TLC: AUTOGOL OLIMPICO

En el descrédito que rodea el balance final de este gobierno, el Presidente Uribe acude al recurso desesperado de torcer la realidad: presenta la firma del TLC con la Unión Europea como victoria que le asegura a la patria un rosado porvenir, cuando el acuerdo la condena al atraso sin remedio. Primer damnificado entre los productores colombianos que desaparecerán  son las 465 mil familias que viven de la leche. Este tratado, como el suscrito con EE UU, destruye en el huevo nuestra industria, arrasa con la producción agropecuaria no subsidiada y bloquea el surgimiento de nuevas industrias. Mata lo que existe y esteriliza lo porvenir. Abrir nuestro mercado a la riada de manufacturas extranjeras y productos agropecuarios subsidiados es imposición de países que alcanzaron el desarrollo porque supieron proteger su industria mientras ella se formaba. Pero ahora disfrazan de libre comercio entre “iguales” una agresiva política de promoción de exportaciones europeas a apetitosos mercados del Tercer Mundo.

Mientras Centroamérica y MERCOSUR negocian con Europa a lo bravo y en bloque, Colombia se pliega reverente al otro, que le ofrece, magnánimo, un mercado inmenso. Mas, ¿para exportarle qué? Florecitas, frutas, hortalizas, café, alguito de plásticos y textiles y, claro, el petróleo y los minerales que sus multinacionales extraen de nuestro suelo para mandarlos a sus países, sin apenas crear empleos en Colombia o reintegrar divisas. Petro, Pardo y Noemí anunciaron su oposición en el Congreso a los términos en que se suscribió el tratado. A otros les pareció una ventaja que “ahora los países sabrán en qué especializarse”. ¡Pero si desde hace siglos se sabe! Los países desarrollados, en la gama infinita de productos de la industria moderna y en agricultura subsidiada. Los subdesarrollados, en alimentos, en materias primas, en minas y petróleos. Mientras Europa y EE UU colonizan nuestros mercados con manufacturas sofisticadas que Colombia podría llegar a producir de contar con el “período de aprendizaje” que aquellos se concedieron, nosotros tentamos a sus compradores con algún clavel.

¿Qué industria nueva podrá surgir en Colombia, asediada como se verá por la competencia de países altamente industrializados? Pequeñas y medianas empresas nacen aquí todos los días y mueren al siguiente, pues los consumidores de alimentos y bebidas y camisas tienen ya a quien comprarle.  Industrias nuevas, ninguna. A despecho del ministro Plata, tan ilusionado con este ribete del tratado, la inversión extranjera que  aquel nos traiga no será para montar fábricas ni abrir plazas de trabajo ni modernizar la economía. Se irá, como se ha visto en veinte años, en especulación financiera o en la compra de nuestras empresas más rentables. Como Isagén, envidia del vecindario, que se le venderá al  extranjero para llenar el hueco fiscal de una economía que se ha manejado con los pies.

En la creencia de que Colombia no podrá integrarse al mundo sino suscribiendo tratados leoninos que se le ofrecen como fatalidad inexorable, el Gobierno se pliega al modelo que Europa les impuso a sus viejas colonias africanas durante 70 años. Luchan ellas por negociar en bloque, no en la relación  de David a Goliat, que es la de los tratados bilaterales cuya moda impusieron los Bush. Uribe no. Obsequioso hasta la humillación con el foráneo, este Titán de la guerra en su tierra celebra el tratado como “un paso muy importante para la economía colombiana”. Acaso no se confiese que este acuerdo, como el suscrito con EE UU, legitima todas las imperfecciones de un mercado asimétrico: consagra una apertura unilateral, como la de los años 90, pero elevada a la ene. Tampoco los dos candidatos punteros admitirán que con el TLC nos habremos empacado un autogol olímpico.

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EL PROFETA LIGHT

Gane Mockus o gane Santos, Colombia no será ya la misma. Aunque sólo sea porque bajen las cotas de crímenes de Estado y robos al erario público. El nuevo mandatario habrá recibido como una orden de cambio la insubordinación de la opinión contra una corrupción que en este gobierno alcanzó dimensiones monumentales y se tiñó de sangre. Y habrá tomado nota de que, roto el dique del despotismo, florecieron fuerzas que venían represadas y fracturaron la hegemonía del uribismo.  La talla de sus candidatos, en particular las de Petro, Vargas y Pardo comprometió la resistencia del monolito que se fraguó en el abuso del poder. Catarsis de libertad, alegoría de la Primavera de Praga, lo que se avecina es, sin embargo, poco. Si Santos, el Presidente no podría sino arañar la cáscara de la corrupción, pues la nuez seguiría viva en la clase política que le dio la victoria. Aunque insobornable en este territorio de la moral pública, Mockus no lograría mucho más. No es su proyecto reemplazar las políticas sociales y económicas, que dan lugar a la corrupción, sino mantenerlas. O maquillarlas. Falta ver si su recurso a  la cultura puede batirse contra el pesado fardo de los Uribito y los Valencia Cossio, o recuperar los espacios que el narcotráfico ha ganado en el poder del Estado.

