POLO SIN NORTE

Negros pronósticos se ciernen sobre el Polo. El derrumbe del modelo de mercado lo sorprende con las manos vacías, sin propuesta alternativa, cuando este partido se aboca a la disyuntiva de disputarse el poder en grande o depurarse como secta de oposición perpetua. Sin ideario para la hora, sin programa que le dé norte y lo distinga como opción de desarrollo y democracia, o se revienta, o termina absorbido por el centro liberal. A falta de espina dorsal, la preservación de la unidad termina allí sofocada por la  rivalidad de caudillos en ciernes; y la política de alianzas con otras fuerzas querrá trazarse desde la añoranza de las certidumbres perdidas, o bien, desde un pragmatismo sin principios. Las corrientes ideológicas, deseables en toda organización democrática, en el Polo no demorarán en degradarse como alimañas y en copar toda la escena.

Desdibujado en tareas grises de partido tras darle a la izquierda una votación sin precedentes, Carlos Gaviria se ve suplantado por una batalla de tradicionalismos sin imaginación. Firmamento sin color en donde saltan, estrellas fugaces, bocetos de reforma agraria o el ideal miserabilista de la microempresa. Unos, se limitan a emular el asistencialismo de la derecha y hoy improvisarían coaliciones a título de realpolitik. Otros blanden el fundamentalismo maoísta, cuando la China se apresta a contribuir al rescate de Wall Street. Antiimperialistas, nada proponen, sinembargo, en reemplazo del TLC. Habrá todavía quienes se postrarían de hinojos ante la esfinge de Tirofijo en Venezuela. No faltan los que estigmatizan a cuantos propugnan la seguridad como bien público fundamental y reconocen los logros del gobierno en esta materia; los que descalifican a quienes rechazan la lucha armada, aduciendo que así sirven a la reacción. Y habrá quienes imiten el gamonalismo, esta vez trasladado a algún sindicato, para hacerse reelegir al Congreso indefinidamente.

En tal constelación de vicios, alarman los amagos de turbayización en la Alcaldía de Bogotá, bastión del Polo y su prueba de fuego decisiva. Allí empieza a cobrar forma el archiconocido festival de puestos, contratos, cuotas y canonjías. Que fueron precisamente estas prácticas las que aniquilaron al Partido Liberal, se sabe. Pero que la única oferta de izquierda con opción de poder pueda echarse a perder por trasegar el mismo camino, sería una torpeza clamorosa. Apenas naciendo, habría entrado el Polo en la decrepitud.

Brilla en todo ello la ausencia de una ética que proteja al Polo de la influencia envolvente de la corrupción, y de una plataforma madura que lo erija en contrapartida del status quo. Sectarismo esencialista y pragmatismo amenazan convertir la enfermedad senil de los viejos partidos en enfermedad infantil de la nueva izquierda.

Pero no faltan excepciones como la de Gustavo Petro, que de seguro pesarán en las decisiones trascendentales que la colectividad adoptará en febrero. Para él, y para dirigentes como Carlos Vicente de Roux, si el Polo aspira a transformar el país, ha de jugársela por el poder del Estado conquistando las mayorías electorales mediante acuerdos con el centro del espectro político. Y no de cualquier manera. Piensa de Roux que con el centro pueden compartirse los principios de la democracia liberal, una concepción de seguridad que proteja los derechos y el mercado regulado. Pero no puede la izquierda limitarse a ofrecer alimentos y educación. Tendrá que lograr mayores niveles de equidad social, verbigracia, reestructurando la producción de bienes y servicios de interés colectivo. En estas corrientes que maduran propuestas de largo alcance se cifra la esperanza de llenar el vacío del modelo especulativo con el retorno a la economía productiva, única capaz de propiciar el salto al desarrollo.

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OBAMA, UNA REVOLUCION RACIAL

Aunque Obama no ganara la  Presidencia de los Estados Unidos, habría protagonizado el desenlace de una revolución racial impensable hace 50 años en una democracia que porfiaba todavía en sojuzgar a su población negra. Si en tiempos de Luther King ésta debió batallar por sus derechos, hoy goza de las mismas libertades y prerrogativas de los blancos. Así perviva algún sentimiento de repulsa al negro y éste siga ocupando, en general, los niveles más bajos de la escala social y sufra de pobreza, a veces extrema. Pero Obama encarna la utopía de igualdad convertida en realidad. Y su discurso rompe fronteras. Alexander Ulloa, activista de las negritudes en Colombia, declaró: “Obama nos ha dado autoestima (…) Ha cambiado la manera del negro de mirarse a sí mismo”.

El de Obama no parece ser fenómeno episódico. Sugiere un punto de inflexión en la política estadounidense, de repercusión comparable a la dura historia que le precede. Vienen a la memoria la guerra de secesión y la liberación de los esclavos que rubricó el ingreso pleno de los Estados Unidos a la democracia. Al menos formalmente, pues los linchamientos de negros en el Sur fueron cosa de todos los días y confirmaron que la guerra civil, lejos de resolver la segregación racial, la había agudizado. Se abolió la esclavitud, pero no el problema racial.

