¿Lobo con piel de oveja?

Desafiante, taimado, glotón, este Gobierno (con sus bancadas de logreros) devora a dentelladas el poder que le cayó en suerte. A fuer de reactivación económica, no dejará piedra sobre piedra: si de financiar un fraude colosal en elecciones se trata, menea el paspartú de la reactivación; si de reforma tributaria para redoblar favores a los ricos y penurias a los pobres, invoca la reactivación. Pero esta reforma-parodia será impotente frente a la inversión social que demanda un país con cinco millones de familias en la miseria, cuya financiación no podría salir sino del impuesto progresivo. El que grava proporcionalmente más a los que más tienen, pan comido en democracia que se respete. En previsión del cambio que se impone, el entierro de la Ley de Garantías Electorales se traducirá en orgía de contratos sin control y de votos comprados para llenar alforjas y asegurar curules a las fuerzas que perpetúan un sistema fiscal hecho a la medida de los poderosos.

Ha crecido la economía, sí, mas no el empleo. Se ha multiplicado el beneficio de los conglomerados que concentran el poder económico, controlan los mercados y mandan en las políticas de Estado. Crecimiento habrá pero no redistribución. Ni desarrollo. Es reactivación para los bancos y negocios de los sarmiento-angulos, los mismos que acapararon casi todas las ayudas por pandemia de este Gobierno, mientras sufría, y sufre, la plétora de pequeñas empresas que generan el 87% del empleo.

Loas y campanillas hubo hace dos meses para los empresarios que, en acto de desprendimiento digno de gratitud universal, aceptaron elevar en dos puntos su impuesto de renta pero, eso sí, preservando las gabelas recibidas durante años. Grande era el guardado. Sostiene Jorge Enrique Espitia (Le Monde Diplomatique) que tales concesiones les reconocen $40 billones de ingresos no constitutivos de renta, $13 billones por rentas exentas y $5 billones por descuentos tributarios. Sin estas concesiones y tributando el 35%, el recaudo adicional sería de $24 billones. Es que las tarifas efectivas de tributación que los grandes conglomerados pagan son irrisorias: mientras la de un minimercado es 7,2%, la del sector financiero es 1,5%. La desigualdad clama al cielo: el ingreso medio que el uno por mil más rico declara es 1.300 veces el de un declarante que está en la menor escala; y su patrimonio representa 3.700 veces más.

Como si fuera poco, señala Espitia, la reforma tributaria descabeza la lucha contra la evasión: elimina el artículo que reduce la brecha entre avalúo catastral y valor comercial de un inmueble. En la gloria seguirán terratenientes y ganaderos que llevan siglos pagando impuestos exiguos, o ninguno. Para no mencionar los grandes capitales que medran en la ilegalidad o en paraísos fiscales, bendecidos, estos últimos, por el mismísimo presidente Duque. En $50 billones se calcula la evasión tributaria por año en Colombia.

Mientras tanto, casi la mitad de los colombianos vive con $11.000 diarios, y con $5.000, los hijos de la miseria. Aliviarlos con una renta digna le costaría al Estado apenas el 0,2% del PIB, $2,4 billones. Pero el presidente, viajero saltarín por el mundo, no se agobia con estos menesteres, no y no. Seguirá girando partiditas de caridad a una porción reducida de los sufrientes. Y, claro, listo para pitar la largada a ordeñar en esta campaña electoral hasta la última gota del erario, menoscabar por fraude la representación plural en el Congreso y asegurar la hegemonía de los partidos que, ebrios de sus propias miasmas, querrán preservar la patria de las desigualdades.

Hubo un tiempo en que Duque se revelaba como lobo con piel de oveja. Ya no. De tanto hostilizarla, le ha jugado la verdad una mala pasada: ahora se insinúa en la ambigua figura de lobo con piel más de lobo que de oveja.

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¿Se inmolan los verdes?

El 71% de electores que se reclaman de centro contempla perplejo el ocaso de los Verdes. Partido-revelación que plantó cara a las ortodoxias de izquierda y derecha, y de cuya imaginación reformista se esperaría una salida a la peor crisis del país en muchos años. Eje de la rebelión democrática en esta Colombia de egócratas, violentos y nulidades de ocasión en el solio de Bolívar, parece el Verde plegarse, sin embargo, quieto y mudo, a los designios de Petro y César Gaviria. A la dinamita que éstos le siembran para pulverizarlo y pescar después entre despojos. El izquierdista, por interpuestos verdes, no busca coalición con programa negociado sino adhesión a su enhiesta persona. El liberal oficialista querrá, por el atajo de la Coalición de la Esperanza, debilitar el centro, Verde comprendido, para asegurar el arribo de un uribista triunfador a segunda vuelta.

Pero no se puede culpar al petrismo y a Gaviria: están ellos en lo suyo, intrigantes de oficio en la mar escarpada de la politiquería. La culpa es de los Verdes que se dejan hundir en un remolino de candidatos sin ideas, mientras embozan su mejor arma: la propuesta del pacto social que el país reclama, como proyección estratégica y como concreción en un programa de coalición alternativo al de la derecha agreste que gobierna. Ni árbol de navidad, agregado de reclamos mil, ni reacción sin contexto a cada atropello de este Gobierno.

