propio partido; emplazamiento de gobernadores, alcaldes y figuras del Pentágono y del Departamento de Estado que no ha mucho lo rodeaban todavía;  reconvención de cinco expresidentes, y extensión de la protesta hacia el mundo entero.

Una poderosa razón económica dio sustento a la esclavitud en ese país: la imperiosa necesidad de mano de obra gratuita para tributar con el más arcaico sistema de explotación del trabajo en inmensas plantaciones de algodón y tabaco a la más formidable acumulación de capital. El sistema esclavista al servicio del sistema capitalista. Recuerda el historiador Howard Zinn el vuelco demográfico que significó: en 1790 la producción de algodón era de mil toneladas y requería 500 esclavos; 70 años después alcanzó el millón de toneladas y cuatro millones de esclavos. Para mantenerlos a raya, se creó todo un sistema de control legal, social y religioso cuyo espíritu conservan los sectores más retardatarios de esa sociedad, pese a la abolición de la esclavitud en 1863 y a la concesión de derechos civiles formales en 1965.

De ello es responsable también Lincoln, emancipador a regañadientes de los esclavos, por el legado de ambivalencia que dejó y sirvió, de lejos, a quienes porfiaban en la opresión de la raza negra. A caballo entre esclavistas y rebeldes, por puro interés electoral, reconocía que la esclavitud era hija de la injusticia, pero creía que buscar su abolición agravaría el mal. Ya proclamaba la igualdad entre los hombres, como reconocía –en auditorios de oligarquía esclavista: “yo tengo por raza superior a la blanca”. Confesaría por fin que su propósito apuntaba a salvar la Unión Americana, no a batirse en la disyuntiva de destruir o preservar la esclavitud.

Ante las multitudinarias jornadas de hoy, invita Obama a “forzar el cambio”. A convertir el momento en un punto de inflexión, combinando política y movilización pacífica, para organizar el voto por quienes harán las reformas. Disuelta toda impostura, derrumbado el mito de la sociedad igualitaria, pero recobrado el poder de la ciudadanía, enfrentan los estadounidenses un desafío dramático: o convierten el grito callejero por igualdad y justicia en programa alternativo de Gobierno, o bien, humillan la cerviz a la amenaza del tirano para quien “el único buen demócrata es un demócrata muerto”.

 

 

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Pacto con quién y sobre qué

Pese a la embestida de troglodita que el Centro Democrático protagonizó contra el Presidente Duque cuando asumía el cargo —con oda a Álvaro Uribe, descalificación de sus jueces y puñaladas al llamado del ungido mandatario a la unidad— un pacto con el uribismo sobre políticas de Gobierno no ofrecerá obstáculos: serán las mismas del expresidente en la cosa tributaria, laboral, agraria y de seguridad. Distinto sería un compromiso en materias de Estado, como el respeto a la vida y la preservación de la paz: aquí se mostraría esta caverna cuando menos retrechera. La oposición, por su parte, adversario natural del poder en funciones, casi medio país que hoy agradece el estrechón de manos entre Robledo y Petro, espera iniciativas de fondo. Además, respeto a la libre controversia entre propuestas de gobierno. Y a la libertad de prensa, otra vez en peligro por amenazas de muerte contra la periodista que registró reunión secreta de la bancada uribista –gavilla “traidora” de malandrines que despotricaba del Gobierno que ella misma había elegido.

Mas, no es seguro que el Presidente y su partido anden divorciados. Tras el estoicismo con que Duque recibió la avalancha de lodo se habrán cincelado las dos caras de una moneda: cara de Duque, en verso amable, conciliador; sello en ruda prosa del presidente eterno y su bancada de siervos para el debate torticero en el parlamento. Así lo reconoce Nancy Patricia Gutiérrez, ministra del Interior que recibe una de las cinco carteras más importantes del gabinete, entregadas a Uribe. No existe, dijo, distancia real entre uno y otros: el Legislativo tiene que liderar el debate político y el Gobierno tiene que gobernar para todos.

De momento, el pacto se contrae al gran mundo empresarial. Duque ha conformado gabinete con predominio de los gremios, son ellos los que trazan su política económica y liderarán el diálogo social-empresarial. Ellos, quienes derivarán los frutos de trocar la economía campesina en surtidor de asalariados para la agroindustria. Y ahora se los tendrá por punta de lanza de la equidad, exótico papel asignado a capataces y señores que llevan siglos manejando el país como finca de su propiedad. Atavismo que el ministro de Defensa, Botero, recoge  para advertir, indignado, que no permitirá la protesta de minorías alebrestadas contra mayorías indefensas. Y el senador Uribe apunta a sabotear la consulta anticorrupción, como apuntó siempre contra la paz.

Consejo Gremial y ministro Carrasquilla propondrán a dos manos duplicar la base de contribuyentes para cobrar impuesto de renta a quienes devengan desde $1.900.000 y extender el IVA a la canasta familiar de la clase media. Regalos tributarios a las empresas, dizque para elevar la productividad, la competitividad, y las cotas de empleo. Pero demostrado está que estos estímulos, lejos de traducirse en puestos de trabajo, favorecen a un reducido sector de privilegiados. Dígalo, si no, la flexibilización laboral de Carrasquilla-Uribe, con su contratación temporal y de cooperativas; con sus contratos de trabajo a término fijo. Antes que reducirse el desempleo, aumentó el trabajo informal. Y esta política perdura en el nuevo Gobierno.

A las ligas mayores pertenecen las cinco temáticas de Estado que Clara López propone como materia de un pacto de país: respeto a la vida y consolidación de la paz; cumplimiento del Acuerdo con las Farc y apoyo al diálogo con el ELN para terminar definitivamente el conflicto armado; respeto a las libertades públicas, en particular al derecho de movilización y protesta pacífica, defensa de la soberanía nacional y devolución al Estado del valor de la palabra que lo designa. Si el presidente Duque las contempla, ¿incurrirá en traición al padre, para desplomarse bajo su puño de hierro?

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