El paro: triunfo y negociación

Y se plantó el movimiento social. En protesta multitudinaria que hará historia, marcó éste un punto de inflexión difícil de revertir: mostró su potencia para disputarles el protagonismo de la política a politicastros y napoleoncitos de cartón, que la monopolizan desde tiempos inmemoriales. Sí, político es su airado reclamo por la corrupción, la violencia, el etnocidio, las desigualdades y la negligencia que sella esta arrogancia del poder edificado para usufructo de mandarines, bribones y magnates. Cientos de miles de colombianos gritaron su indignación al sol y al agua y la prolongaron en inédito cacerolazo  que no termina. Triunfaron del miedo cocinado con esmero por el Gobierno mediante acuartelamiento de primer grado; autorización a alcaldes para decretar toques de queda; teatralización de la guerra militarizando las ciudades, arma de tiranos para atemorizar al pueblo; y vandalismo inducido para generar pánico y deslegitimar la protesta.

Pero los marchantes dieron ejemplo de valor y civilidad, a leguas de grupúsculos violentos infiltrados también por la Policía para justificar la brutal embestida del Esmad contra aquellos. Y para que pudiera el Poder magnificar los desafueros como caos, en la vana pretensión de opacar las razones de la inconformidad. Mas terminaron por rendirse a la evidencia de una sociedad movilizada por la urgencia del cambio. El Presidente ofreció “conversación general […] para fortalecer la agenda vigente de política social”. ¿Para porfiar en lo mismo? ¿No ve, no oye, no registra la contundencia del mensaje que emite una ciudadanía madurada a golpes de violencia, exclusión, inequidad y privaciones?

Más perceptivo y avisado, da en el clavo el procurador Carrillo: invita a “diseñar una nueva agenda social, (a) reinventar la democracia con un modelo de justicia social”. Diríase un modelo distinto del neoliberal, pilar de la agenda social y económica que se ríe del impuesto progresivo, degrada salarios y reduce las pensiones al ridículo en favor de fondos privados. ¿Será esta  agenda social y económica, hija del modelo de marras que es biblia del Presidente Duque, la que él quiera fortalecer?

Aunque la fe neoliberal periclita en el balance de su propia obra, insisten sus pontífices en adjudicar la pérdida de competitividad y de empleo a las políticas de seguridad social, salarios decentes, regulación financiera e impuesto progresivo. Contra todos sus pronósticos, aquella propuesta no consiguió armonizar crecimiento con redistribución. Lejos de derramarse hacia abajo, la riqueza se disparó a la cima de la pirámide social. Su ética andaba por otro lado.

Díganlo, si no, las desigualdades que en Colombia escandalizan y son, como en otros países de la región, la bofetada que arroja muchedumbres a las calles. Segundo país más desigual del continente, la concentración de la tierra, del patrimonio y del ingreso en Colombia crece sin cesar. Y el Gobierno la impulsa. Revelan Espitia y Garay que el 95% de la riqueza de personas jurídicas se concentra en las empresas más ricas. La tarifa efectiva de impuestos que las empresas pagan es un vergonzoso 1,9%, habiendo ellas recibido gabelas y exenciones tributarias por más de $27 billones.

Una disyuntiva dramática debe de acosar al Presidente: o se paraliza bajo la  tenaza del uribismo y pasa a la historia como un sátrapa, o se allana a una negociación civilizada con el movimiento social del país que dice amar. Tal el desafío, que hasta Caballero Argáez invita a “dar un timonazo, cambiar de rumbo y reinventar el modelo de desarrollo. Explorar las formas para armar un Estado de bienestar en beneficio de las clases menos favorecidas…” Los colombianos piden a gritos otro pacto social.

 

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El destape por la vida y la equidad

Firmada la paz, vino el destape. Rompió la sociedad cadenas que la ataban al silencio y a la inmovilidad ante el espectáculo de una guerra que sólo servía a insurgentes arrastrados en gran parte al delito; a terratenientes codiciosos de más tierra, a políticos enredados con mafiosos y paramilitares. Una guerra que se ensañó en la población inerme. Primer campanazo de alerta, el mentís de media Colombia en las urnas a la politiquería tradicional hace año y medio. Y ahora, la derrota colosal de la extrema derecha en las elecciones de octubre y la consolidación del centro-izquierda, para redibujar el mapa político de este país tras décadas de lo mismo con los mismos. Democracia en ciernes, que la ultraderecha descalifica como terrorismo.

Presa de histeria, disfraza la caverna sus miedos con el fantasma del anarquismo internacional. Anacronismo de Guerra Fría que cae en el vacío de una sociedad desafecta lo mismo a la ultraderecha que a la extrema izquierda. Pero los grupos organizados de la derecha se complacen en el mensaje y anuncian su patriótica presencia como fuerza de choque en las calles, dizque para ayudar a la defensa del orden público. Reservistas (¿armados?) que evocan a los criminales colectivos del chavismo y contra los cuales no ha tomado el Gobierno ninguna medida preventiva. Aunque pida Álvaro Uribe judicializar a los incitadores de la violencia.