22 millones de hambrientos, 12 millones en el rebusque y 5 millones en abierto desempleo, cifras que la aguda comentarista “Shirley” pone a las revelaciones del Dane. Tragedia que el duquismo, siempre de piñata, ha convertido en novela rosa. Para no mencionar la matanza de líderes sociales, que apunta a miles, a cientos la de protestantes en las calles y va para decenas la de niños bombardeados. El presidente de la república protege a ministros implicados en corrupción, permitiría financiar campaña de los suyos redoblando asalto al erario, coopta a sus vigilantes, y porfía en el modelo económico que sólo sirve a importadores y banqueros.

Este viernes tomará decisiones la Dirección de los Verdes. Si prima la de adherir en primera vuelta a Petro y no en la segunda –como se acordó– o la de autorizar libertad de voto, el partido desaparece. Si cada congresista –pregunta Angélica Lozano– le hace campaña a Hernández, a A. Gaviria, a Fajardo, a Amaya, a Petro, ¿cuál será la postura del partido como alternativa de poder? Para cohesionar una agenda colectiva en contraposición a la colcha de retazos que abarca izquierda, centro y hasta derecha, resulta  imperativo el candidato propio. De lo contrario, “nos quedaríamos sin sello ni agenda, sin plataforma ni contenidos políticos. Sin partido”.

Mas, agenda y sello es lo que sí tuvieron los Verdes desde la cuna. Nacen en 2009, afirmados en un liderazgo colectivo y civil, no armado, en pos de la reforma, no de la revolución. Su marca de fábrica, lucha contra la corrupción, por la descentralización y en defensa del medio ambiente. Se baten por la educación, la democracia y la justicia social. Solidaridad y prevalencia del interés público sobre el privado son su principio ético y político. En menos de un año, pasó el Verde a segunda vuelta presidencial y logró la segunda votación más alta entre partidos. Abrió ancha puerta a una oposición democrática que venía amedrentada a un tiempo por las guerrillas y por la derecha.

Fecunda cantera de ideas fogueadas en el diario luchar de un partido que sí tendría con qué negociar un programa de gobierno de coalición con el candidato alternativo que pase a segunda vuelta, con qué responder a los anhelos siempre desairados de los colombianos. Lejos del fatuo personalismo, vecino de la fanfarronería, en cuya trampa amenazan arrollarlo. Colombia necesita la reanimación de los Verdes, no su inmolación.

 

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Estudiantes 1971: ¿reforma o revolución?

De amplitud y duración sin precedentes, el movimiento estudiantil de 1971 fue no obstante un fenómeno “bipolar”. Mientras el estudiantado luchó en masa por la reforma universitaria, muchos de sus dirigentes quisieron “elevar” el modesto reformismo a categoría política, a revolución. Como si romper las cadenas del poder eclesial-oligárquico y la tiranía del tomismo en el currículo; como si abogar por autonomía, financiamiento, libre cátedra y universidad pública para todos no fuera el más ambicioso programa político. Pero no se conformaba aquella propuesta con este programa mínimo: se agitaba el programa máximo de revolución que casara con cada modelo del socialismo internacional hasta simpatizar, a menudo, con su modalidad de lucha armada: si el modelo soviético, con las Farc; si el chino, con el EPL; si el cubano, con el ELN. Trasplante a la brava del dogmatismo que informó los totalitarismos comunistas, para cercar al contradictor y nutrir retóricas de vanguardias  construidas en el aire: sin pueblo. A distancia de este espíritu doctrinario, diría Hernán Darío Correa, la oleada del pensamiento crítico que oxigenaba desde  París en el 68; aunque allá fue rebelión contra el Estado tutelar y la familia patriarcal, y aquí la solución del problema universitario tenía que pasar por la acción del Estado.

En la crisis social abrevó el movimiento del 71. En la estrechez del aula para albergar contingentes crecientes de muchachos que aspiraban a formación profesional; en un movimiento campesino resuelto en invasión de tierras; en el hastío con el Frente Nacional que había trocado la competencia política por una desproporcionada acción contrainsurgente del Estado contra guerrillas en ciernes y contra todo el que discrepara del orden conservador en el único país latinoamericano que no ha tenido un gobierno de izquierda. En el supuesto fraude de 1970 que entregó la presidencia a Misael Pastrana, cuya ejecutoria inmortal sería el entierro de la reforma agraria.

Con todo, no podía atribuirse el surgimiento de la insurgencia al portazo del Frente Nacional contra los partidos de izquierda, un lánguido porcentaje de la cosecha electoral. Ni los abusos y arbitrariedades de la democracia colombiana podían equipararse a los de las dictaduras militares del vecindario. Disonaba, pues, la ruidosa perorata del mesianismo, así trasladada al movimiento estudiantil. Liderazgo efímero del sueño revolucionario en las aulas, mientras  se afirmaba el estudiantado en el cogobierno de la universidad y se volcaba al estudio de la realidad nacional. 40 años después, protagonizaría la MANE una vuelta de tuerca: se dio el movimiento una dirigencia plural salida de la base,  interpretó el sentir del estudiantado como categoría social, lo vinculó a la lucha contra la privatización, logró que ésta fuera pacífica y, en 2018, que el Gobierno destinara 6% del PIB a educación. En el estallido social de 2021, jugaría papel medular.

