ALMA DE COLONIZADOS

Con sigilo, taimadamente, a espaldas del Congreso y de la Corte Constitucional, ha suscrito el Gobierno un tratado que podría convertir el territorio de Colombia en puntal de dominio estratégico de EE UU sobre el continente. Semana revela documento del Departamento de Estado que considera a la base de Palanquero lugar ideal para realizar operaciones de amplio espectro en una región “crítica”, sobre todo, por albergar “gobiernos anti-Estados Unidos”. Léase Venezuela, aliado de Irán, el archienemigo atómico de EE UU. Uribe le asegura a la potencia del Norte una trastienda desde donde pueda librar su guerra contra Alá, si ella estalla.

En medio siglo de acuerdos militares, es la primera vez que el país se ve obligado a permitir el ingreso de aviones de guerra y el uso sin límites pre-establecidos de instalaciones y de la infraestructura de comunicaciones por tropas extranjeras. A título de lucha antidrogas, política que el propio Presidente Obama se apresta a revisar, el tratado le permite a EE UU introducir aquí “observadores aéreos de terceros países”. No andaban descaminados los presidentes de Suramérica cuando en Bariloche pusieron el dedo sobre esta llaga.

 Leonino, el tratado concede todas las prerrogativas a la contraparte y a Colombia le reserva la humillante condición de cooperante. Para uniformados y  contratistas, será ese gobierno el que determine sus funciones en suelo colombiano. Vienen, pues, fuerzas armadas de camuflado y de civil. Estos contratistas son miembros de compañías militares privadas que en más de un país operan como ejércitos de mercenarios e incurren a veces en asesinato, en tráfico de drogas y de armas. En 2001, la prensa denunció casos de hombres de la Dyncorp, contratada por el Departamento de Estado para operaciones de fumigación en nuestro país, que resultaron involucrados en tráfico de heroína y comercialización de anfetaminas. Hace dos años el sargento Cohen y el contratista Ruiz violaron a una menor en Tolemaida, y nada les pasó. Todos ellos gozan de libertad y buena salud. A todos los cobija inmunidad diplomática. Y todos, parentela comprendida, podrán ingresar a Colombia sin pasaporte y sin visa.

Amplio y ambiguo es el espectro de servicios que estas compañías militares privadas ofrecen en desarrollo del Plan Colombia: ya asesoran a nuestra fuerza pública, ya le brindan seguridad y entrenamiento, ya desempeñan labores de inteligencia para reunir información de interés público que el Estado renuncia a controlar. Colombia destina jugosas partidas para pagar esos servicios. Así cede el monopolio de la fuerza que las democracias entregan al Estado. Lo privatiza. Lo feria entre particulares que incursionan en actividades de  responsabilidad militar, para agrietar la línea de mando entre la fuerza pública colombiana y el personal de esas empresas. Según datos del Departamento de Estado que publica la revista Zero del Externado, la Dyncorp realiza operaciones militares y participa en combate. Brindan apoyo militar la Northtrop Grumman Information Technology Internacional, Olgoonik y Chenega Federal System. De asesoría y entrenamiento militar se encargan Lockheed-Martin, Arinc Inc, Mantech, Tate Incorporated y Caci Inc.

Gracias al nuevo tratado y a los contratistas, veremos amplificarse el espíritu militarista y la intervención de un ejército extranjero en nuestra guerra. Entre tanto, el Presidente Uribe perseverará en reverencias y larguezas apenas comparables a las del mandatario que le regaló a Venezuela el petróleo de Los Monjes. O a las de aquel otro que, por darle gusto al imperio, permitió la secesión de Panamá. Tienen ellos alma de colonizados.

Comparte esta información:
Share

LA INVOLUCION IRANÍ

Tras la caída del fundamentalismo de Bush, la democracia liberal se anima a librar nuevas batallas. La última, en Irán, desnuda una teocracia agreste montada sobre la exaltación de la identidad islámica para tiranizar al pueblo. Rabia ciega de una secta que convirtió la religión en el látigo del Poder. Pero millones de iraníes marchan al grito de libertad desafiando a la Policía Moral del gobierno de Ahmadinejad, que ya cobra varias decenas de muertos. El fraude electoral del 12 de junio rompió el dique de un inconformismo que crecía desde cuando la “revolución” islámica de 1979 derrocó al Sha, un mandatario más proclive al Estado laico, moderno, que al gobierno de los sacerdotes. La revolución derivó en involución hacia el despotismo oriental que los hombres de la Ilustración francesa menearon como metáfora vergonzosa del absolutismo de Luis XIV. La brutalidad contra la prensa y la Universidad dice, una vez más, del celo con que defienden el pensamiento único todos los dictadores que en el mundo han sido.