Acaso en la ilusión de desactivar la protesta, se apresura el presidente Duque a declarar que reformas laboral y pensional son “mentiras” de la oposición. Pero en toda la prensa del país abunda desde hace año y medio información puntual sobre estas reformas, paquetazo promovido a su turno por el gran empresariado desde sus foros de gremio y desde el gabinete mismo de gobierno. Para no mencionar la insistente precisión del ministro Carrasquilla en estos tópicos, que degradarán aún más la calidad de vida de los colombianos. Y el senador Uribe, virtual presidente de la república y estelar animador de la guerra, acusa al Foro de Sao Paulo de promover este paro contra la democracia y para derrocar al Gobierno. El Gobierno se derroca solo, cae solo bajo el peso de la caverna uribista que desespera y da palos de ciego.

Aconductado discípulo de la doctrina neoliberal, se complace el Presidente  en lograr que el crecimiento esperado de 3.3 en la economía colombiana, sea el mejor en la región. Pero es crecimiento para los Sarmiento Angulo, no para los colombianos que pagan los platos rotos de una tributación generosa con los ricos, despiadada con los pobres. No para los colombianos que protestarán contra el desempleo que muerde el 12% y en Antioquia, mata del gran empresariado, alcanza el 18%.

Repite también, exultante, que su Gobierno lucha de frente contra la corrupción. ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿No fue el mismo presidente quien embolató al acuerdo de todas las fuerzas políticas contra la corrupción después que Claudia López lograra el pronunciamiento de casi 12 millones de colombianos contra ella?

En seguridad ciudadana, anuncia la épica medida de sacar a los marihuaneros de los parques, “para que nuestros niños puedan jugar en paz”. Mas, nada ha dicho sobre los 18 niños desintegrados bajo las bombas que él autorizó arrojar, en “operación impecable” de las Fuerzas Armadas, hoy devueltas a las infamias de la guerra. Ni dice nada sobre el saboteo de su gobierno a la sustitución de cultivos, que es esencial para la paz.

Serénese, Presidente. Llame al orden a los anarquistas que rodean su Gobierno. Revise a fondo sus políticas tributaria, laboral y de pensiones. Asuma, por fin, los deberes de la paz que la Constitución prescribe.  Y respete genuinamente el derecho a la protesta por la vida y la equidad.

 

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Uribe y salarios: el diablo haciendo hostias

Mientras se incendia la región por las mismas razones que provocan en Colombia paro nacional, no podían el Presidente y su mentor reafirmarse a destiempo, prenderle fuego a la pradera antes del 21 de noviembre. Expuestos como quedaron tras informe de Portafolio nunca desmentido formalmente, aplazan hasta enero sus ardores por reforma de salarios y pensiones, que tasarán a ras de tierra, so capa de ampliar la cobertura. Salarios diferenciales y a la baja, pensiones de hambre volcadas todas al negocio privado, como en Chile, se traducirán en pauperización de una amplia franja de clase media y en caída de sectores populares de la pobreza a la miseria. La democratización de la pobreza, revestida de cristiana caridad.

Enseña que acelera el retroceso laboral operado en los Gobiernos de Uribe, barnizado entonces, y ahora, con el hálito humanista de la doctrina social de la Iglesia. Clama el dirigente por una economía cristiana, “sin odio de clases”, por un país fraterno, sin confrontación entre empleadores y trabajadores. A la manera de Fabricato en Antioquia, que pitó la partida de la industrialización en los años 20 imponiendo en su fábrica la tutela de la Iglesia como mecanismo de control disciplinario sobre operarias que entregaban hasta la última gota de sudor por amor a Dios y el patrón convertía en oro para su petaca. La religión al servicio del capitalismo, diría Max Weber.

Por su parte, también la fórmula corporativista que los regímenes de Franco, Mussolini y Oliveira Salazar instauraron en los 30 integró en un mismo haz a empresarios y trabajadores, con el fin de “disolver” el conflicto entre capital y trabajo y suprimir, para bien de la patria, la lucha de clases. Fue su divisa la sociedad orgánica, una, indivisa, sin conflicto, alienada en la mística obediencia a un poder paternal que se impone inapelable desde arriba. La sociedad premoderna, comunitaria, hoy ensamblada en Colombia al capitalismo más ramplón y despiadado. Cosa distinta es la negociación entre capital y trabajo, a instancias del Estado social, que así tramita el conflicto, sin pretender suprimirlo,  respetando la autonomía de las partes.

