URIBE-CHAVEZ: ¿GEMELOS ENEMIGOS?

Más allá de la rivalidad personal entre Uribe y Chávez, comprensible en mandatarios que comparten el estilo de gobernar y una misma ambición de poder, otras razones explican el desencuentro permanente entre Colombia y Venezuela. Por ejemplo, el choque de modelos económicos, de ideologías que se repelen y se resuelven en visiones opuestas de política internacional y alineamientos distintos en el concierto mundial. Imaginativos para repotenciar el viejo populismo a través de la radio y la televisión, estos hombres llegaron a encarnar, no obstante, dos anacronismos que todo lo veían en blanco y negro: la ortodoxia capitalista y la ortodoxia socialista. Mientras Chávez desmontaba el modelo neoliberal en Venezuela, Uribe lo consolidaba en Colombia. Quizás imaginaron ambos a sus países como teatro posible de una nueva guerra fría. Colombia, como aliado solitario de Estados Unidos en un continente que recelaba del agresivo conservadurismo de Bush; Venezuela, como cabeza de playa de la no menos agresiva troica conformada por Rusia China e Irán.

Así las cosas, la simpatía declarada del caribeño hacia las FARC, su pereza para impedir que esta guerrilla cruzara libremente la frontera y montara campamentos en territorio venezolano, fueron más que un símbolo. En su búsqueda del liderazgo en el continente, agitando  chequera de petrodólares por ver de extender su socialismo hacia el vecindario, acaso se le ocurrió al coronel aliarse con una fuerza armada legendaria ya y apadrinada en su hora por Moscú. Del coqueteo con una insurgencia que feriaba la revolución por la guerra sucia y el secuestro se contagió el Presidente Correa de Ecuador. Papaya formidable le brindó Uribe con su incursión militar en tierra ajena para liquidar al segundo de las FARC, violando los más elementales principios del derecho internacional. Ahora se pincha Correa y exige y bloquea y vocifera que Colombia no controla la frontera.

Nuestras fronteras son “porosas”. Se cuelan por ellas narcos y guerrillos hacia Ecuador y Venezuela, porque estuvieron siempre abandonadas. Tierra de nadie donde la ilegalidad impera y les da a los gobiernos vecinos argumentos contra el nuestro, mientras ellos hacen la vista gorda. Uribe ha querido arrancar del olvido a las fronteras. Si no con políticas integrales de desarrollo que asocien economía y población a ambos lados de la línea, al menos como solución de seguridad y defensa con la fuerza armada. El Ministro Santos anuncia el refuerzo de la frontera con Ecuador con 27 mil militares, 7 elementos de combate fluvial y una nave nodriza. Se descarga toda la política de seguridad y defensa sobre los hombros de los uniformados. Golpeada a fondo la guerrilla, la consolidación del territorio recuperado ha de ser ya menos militar y más social y económica. En la integración fronteriza, el militarismo debe ceder el paso a estrategias de desarrollo y poblamiento.

Enhorabuena, la crisis económica trae vientos de cambio. Para paliar su impacto, Uribe y Chávez se dieron la mano en Cartagena. Decidieron normalizar el comercio bilateral, fortalecer la integración fronteriza y aplicarse a la reanudación de relaciones diplomáticas. Pueda ser que a la voz de recesión se ablanden los modelos y los espíritus. Que desaparezca la vieja clasificación que hacía de Quito el convento, de Caracas el cuartel y de Bogotá la escuela de leyes, pues los tres centros tienen hoy mucho de convento y de cuartel y casi nada de ley.

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DE CLIENTELISTAS Y MALEANTES

No es un decir de almas sombrías. Es la hecatombe. Colombia se despeña por el desfiladero de la corrupción. Y la dirigencia del país, su principal artífice, su Celestina, no ve ni oye ni hace nada contra ella. Capataces en su finca, a presidentes, congresistas, políticos, jueces y empresarios que deslizan los fondos públicos al bolsillo de su pantalón, hoy se suman guerrilleros y mafiosos para agregarle crimen a la felonía. Del discreto serrucho del Frente Nacional (la corrupción reducida “a sus justas proporciones”), hemos saltado al Estado de Corrupción. El narcotráfico colonizó media administración pública, contratos, puestos y presupuestos comprendidos. De otro lado, veinte años de descentralización del gasto a la buena de dios, han puesto también su grano de arena.

Cuatro hechos tomados al azar en la última semana indican las proporciones del desmadre. Veamos. Juan Manuel Galán dice sospechar que la multimillonaria financiación de las campañas del PIN y ADN procede del narcotráfico. Según Rafael Pardo, si el paramilitarismo financió campañas en 2006, hoy los fondos circulan abiertamente desde entidades del Estado y quienes deben controlar dejan hacer, dejan pasar. El uribismo estaría recibiendo apoyos mediante contratos y convenios suscritos con entidades oficiales como Fasecon y Acción Social. Tal la orgía de dineros públicos, que Pardo vaticina el advenimiento de un escándalo mayor que el proceso 8.000 y la parapolítica. El Presidente, –dice-, “no quiere dar la única garantía que importa: que no se roben el Estado para financiar campañas”.