Nada hubiera cambiado sin el movimiento negro que debutó en 1955 con el boicot al transporte público en Montgomery, donde era rabiosa la costumbre de negarles los asientos a los de color. Paso inicial de una marejada que crecía con la determinación del Presidente Kennedy de extender a los negros los derechos civiles. En 1963, año de su asesinato, no había en Alabama, Mississippi y Carolina del Sur una sola escuela integrada. En Alabama, epicentro de la discriminación racial del Sur, empezaron a multiplicarse las protestas, brutalmente reprimidas por la fuerza pública. En una sola manifestación hubo 3.300 detenidos. Nunca se supo cuántos fueron los de la manifestación de 200 mil personas frente al monumento de Abraham Lincoln en Washington. Robert Kennedy recogió las banderas del mandatario sacrificado y también murió asesinado.

Con la aprobación de la ley de derechos civiles en 1964, recrudeció la violencia. El Ku Kux Klan actuaba en la sombra, pintada la cruz en el pecho y el tiro siempre certero. Hasta el Norte llegó la protesta, a menudo como anarquía, en medio de incendios y saqueos. En una semana de locura en 1965 hubo en Los Ängeles 35 muertos y más de mil heridos. Así, de motín en motín, se afianzaba el Poder Negro. Su momento estelar, el de los atletas norteamericanos que ganaron todas las medallas en los Juegos Olímpicos del 68 y acapararon, el puño en alto, la mirada incrédula del mundo entero. Imagen imborrable de las Panteras Negras.

Tras recibir el premio Nobel de Paz en 1968, moría asesinado Martin Luther King, artífice de la revolución negra cuyo legado recoge Obama, así en la palabra como en el color de la piel. No reivindica ya el “país de las maravillas” también para los niños de color sino la unidad de la nación, en sus diferencias, y alrededor de la paz.

Pasó a la historia la teoría de Stephens, Vicepresidente de la Confederación durante la guerra civil de 1860, según la cual la esclavitud, la subordinación a la “raza superior” es natural, una verdad física, filosófica y moral. Acaso también la de Luther King contra la segregación, “una insensatez económica y una imbecilidad política; pero, sobre todo, una inmoralidad”.

Obama simboliza el paso decisivo hacia la igualdad de la raza negra en Estados Unidos, mientras se configura una nueva minoría: la de los hispanos, con el muro de infamia que mandó levantar el Presidente Bush para segregar a los mexicanos y a los de parecido jaez.

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U.S.A: ANGELES Y DEMONIOS

Se equivocó Fukuyama. Con la caída del muro de Berlín no murieron las ideologías. Hoy asistimos a un nuevo despertar de doctrinas y creencias en la confrontación que signa la campaña electoral en Estados Unidos. Por vez primera en décadas, ocupan los contendores orillas antagónicas. Se enfrentan, sin atenuantes, un conservadurismo afirmado en seguridad y mano dura, y un liberalismo fundado en la democracia social y política.

Pese a sus coqueteos de última hora con la contraparte, el candidato republicano representa los valores más conservadores de una clase media que delira ante la imagen conmovedora de “Sarah, los niños y John”. Atavismo sublime de reverencias a la familia y a la tradición que no le impide, sin embargo, marchar a la primera diana de guerra contra el demonio musulmán o el liberal. La conmemoración de este 11 de septiembre aguzó el miedo sobre el cual trabaja su electorado McCain, haciéndole la segunda, también en esto, al Presidente Bush. Los nuevos amagos de Guerra Fría le caerán asimismo como del cielo para trocar la vieja disputa entre “libertad” y “totalitarismo” en batalla de Jehová contra Lucifer, a tono con la ultraderecha evangélica que ha gobernado a ese país durante los últimos ocho años.

La Palin, eficiente dispositivo de la maquinaria republicana activada mediante organizaciones religiosas de enorme penetración ideológica como Focus on the Family, sostuvo en la iglesia de su pueblo que la guerra de Irak era “misión divina”. Heroína de la derecha rabiosa, le echa más leña al fuego del fundamentalismo en su cruzada contra el aborto. Campaña inspirada dizque en el derecho a la vida (del feto), mas no en el derecho a la vida de la madre. Ni en el de los jóvenes norteamericanos que mueren, por miles, en Irak. Ni en el de los iraquíes inocentes que mueren, por millones, en conflagración inventada por un fanático que dispara órdenes desde la Casa Blanca creyendo que juega al nintendo.

A este conservadurismo de salmo y cañón se le enfrenta un negro, sospechoso en religión, que arranca de su letargo el “sueño americano”, cuando un pueblo acostumbrado a ser potencia ve avanzar contra sí una crisis económica que evoca la catástrofe de los años 30. Y este sueño no es otro que el de los “Padres Fundadores” de la democracia que en su hora deslumbró a Tocqueville, edificada sobre la libertad, la justicia y la igualdad de oportunidades. Sueño de Luther King, quien reivindicó como derecho la libertad soñada del negro que, tras cien años de abolición de la esclavitud, seguía humillado, en la trastienda de la ciudadanía. Sueño de los genuinos valores del liberalismo que el partido demócrata encarnó, y que en estos tiempos se traducen en un Estado bien distinto del que Bush preside. Las políticas en salud lo simbolizan todo. Para los republicanos, ella es prerrogativa de quien pueda costearla; para los demócratas, derecho universal, como corresponde al Estado que garantiza no sólo las libertades sino los derechos sociales y económicos de toda la población.