No es nueva esta doctrina entre nosotros. La derecha radical del Partido Conservador, proclive al corporativismo fascista en los años 30, se expresó, entre otros, por boca del padre Félix Restrepo. Propuso él conquistar aquella cima mediante una agresiva campaña de sindicalización católica, por encima de los partidos. Y Silvio Villegas elogió el modelo corporativo que perseguía tan “feliz concordia entre el capital y el trabajo”. Corporativismo, el otro sucedáneo del fascismo, que predicaba –y practicaba– la acción intrépida y el atentado personal. Se respira aquella impostura en el llamado de la ministra de Trabajo a la fraternidad entre obreros y empresarios mientras se allana a una reforma que acarrea más violencia que fraternidad.

Y es que la trama entre bastidores –aunque mandatario y jefe den en negarlo ahora– radicaliza la política laboral que Uribe aplicó: bajó el pago del trabajo nocturno, de dominicales y festivos; subió la edad de pensiones, eliminó la negociación colectiva en materia pensional, favoreció la nefasta tercerización. Ante la sociedad que, hastiada de un gobierno cifrado en la ineptitud y el abuso copará indignada las calles, menea Uribe el invariable coco de la Guerra Fría: “anarquistas internacionales” y “grupos violentos”  intentan desestabilizar la democracia. Su democracia del privilegio. El hombre que debe  explicaciones a los jueces, rodeado de violentos y corruptos, personero de la caverna también en materia laboral, funge de patriota y campeón de la moral. El diablo haciendo hostias.

 

 

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Elecciones: se luce la selección femenina

“Hoy era el día de las niñas, de los jóvenes, de las mujeres, de las familias hechas a pulso, como la suya y la mía […] Bogotá escogió el liderazgo de una mujer, luego de centurias de gobierno de hombres, casas y cunas políticas”. Parte de victoria de la primera mujer elegida Alcalde de la capital, contra el poso de taras y vergüenzas que distinguen nuestro quehacer político. Exaltada al cargo por el voto calificado de jóvenes y ciudadanos asfixiados en aquellas miasmas, Claudia López encabeza esta avanzada de las mujeres. Selección sobresaliente que, si bien con menos puestos esta vez, encarna como nunca la sensibilidad y el arrojo de tantas, invencibles en la tarea de redimir de sus adversidades a la sociedad. Y brilla como oferta reformista, por contraste con la derrota clamorosa de la ultraderecha y su gobierno virtualmente en todas las capitales.

Triunfa Claudia; triunfa Estamos Listas, primera lista de mujeres al Concejo de Medellín que elige con 28.000 votos a la abogada Dora Cecilia Saldarriaga; triunfan Aura Cristancho y Mercedes Tunubalá, las dos primeras alcaldesas indígenas, que van “hilando gobierno para la vida”. Se luce (como  otras de su estirpe) Beatriz Rave, candidata a la Alcaldía de Medellín, por la inteligente reivindicación de la mujer en cada arista de su programa político. Impresiona Diana Osorio, coequipera de Daniel Quintero, por negarse a ser “simplemente la esposa del alcalde que sólo posa y calla”, y reivindica su propia voz de líder para el cambio. El liderazgo de la esposa del alcalde –precisa– es también el liderazgo de todas las mujeres que su alcaldía representa.

Estamos Listas es versión renovada del sufragismo, aventura colosal por el derecho al voto femenino. Ahora se aspira no sólo a elegir, sino a ser elegidas, a controlar el poder y a gobernar. Cansadas de andar en la cola de los partidos, abominan estas mujeres de la politiquería, se preparan para ejercer el poder, montan sede, definen plataforma, programa y candidatas mediante rigurosa democracia interna y copan en campaña la ciudad. Logran en un santiamén 42.000 firmas para inscribir lista, con 30% de hombres, en cumplimiento de la cuota de ley. Es movimiento de mujeres, pero con hombres, minorías de género y de raza. Su origen, un colectivo de abogadas que ejercen contra el feminicidio. Propende al respeto a la vida, a la sostenibilidad ambiental, a la educación en igualdad de género, a la reducción de la violencia contra mujeres y niños, a la redistribución de los trabajos de cuidado entre hombres y mujeres. Como opción política, una revelación. Y una promesa para el país que despierta tras la guerra.

No es ésta la primera batalla triunfal de nuestras mujeres: la saga se remonta a María Cano, a las obreras de la industria naciente en Antioquia. Pero sí es primera vez que una avanzada femenina da marco a aspiraciones ciudadanas represadas en las clases media y popular, para zarandear la política de este país.

Transgresora, valiente, denunció Claudia López la parapolítica y 50 políticos terminaron presos. Hace un año recogió casi 12 millones de votos contra la corrupción y éstos se volcaron ahora en las urnas. Se reconoce ella como fruto de la lucha de generaciones de mujeres hasta encarnar, como mujer humilde y diversa, el segundo cargo más importante del país. A una pregunta sobre el impacto de su victoria responde: “las niñas de hoy ya saben que mañana pueden votar y que, si quieren hacerlo por una mujer, no tendrán techos ni de acero ni de cristal; que no hay límite que no se pueda superar ni sueño que no se pueda cumplir”.

 

 

 

 

 

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