Juan Manuel Dávila, rico beneficiario de AIS, revela que el ex ministro Arias quiso concertar con agraciados del programa para que no declararan antes de unificar criterios, cuando ya la Fiscalía había iniciado indagación formal contra los implicados. Compincharía y obstrucción de la justicia. El presidente del Senado, Javier Cáceres, resulta involucrado en una red de sobornos de mil millones al mes, tendida desde Etesa hacia propietarios de casinos, máquinas tragamonedas y juegos de azar. En fin, el zar anticorrupción denuncia que en 2009 el Estado pagó sobornos por 4 billones de pesos, equivalentes a 13% del presupuesto de inversiones de la nación.

Aunque goza de amplia aceptación, la corrupción sigue siendo en puridad un monopolio. Y viene aupada por la seguidilla de cambios políticos, institucionales y fiscales que despegó en los 80. Entre 1985 y 2005, en 50 localidades de Cundinamarca los ingresos municipales crecían a una tasa del 32% pero las Necesidades Básicas Insatisfechas se degradaban a un ritmo de -4%. Ineficiencia. Corrupción. Precipitada desconcentración de funciones y recursos hacia los municipios, amnistías tributarias, virtual supresión de las personerías, adelgazamiento del Estado a favor de la contratación privada y un principio de participación ciudadana convertido en demagogia abonaron el terreno donde los grupos armados amedrentaron, mataron, sobornaron, cosecharon y reinaron.

Álvaro Uribe conquistó la Presidencia gracias a sus ofertas de seguridad y lucha contra la corrupción. Pero pronto se vio que su catilinaria regeneradora hería, los primeros, a sus grandes electores. Después vino la reelección, pase al poder ilimitado que disparó su ambición y todo lo pervirtió. Si doblegó al Congreso cuando lo instó a votar sus proyectos antes de irse a la cárcel, éste terminó por avasallar también al Jefe de Estado, pues tenía entre el bolsillo las balotas de la reelección. Favores y chantajes van y vienen, de lado y lado. Su medio de cambio, una corrupción que ha roto todos los diques de la ley y la moral. Su destino final, el gobierno compartido entre clientelistas y maleantes.

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EL FASCISMO SALE DEL CLOSET

Como en los años 30, también ahora la crisis económica despierta en Europa los populismos autoritarios, con sus componentes de nacionalismo, xenofobia y violencia contra el “otro” que amenaza la identidad propia y usurpa los puestos de trabajo. Judíos entonces, “amarillos” hoy, a instancias del inmigrante extracomunitario sale del clóset en Italia el fascismo larvado que esperaba su segunda oportunidad. Albaneses, rumanos, latinoamericanos, negros y gitanos sufren razzias envolventes de la policía y palizas propinadas por brigadas de choque idénticas a los fascios originarios. Acento racista del nuevo fascismo que busca el poder en el viejo continente, en Italia lo traduce un aviso dirigido a los negros colocado a la puerta de una discoteca de Padua, y reza: “ni crea que puede seguir, sólo porque Obama ganó”.

Con apoyo de toda la derecha –católicos, nostálgicos del Duce, separatistas del Norte que quieren una república blanca, de sangre pura y celta- Berlusconi se fraguó su cuarto mandato exasperando el pánico contra el “invasor” y autopostulándose como único capaz de enfrentar toda amenaza contra la patria, cuyo núcleo serían los inmigrantes. Debutó con un proyecto que convierte en criminales a los inmigrantes que no lleven sus papeles en regla. Su ministro de Gobierno, el presidente de la Cámara y el alcalde de Roma, Gianni Alemanno, son fascistas declarados. El 8 de septiembre pasado, el ministro de Defensa, La Russa, rindió homenaje a tropas pro-nazis.

Pero ellos no están solos. Pese a que Berlusconi enfrenta más de 20 procesos penales por fraude, corrupción, tráfico de drogas y asociación con la mafia, un amplio movimiento de opinión le hace coro. Proliferan los retratos de Mussolini en puestos de venta callejeros y a casi ningún taxista le falta ese adminículo en su llavero. El portero del Milan, Abbiati, invita a romper el “tabú” del fascismo, acogiendo valores suyos como la patria, el orden social y el catolicismo. Nuevas estrellas del fútbol se le suman todos los días: celebran sus goles con el saludo fascista. El público aplaude el tanto y, buena parte de él, también el saludo.