Por lo pronto, es de temer que Mockus se corone, no ya como Mesías populista sino como el Mesías posmoderno que estira nuestra democracia refrendaria hasta cuando mi Dios agache el dedo sobre  mayorías alebrestadas contra la oposición. “Antipolítico” de la hora que acumula larga brega por el poder, mucho en Mockus parece responder a juego preconcebido para impresionar a la muchchada, más susceptible a símbolos e imágenes que a programas. Con un aire Light de intrascendencia y la fuerza emotiva de sus vacilaciones, aspira a capitalizar para sí la servidumbre voluntaria que la misma masa de facebook le había prodigado a Uribe. Masa tan amorfa como las montoneras electorales de los partidos de antaño. Cardumen irreflexivo que se presume voto calificado, sólo la anima la fe. Ayer vibró contra todo opositor que al Mesías se le antojó terrorista, hoy aplastará a quien discrepe de Mockus, por corrupto.

Al maestro que le antecede en el Solio de Bolívar se parece también por su  repelencia agreste hacia la izquierda democrática. Omitiendo deliberadamente la dura batalla de Petro contra algún nostálgico de la lucha armada en su partido, buscando votos en la derecha, descalifica al líder que por fin representa una alternativa de cambio sin sangre, dizque por  justificar la violencia. La equidad social no legitima la violencia, respondería Petro, sino que es el instrumento para superarla. A Mockus le parece, en cambio, que la inequidad se resuelve con instrumentos del uribismo como la Ley 100  que convirtió en negocio la salud y la ley laboral, responsable –entre otros factores- de nuestro altísimo desempleo, pobreza y desigualdad.

Pero no todo es simbiosis con Uribe. Si bien el principio que inspira en Mockus su reivindicación de la legalidad desconceptúa la arbitrariedad en el ejercicio del poder, su inflexibilidad frente a la ley bendice el estatus quo. Niega toda posibilidad de cambio, así sea por el solo camino de reformar leyes nocivas para la sociedad. Por otra parte,  su obediencia ciega a la autoridad niega el derecho de oposición. Ni siquiera se aviene con el derecho que esgrimiera el propio Santo Tomás de rebelión contra el tirano. Más papista que el Papa, en este terreno resulta Mockus más conservador que el propio Uribe. Y eso, ya es mucho decir.

Triste destino será el de esta revolución de los girasoles si se contrae a reciclar el uribismo, así reduzca la corrupción. Ojalá no resulte ser Mockus otro egócrata místico empujado por el duro hierro de una idea fija.

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DAS: EL HILO DE LA MADEJA

Cerrar el DAS, como lo propone su director, sería ahogar la investigación de crímenes que conducen a la Casa de Nariño. La contundencia de documentos y testimonios en poder de la Fiscalía sobre tropelías de este organismo en los últimos años, confirma una realidad de espanto: en la guerra política contra magistrados de las altas Cortes, opositores, sindicalistas, periodistas y organismos de derechos humanos, el paramilitarismo actuó como aliado funcional de la cúpula del DAS, no como infiltrado de ocasión. Y todo indica que con conocimiento de Palacio. Ingrediente terrorífico, el gatillo de la mafia disparó la brutalidad del órgano de seguridad del Estado que degeneró en policía política y cometió delitos de lesa humanidad. Hostigamientos, chantajes, tortura sicológica, sabotajes, montajes, autoatentados, uso de explosivos y asesinatos alcanzaron su mayor ferocidad cuando se puso en riesgo el poder absoluto y arbitrario del Gobierno. Se persiguió a magistrados tibios con la reelección de Uribe y a los que llevaban procesos por parapolítica. Mientras el DAS hostilizaba al senador Petro, el Presidente lo señalaba como terrorista vestido de civil. “Mi pecado fue mostrar las vísceras del poder político (asociado) con la fracción más salvaje del narcotráfico, el paramilitarismo”, explicaría el candidato de oposición.

Con el rigor que la distingue, Maria del Rosario Arrázola desenreda en El Espectador  (mayo 2) el hilo grueso de esta madeja siniestra: hoy se sabe que los paramilitares se enlazaron con el órgano de seguridad dirigido por el Presidente, para infiltrar a la Corte Suprema mediante una empresa de seguridad privada llamada Control Total. Su gerente, Juan Felipe Sierra, asiduo de los consejos comunales de Uribe en Antioquia, resultó conectado con la banda de “don Mario”; también lo estuvo Guillermo Valencia Cossio cuando fungía como director de Fiscalías en ese departamento. Seleccionada en 2003 por el Departamento Administrativo de Presidencia para brindar seguridad a jefes desmovilizados de las AUC, Mancuso comprendido, Control Total trabajó también con Victoria Restrepo, funcionaria de Acción Social de la Presidencia. Según Arrázola, en 2005 se supo que Jorge 40 conocía los operativos del DAS y las “listas de personas por asesinar”. El exfuncionario del DAS Rafael García probó que autodefensas de la Costa seguían delinquiendo amparadas por información del DAS y reveló que hubo listas de asesinados que salieron de ese organismo. “El paramilitarismo hizo de las suyas –escribe la investigadora- uniendo sus tentáculos a quienes le dieron el privilegio de escoltar a sus jefes, es decir, a Control Total”. Mancuso acaba de confirmar el montaje de Tasmania que se urdió contra el magistrado de la Suprema, Iván Velásquez, cabeza del proceso contra la parapolítica. Agregó que dos hombres suyos (de Mancuso) habían hecho el puente con el entonces director del DAS, Noguera. Y que Control Total había participado en la infiltración y seguimientos a la Corte Suprema.