Obama representa, arrollador, el lado liberal-social de la ecuación, y amenaza triunfar sobre el otro, mentor de los grandes poderes económicos y del fundamentalismo al servicio de la guerra. Despiertan dos imaginarios latentes en el alma del pueblo norteamericano y se enrumban por caminos distintos que señalan prioridades irreconciliables de momento: el cambio, en Obama; la seguridad, en McCain.

Bienvenida la lucha ideológica, savia de la contienda civilizada por el poder. Hagamos votos por que en esa democracia, admirable en mil aspectos aunque también pródiga  en magnicidios, no se cumpla el temor de Doris Lessing. Asegura la escritora que si Obama ganara la Presidencia de los Estados Unidos, “lo matarían en el acto”. Por ser negro.

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INJURIA COMO ARTE

El primero en degradar el lenguaje ha sido el Presidente. Si ofende la frase “le rompo la cara, marica”, sobrecoge la que ordena, en público, “acabar” con alguien “por mi cuenta, no se preocupe”. Procacidad y amenaza no simplemente subvierten las buenas maneras, de señoritos perfumados, sí, pero también de los millones de colombianos que formamos el montón. Es que ellas denotan, además, la insolencia del poder que quiere ejercerse sin límites ni control. Alega el Presidente que no es bueno echarle tierra al debate. Enhorabuena. Mas en el debate, como en el cohecho, se necesitan por lo menos dos. Qué polémica puede haber, se pregunta uno, si a menudo el que acapara micrófonos y luces descalifica de entrada a su adversario, lo amordaza, lo intimida y lo cubre de ignominia. Antes que hablar de cancelar la controversia habría que restablecerla. Deber de la democracia es instaurarla, expandirla, protegerla en libertad. Y no de cualquier manera.

Saturado el país de este tono bochornoso, devuelto a la rudeza de tiempos que dábamos por idos, se echan de menos la invectiva política elevada a arte, la ironía elevada a poesía. León de Greiff le cantó al amor, pero también satirizó la hipocresía consagrada en una sociedad de prohombres iletrados y politicastros de postín. Como quien hace música, escribió su Balada del Abominario para increpar a aquellos “bausanes estridentes (…)/ supercríticos morosos hartos de suma fatuidad,/ arlequinescos figurines/ pletóricos de vulgaridad,/ de vicios fáciles y tontos/ y de la unánime verdad,/ y de ideales consagrados,/ y de vacua sinceridad/ (…) Andad al Limbo figurines,/ turba de lo sacramental, / inocuos y zurdos y vacuos,/ solemnes y zafios y tal…”

Y José María Vargas Vila, terror de dictadores, de la reacción  purpurada que edificó la República Conservadora sobre los pilares la Regeneración, alcanzó la gloria en diatribas que parecen escritas hoy. Borges lo consideró maestro del oprobio, la sátira y la ofensa: “Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patíbulo. Ahí está vivo después de haber fatigado la infamia”, había escrito el santafereño. Si a veces extravagante, y hasta cursi, suya es la invectiva veraz e ingeniosa contra los déspotas latinoamericanos, césares “voluptuosos”, “sanguinarios”, “vanidosos hasta la estupidez”.

Se ensañó en los artífices de la Regeneración que sepultaron la revolución liberal. “Rafael Núñez, escribió, pertenecía a la raza triste de los tiranos filósofos; era déspota por hastío (…) Sin ilusiones sobre los hombres, ni sobre las cosas, era hecho para pastor de pueblos porque despreciaba profundamente el rebaño humano, tan tumultuoso, tan terrible y tan vil (…) Su obra no fue estéril; la impotencia del Talento engendró la Omnipotencia de la Fuerza; ya no hay Patria, pero aún hay Tiranía: esa es su obra”.

De Caro dijo que pertenecía “a la raza enojosa de los tiranos letrados y a la legión rencorosa de los tiranos austeros (…) Rencoroso y vengativo, con más pasión que virtud, odiando a los hombres más que a las ideas, no usó del poder sino para empequeñecerse (…) Llevó al gobierno, todas las pasiones de la plaza pública, y después de ser Catón, en el foro, no fue sino un faccioso en el poder (…) Hizo del gobierno una polémica a mano armada (…) Era un hombre ebrio de absoluto. Falto de grandeza, tuvo el culto de la insolencia; confundió la fatuidad con la dignidad; la energía con la violencia; e incapaz de levantarse hasta la generosidad, fue cruel hasta la bajeza y vengativo hasta el oprobio. Pudo haber sido un gran ciudadano y no fue sino un pequeño déspota”.

Algo ofrece el panfleto, como género, para rescatar la injuria de las alcantarillas, darle vuelo literario y encaminarla hacia el arte. Se respiraría mejor.

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