La historia reciente se ha encargado de demostrar que en situaciones de crisis social y desarraigo emocional florecen el dogma y el autoritarismo. Que el primer demagogo capaz de convocar la unidad del pueblo contra un enemigo diabólico –real o inventado- puede incitar al exterminio del agresor “impuro”. Legitimación moral de la violencia, tan cara al fascismo que vuelve a ofrecerse como solución a la crisis.

Dirán los que saben que tan sorprendente involución a un atavismo en apariencia olvidado no obedece apenas a un anhelo de seguridad en la gente. Que responde también a la sosera ideológica en que cayeron los partidos. Renunciaron ellos a las ideas que los distinguían de los demás, para desplazarse hacia un modelo de consenso que disimula las diferencias y sacrifica el pluralismo. Paraíso de un centro asexuado, democracia de cortesías impostadas a cuyas espaldas creció un vacío que el discurso de derecha vino a llenar.

El populismo autoritario se hizo eco de la pasión política y la canalizó contra un enemigo providencial: allá contra el “peligro amarillo”, aquí contra el terrorismo. Allá contra los inmigrantes, aquí contra la oposición. Contra artistas como Patricia Ariza, aplaudida de todos los públicos, diez veces galardonada en el extranjero, por motivos peregrinos que la ponen, sin embargo, en la mira del fusil. A fuer de popularidad, andan todos saliendo del closet.

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CHAVEZ O LA EGOCRACIA CALENTANA

No contento con pretenderse reencarnación de Bolívar, a la muerte de Fidel, Hugo Chávez se sentirá también prolongación del líder cubano. Sin la consistencia del que creyó necesario montar una dictadura sólo para darle salud y educación a su pueblo, Chávez se perfila mas bien como síntesis admirable del carácter común a los autócratas de derecha y los de izquierda. Tiene tanto del rústico mesianismo de un Leonidas Trujillo, el “Supremo”, como del dogmatismo irreductible de Lenin. Así lo sugieren la veneración de sí mismo que reverbera en sus intervenciones televisivas, la última de 8 horas; y la brutal descalificación de quien osa cuestionar los simplismos de su Socialismo del siglo XXI. Aunque no es sanguinario como el dominicano ni hereda el genio del ideólogo de la Revolución Rusa, Chávez reproduce en bonsai la simbiosis de las extremas políticas.

Polos que se juntan, para comenzar, en la persecución a los socialdemócratas de la Alemania de Weimar, en la primavera del siglo XX, por comunistas y nazis que desde orillas encontradas se ensañaron al unísono contra los gestores de la democracia de nuestro tiempo. A lo largo de cien años, esta conjunción de equidad y libertades ha debido defenderse sin respiro ya de la cruz gamada, ya de la hoz y el martillo, ya del caudillo puñetero dado también a mandar por eliminación del otro.

Que Chávez empiece a representar esta convergencia de radicalismos opuestos no parece obedecer a una fatalidad de la historia que tendiera a repetir el pasado. En su libro El Poder y el Delirio, nos sorprende Enrique Krauze con la revelación de que el consultor de cabecera y estrecho amigo de Chávez por largos años, el sociólogo argentino Norberto Ceresole, se movía a sus anchas entre la izquierda soviética y la derecha neonazi. Que fue montonero y, después, dirigente del ultraderechista movimiento militar de los “carapintadas” en tiempos de Perón. Que perteneció a la Escuela Superior de Guerra de la URSS y, a renglón seguido, militó en el neonazismo. Que escribió libros de geopolítica explícitamente inspirados por el general del Tercer Reich, Karl Haushofer. Si ello no rubrica a Chávez como fascista, diríase con Petkoff que más de un rasgo lo acerca a tal estereotipo: el culto al héroe, a la tradición y a la violencia, el desprecio por la ley y las instituciones republicanas a título de vocero del pueblo, “su presencia permanente y opresiva en los medios, el discurso brutal  contra el adversario”.

Reconocida la obra social de su gobierno, el autoritarismo ideológico de Chávez busca expandirse regalando petróleo y dólares (53 millones a la fecha) mientras la economía de su país desfallece. Tras la expulsión de 22 mil técnicos e ingenieros de la industria petrolera, la producción de crudo se ha reducido a la mitad y los ingresos por ese concepto, a la tercera parte.

Tras la solitaria protesta de Chávez contra el genocidio de Gaza, yace un corazón valiente, cómo negarlo. Pero también la intención de cerrar filas con Irán y Rusia, por ver si resucita la Guerra Fría con Venezuela como nueva cabeza de playa. Meca de un personalismo inflamado, tan peligrosa como absurda es la designación de un veterinario en la cartera de Cultura para la patria de Andrés Bello.

Sobrecoge este renacer de egócratas calentanos que persiguen el poder absoluto y vitalicio torciéndole el cuello a la democracia, sólo porque estiman que “quien ha gobernado bien tiene derecho a repetir… indefinidamente”. Como si José Obdulio asesorara a la vez en la Casa de Nariño y en el Palacio de Miraflores.

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