Por su parte, El Alemán declara que Narváez, exsubdirector de la entidad y creador del G3, instaba a los paras a exterminar a opositores, sindicalistas y defensores de derechos humanos. Entre tanto, Uribe los trataba como “traficantes de derechos humanos”. En reciente debate parlamentario, el senador Avellaneda denunció que 124 educadores asesinados en los últimos tres años figuraron en listas negras del DAS. Acaso en un último intento por ocultar la fea verdad, el Presidente presiona el nombramiento del Fiscal de sus afectos y la extradición de otros dos jefes paramilitares que se llevarían el secreto de quiénes eran sus compinches en la cumbre del poder político, empresarial y militar. Con la clausura del DAS sellaría su homenaje críptico a la impunidad.

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LA NUEVA IZQUIERDA

Ni comunismo, ni capitalismo salvaje. Cerraron su ciclo las extremas, para dar paso a una nueva izquierda. Sin tropel proletario ni antiimperialismo de campanario ni escaramuzas armadas, esta izquierda se juega en las urnas.

En Colombia, es alternativa a una derecha rabiosa cuya hegemonía expira y evoca tiempos aciagos de la Regeneración y la Violencia. La persecución que se le tendió desde el DAS y desde cuanto micrófono se le ofreció al Presidente para asociarla con el terrorismo, no consiguió liquidarla. José Obdulio tendrá que reconocer que izquierda y derecha sí existen. En el mundo y en Colombia.

En libro que ignora lugares comunes y prejuicios (La nueva izquierda, el poder de la utopía), Bernardo García observa que esta izquierda redefine líneas del Estado de bienestar en el contexto de la globalización y ofrece dos puntales paralelos a la Tercera Vía de Blair y Clinton: China y Brasil. Países en desarrollo restablecen la planeación indicativa aunque, a menudo, su política social burla la distribución de ingresos y se conforma con mitigar el hambre. Tras el desplome aparatoso del modelo soviético en 1989 y del catecismo neoliberal, hoy, esta fuerza se reafirma como búsqueda de nuevos rumbos. Lula consagra la economía mixta, lidera el tránsito hacia un poder multipolar en el mundo y tiende una mano a los marginados con su programa de “Brasil sin hambre”. Pero un principio de equidad y justicia social, ajeno al liberalismo rancio, preside su política social. Lejos anda Lula de creer que la desigualdad es resultado inevitable del mercado, donde unos ganan y otros pierden. Y de los neoliberales, que reducen la justicia social a simple igualdad ante la ley y practican libertad absoluta de mercados. Como se probó, tanta libertad en beneficio de tan pocos trepó la informalidad, el desempleo y la miseria a niveles de escándalo y produjo, entre otros estallidos, el Caracazo. Entonces, para desactivar la bomba, sobrevino el Segundo Consenso de Washington.

Como contemplar criterios de justicia social arriesgaba concesiones en derechos y en distribución del ingreso, el Banco Mundial ideó paliativos, asistencialismo enfocado a los más miserables entre los miserables. Familias en Acción acá y allá. Al fin y al cabo la desigualdad era una fatalidad del destino. Tras décadas de socialdemocracia en Occidente, con elevación espectacular del nivel de vida general sin recurrir a la revolución, se daba marcha atrás a la rueda de la historia. Países como Suecia habían incorporado la política social al crecimiento económico, de modo que salud, educación y servicios públicos eran derechos universales y, a la vez, plataforma del desarrollo. No un negocio. Ni limosna. Así lo entendió Brasil, donde pierden terreno los programas de asistencia social conforme avanza un desarrollo industrial afirmado sobre el mercado interno y el internacional. Lula negocia con multinacionales desde la perspectiva de su plan de desarrollo; no le brinda confianza a cualquier “inversionista”.

En el libro de García, esta problemática es la nuez. Su gran virtud es que no pontifica: discute y abre interrogantes. Acaso no resulten complementarios los modelos de Clinton y Lula, como lo plantea el autor, pues entre ellos media el mismo abismo que separa al asistencialismo, del principio de igualdad. Debate oportuno como el que más, ahora, con el reverdecer del pensamiento libre. Petro aventaja a sus colegas de campaña, pues no discute cómo aliviar la indigencia sino cómo erradicarla. Ni cómo redistribuir el salario por lo bajo sino cómo crear trabajo productivo y bien remunerado. Su norte, justicia social y equidad. Mientras Petro aterriza ideas y programas de izquierda moderna, otros torean en la contraparte su propia radicalidad de conversos.

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