Periplo semejante al descrito en 1918 por la reforma universitaria de Córdoba, Argentina, que se extendió al punto a toda la América Latina. Primero como puntal de las reformas liberales que enfrentaron la tórrida herencia colonial; y luego, como ariete del cambio político y social, bandera flameante ya en el continente entero. En Perú dio lugar al primer gran partido revolucionario, nacionalista y popular, con réplicas por doquier: el APRA.

Tarde nos llegó el coletazo de Córdoba, acaso porque fuera nuestro país casi el único en donde al timonazo liberal de un siglo atrás se respondió con la Violencia. Aunque todas las escolásticas y sus catedrales –las reaccionarias y las comunistas– se disputen todavía la grey blandiendo el fierro o impostando superioridad moral, una pregunta queda: ¿no habrá resultado más transformadora la reforma que la revolución?

 

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Duque: aversión al capitalismo democrático

Lo dice Petro –igual que pudiera decirlo cualquier tibio anónimo– y Duque se enfurruña. Como se indigna ahora por todo, pataletas contra la fuerza de los hechos, creyendo resarcir con mohines de príncipe gratuito la debacle de su Gobierno. En defensa del capitalismo montaraz que trastabilla acá y allá, considera “trasnochada” la idea del opositor de repartir parte de utilidades de la empresa con sus trabajadores. Fue un “fracaso”, acotó el presidente, en los países donde se intentó. En cuáles: ¿en Alemania, Francia y España con larga tradición de esta política? ¿En los cinco países nórdicos que regresan a la socialdemocracia? ¿En México, Brasil y Perú, donde la cesión de beneficios del empleador a sus trabajadores es norma constitucional?

Es esta una manera de fortalecer el bolsillo de empresarios y operarios, que dinamiza la demanda y termina por multiplicar la producción y el empleo. Pero, bedel de los poderosos, látigo de su pueblo, le escandaliza a Duque el mecanismo que en casi toda Europa acompañó la cogestión del capital y el trabajo en empresas públicas, privadas y mixtas. A leguas de él hemos marchado aquí con ingresos cada día más precarios las clases trabajadoras y con empresas como Coltejer, pioneras de la industrialización (interrumpida), al borde de la quiebra. Si en el mundo desarrollado el modelo de mercado le rompió el lomo al Estado de bienestar para solaz de banqueros y multinacionales que invadieron los mercados del orbe entero, en países como Colombia ahondó las rancias desigualdades y lo reconvirtió en exportador de materias primas e importador de productos terminados.

Tras los estragos causados, gana Store las elecciones en Noruega y, con él, regresa toda Escandinavia a la socialdemocracia, referente poderoso de capitalismo democrático: economía de mercado con regulación del Estado, que resultó de transacción entre socialismo y capitalismo cuando este último periclitaba y el modelo soviético mostraba más fauces que tibio nido. En dos plataformas se afirma el modelo nórdico de Estado de bienestar: en la movilidad social y en la negociación de la política económica y social entre Estado, empresarios y trabajadores. Resultado, la igualdad como derecho. Concertación con los sectores productivos advera al corporativismo fascista, que en Colombia copió Duque de Laureano: el que entrega a los gremios privados la capacidad de iniciativa y de decisión del Estado.

En el Occidente desarrollado instauró la socialdemocracia el sistema público de salud, educación y pensiones, elevó el nivel de vida de la población, limó desigualdades y alcanzó el pleno empleo. ¿Cómo lo logró? Fomentando la economía productiva y mediante el impuesto progresivo que por décadas rondó el 80% a los más ricos en Inglaterra y Estados Unidos. La fiscalidad al servicio del bienestar se tradujo en prosperidad general. En cambio hoy Warren Buffet, el archimillonario, paga en proporción 0,003% de impuestos sobre sus haberes. ¿Cuánto le hace pagar Duque a Sarmiento por los suyos y por tantas gracias recibidas en la pandemia? ¿Cuánto más protegerá el negocio sucio de las EPS en salud y de los fondos privados de pensiones?

Bienamado discípulo del neoliberalismo, Iván Duque  ahonda abismos sociales y denosta toda iniciativa de equidad. Providencial les ha resultado a él, a su partido y a sus amigos el estribillo del castrochavismo para encubrir la sangre derramada y la violencia económica ejercida. La historia pedirá cuentas. Y las urnas. Guardadas diferencias de brillo y de talento, fue Hayek maestro de esta escuela con su grosera asimilación de estatismo comunista y Estado de bienestar, para inscribirlos en una misma sepa totalitaria. La misma trampa ideológica de Duque para arremeter contra el capitalismo democrático que el Estado social encarna.

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