El enfrentamiento político entre esta república islámica, ultrarreaccionaria, y la corriente reformista, liberalizante, entraña el lastre de dos concepciones distintas de identidad nacional. La historia del conflicto se remonta a los años 70, cuando la elevación de los precios del petróleo quintuplicó el producto interno del país y el Sha se lanzó a una modernización desbocada. Pero la inflación devoró esta bonanza y el gobierno perdió toda legitimidad: la tradicional, por su enfrentamiento con el sanedrín chiíta; la nacional y patriótica, por su marcada inclinación hacia occidente. De regreso del exilio, el Ayatola Jomeini capitalizó la insurrección  que también nacionalistas y marxistas habían apoyado, persiguió a la izquierda o la eliminó, suprimió las libertades, se ensañó en la mujer y montó un régimen de inspiración divina. Vino, vio y venció. El nacionalismo tornó a su cauce originario, para volverse patrimonio del comunitarismo autoritario que ha gobernado hasta hoy. Su signo, la intolerancia que apadrina una  secta enferma de misión sagrada.

Ha recordado Touraine  que antirrevoluciones como esta de Irán contra una modernización extranjerizante que amenaza la identidad propia se apertrechan en un Estado absoluto, en una cultura excluyente, hija del encierro comunitario. El movimiento identitario deriva en secta. Sacerdotes y mesías se vuelven cruzados de una comunidad idealizada,  intimidada por la pluralidad y la secularización. Destino de todo fundamentalismo, como el nazismo, que invocó a su turno la identidad nacional, la voluntad del pueblo y la raza, pilares de una nueva religión.

Mas no parece que la crisis de Irán traduzca en puridad una lucha entre oriente y occidente. También Europa y Norteamérica padecen las fiebres del Irán. Dígalo, si no, la beligerancia de la ultraderecha gringa, la de Bush, nostálgica de la teocracia que el puritanismo montó en ese país en el siglo XVII y que Obama, protestante-musulmán, debe capotear todos los días. O la versión racista del nuevo nacionalismo que en Italia se resuelve hoy en razias fascistas contra los inmigrantes de color cobrizo. ¿No es éste el mismo odio contra el “otro”, enemigo externo que invade, usurpa y amenaza lo propio? ¿No es el viejo expediente biológico de “superioridad natural” de los viejos amos sobre los colonizados? Pero, proporciones guardadas, occidente exhibe también una tradición democrática que invita a añorar el advenimiento de una primavera en Teherán. Y no como la de Praga, frustrada por el fundamentalismo estalinista.

Comparte esta información:
Share

APRENDER DE MEXICO

El contraste es brutal. Estados Unidos le da a México trato de interlocutor y, a Colombia, de lacayo. Y no es que los manitos sean potencia y nosotros una mirria. Es que México se hace respetar. Hilary Clinton, Secretaria de Estado norteamericana, sorprende al mundo al reconocer corresponsabilidad de su país en el narcotráfico de origen mexicano. A la par, el embajador de E.U. en Colombia, William Brownfield, haciéndose eco de pronunciamiento oficial de su gobierno contra nuestra Corte Suprema de Justicia, se permite cuestionarla por rendir concepto adverso a la extradición de dos colombianos.

Clinton atribuyó la responsabilidad de E.U. en el tráfico de estupefacientes desde México a la demanda “insaciable” de narcóticos en el mercado norteamericano y al  activo suministro de armas por sus naturales a los carteles de la droga al sur del río Grande. A tono con el propio Presidente Obama, deploró la política antidrogas aplicada hasta ahora, pues ésta “no funciona”. Si alarmada porque la violencia de las mafias se cuela en tierra propia, la declaración de Clinton responde también a la tenacidad del Presidente Calderón, quien le exigió a E.U. asumir su parte en la lucha antidrogas. El mandatario declaró que “ellos ponen los compradores y las armas. Nosotros, las drogas y los muertos”; y denunció “la corrupción (tolerada) de autoridades americanas”,  otro factor que explica la expansión del negocio en ese país.

No bien se supo de tan extraordinario viraje frente a México, nos enteramos en Colombia de la arrogante incursión del embajador Brownfield. Y, para ahondar la humillación, Ministro del Interior y Canciller se reúnen con él para explicarle (!) los argumentos de la Corte contra la extradición de “Gafas” y “César”, carceleros de tres norteamericanos secuestrados por las FARC. La disculpa personal que ofreció el embajador no borraba la nota diplomática de su gobierno.

Pero mientras el gobierno de Colombia se postra de hinojos, la Corte Suprema salva el honor. Se niega a reunirse con el funcionario extranjero. Y ratifica su posición, comprometiendo, de paso, al Ejecutivo, en un “manual” de extradición que mantiene esta política pero asegura la independencia de la Corte en la materia: ella no cambiará el principio de negar extradiciones cuando el secuestro tenga lugar en nuestro territorio; ni cuando el sindicado haya sido juzgado  por un mismo delito en el país.

Que México exija compromiso de E.U. en la lucha antidrogas, no significa que quiera plegarse a estrategias como la del Plan Colombia. Plan que, lejos de erradicar el narcotráfico, lo expandió al calor de una guerra impuesta. Ni acabó con la guerrilla. Muchos temen allá que, a título de lucha antidrogas, incursionen los gringos en su política doméstica. Saben que las ayudas condicionadas refuerzan la dependencia, hieren el decoro, vulneran la soberanía de los Estados y, en casos como el del Plan Colombia, terminan por autorizar el militarismo y por generalizar la violencia.

A México no le cuesta defender su dignidad. El revolcón que Clinton deja entrever en su política antidrogas para ese país deriva también de un celo nacionalista que no es patriotismo de campanario sino sentido del honor. Y aquí es la Corte la que saca la cara por Colombia, a pesar del asedio sin pausa al que el Gobierno la ha sometido. A propósito de extradición y lucha antidrogas, se desnuda el talante de los gobiernos. A México, la usurpación de medio territorio por E.U le inoculó dignidad. A Colombia, el robo de Panamá le transmitió la genuflexión como principio.

Comparte esta información:
Share

U.S.A: del miedo, a la ira en las calles

En la mayor movilización callejera que Estados Unidos recuerde, millones de personas lideradas por mujeres se declararon “más fuertes que el miedo”, listas a “devolver el golpe” contra el maestro de la estafa y dictador en ciernes que asumía como presidente en ese país. Epítome de la fuerza bruta que es sello del fascismo, este mandatario encarna el odio a las mujeres, a negros, inmigrantes, musulmanes, homosexuales, a las prensa libre y el medio ambiente. Odios que se creyeron enterrados con el ocaso del macartismo, hoy renacen azuzados por el propio núcleo de poder que empobreció a los trabajadores cuyos votos, ay, le dieron la primera magistratura. Pero se despabila, a su turno, el expediente primigenio de la democracia moderna: el pronunciamiento de la ciudadanía en las calles. Para protestar, para controlar el poder instituido, para reivindicar libertades y derechos. Para ejercer oposición política.

Tres factores sugieren que tal resistencia no caerá en el vacío. Primero, una tradición de participación y organización de la sociedad desde el poder local, ADN de la democracia en ese país que maravillara a Tocqueville. Segundo, la existencia del Partido Demócrata, que podrá obrar como receptáculo del cambio, si consigue reinventarse llamando a cuentas a su dirigencia neoliberal y en torno al programa socialdemocrático de Bernie Sanders. Tercero, el legado de los años 60 y 70, con sus luchas entreveradas de negros, mujeres y rebeldes contra la guerra de Vietnam. Movimientos distintos pero con causa común, que las oleadas contra el nuevo régimen de fuerza evocan.

Deliró en Washington la multitud con la energía de una Ángela Davis que, a sus 70, daba nuevo hálito a batallas ya libradas desde el feminismo, el poder negro y la revolución del pacifismo. Millones de mujeres, hombres, trans presentes en esta marcha –dijo– representamos las poderosas fuerzas del cambio, decididas a evitar que las culturas moribundas del racismo y el heteropatriarcado se levanten de nuevo: somos agentes colectivos de la historia. Ni la xenofobia, ni los muros podrán borrar la historia. Invitó a luchar sin desmayo contra los especuladores financieros, contra los corsarios de la salud, contra los cazadores de musulmanes e inmigrantes.

Davis es remembranza del movimiento negro en los 60, la no violencia en labios de Luther King. Había asociado el antirracismo y pacifismo en un mismo haz: “Hablo –exclamó– para los pobres de este país que pagan el doble precio de los sueños rotos en su patria, de muerte y corrupción en Vietnam”. Medio siglo después, la Policía sigue asesinando negros en las calles. Acaso otras 1.412 manifestaciones como las que protagonizaron en 1963 logre maniatarla. Entre 1964 y 1972, la primera potencia del mundo dirigió todo su poderío militar contra nacionalistas de un paisito campesino. Y perdió. La oposición nacional a aquel horror decidió esa derrota. Por su parte, marcharon las mujeres en primera línea de la acción colectiva que resultó de aquella heterogeneidad, bajo una bandera común: la de los derechos civiles. Y daba el feminismo sus primeras puntadas, cuando una de sus líderes escribió: “Recuerda la dignidad de tu condición de mujer. No pidas, no ruegues, no te humilles. Empodérate.”

Ha nacido en Estados Unidos una nueva oposición, evocación de la más formidable concentración de movimientos de cambio, que acaeciera en los 60. Ahora adaptada a la aparición de un prehistórico rugiente batiendo mazo en la Casa Blanca; rodeado de codiciosos de Wall Street, nostálgicos del Ku Klux Klan y guerreros con ganas de conflagración mundial. Pero medio país advirtió ya: somos más fuertes que el miedo; ¡no nos detendremos!

Comparte esta información:
Share
Share