por Cristina de la Torre | Ene 29, 2013 | Modelo Político, Enero 2013
Tal vez se atenta lo mismo contra la libertad de prensa en Colombia que en Venezuela o Ecuador. Si los gobiernos vecinos amordazan medios independientes y buscan monopolizar la información, aquí la liberalidad de la legislación de prensa es a menudo una ilusión. Más fuerza cobran prácticas que darían cartilla a cualquier déspota en ciernes: tentativas legislativas de la caverna para imponer censura; agresión de gobernantes contra periodistas que revelan las perfidias del poder; matoneo judicial que provoca autocensura para salvar el trabajo, la pauta o la vida; amenazas; y el asesinato, que en los últimos 13 años cobró la vida de 127 comunicadores. Esta violencia contra la libertad de expresión, que en democracias suscitaría escándalo y protesta, se resuelve aquí en gesto de tedio por el muerto de cada día que “se la buscó”. Sobre todo en provincia. 78% de periodistas del Pacífico, Valle y Antioquia dijeron a Cifras y Conceptos que la inseguridad obstruye su trabajo. Somos pueblo educado en el credo monocorde de curas y valentones y sabios de pacotilla, donde disentir llegó a ser crimen y, terrorismo, el informar o criticar.
Se ha matizado la atmósfera, si, como lo indica la suscripción de gobernadores a la trascendental Declaración de Chapultepec la semana pasada, en defensa de las libertades de información, de opinión y de crítica. Mas, por otro lado, el año pasado se frenó de milagro un proyecto de ley que desmontaba el derecho de acceso ciudadano a la información oficial, y su capacidad de vigilancia y control del poder público por este medio. Peligroso desliz de mentes torvas.
Ha inventariado Venezuela la clausura de 34 emisoras y del canal RCTV, y persecución contra Globovisión, El Nacional y La Prensa, en virtud de leyes que estrangulan la opinión política disidente. En Ecuador, el presidente demandó al diario El Universo por “calumnias injuriosas”. Sus directivos fueron sentenciados a tres años de cárcel y a pagar 40 millones de dólares. Comparable por la jerarquía de la fuente que así agrede a la opinión libre, magistrados de nuestra Corte Suprema de Justicia anunciaron denuncia penal contra la columnista Cecilia Orozco. No toleraban su crítica al relevo del magistrado Iván Velásquez, estrella del juicio a la parapolítica. Orozco ratificó que este cambio se orientaba a “favorecer un específico sector de la delincuencia”.
Ni hablar del virulento ataque del entonces presidente Uribe a Alejandro Santos, director de Semana, cuando éste le inquiriera sobre el escándalo del DAS que se ensañaba en periodistas, en jefes de la oposición y en la Corte que juzgaba la parapolítica. El país siguió atónito la escena por televisión, sabedor de que el verbo incendiario del presidente, capitán de “los buenos” en una guerra entre fanáticos, podría inducir a disparar contra cualquier recluta involuntario de “los malos”. Versión renovada del regenerador Núñez, Uribe no necesitaba expedir una “ley de los caballos” para silenciar periodistas y opositores con prisión, exilio y supresión de sus derechos políticos. Le bastaba seguir la tradición de un país de leyes donde prevalece, no obstante, la ley ejecutada por mano propia. Ya se trate de incendiar periódicos, de criminalizar la libre expresión del movimiento popular y la izquierda legal o de segar la vida del director de El Espectador.
Una opinión pública autónoma del poder es componente esencial de la democracia, y su medio de expresión es la prensa libre, plural, como plural es la sociedad. Negar la libertad de prensa dándole cariz legal a la censura (como en Venezuela) o matando periodistas (como en Colombia) es negar la democracia. ¿Cuál de los dos se acerca menos a la república bananera?
por Cristina de la Torre | Ene 22, 2013 | Partidos, Enero 2013
Se sacude nuestra precaria democracia: el horizonte de paz y su agenda de discusión en La Habana, y la borrascosa búsqueda de lo público en el gobierno de Bogotá, empiezan a devolverle a la política la fuerza de ideologías que aterrizan como propuestas diferenciadas de partidos. Este destape de intereses encontrados ablanda el tic de la manguala que nos legó el Frente Nacional y presiona un reordenamiento de fuerzas no ya apenas en función de las elecciones que se avecinan sino en perspectiva estratégica. Enhorabuena.
El reformismo de Santos defraudó; pero este presidente podría dejar dos monumentos para la historia: la paz y la restitución de tierras. Tras la brecha que separa a Uribe de Santos palpita la disyuntiva entre guerra y paz; ésta obra también en los prosélitos de ambos bandos y en la izquierda democrática. No sólo por su arrastre electoral en la coyuntura sino por las implicaciones de largo plazo que traerá en el posconflicto. En particular para el campo, escenario de la guerra y edén del uribismo duro. Un rápido paneo destaca aspirantes que se han lanzado al agua. Santos, el primero, cifra su reelección en la desactivación del conflicto armado. Por contrapartida, el uribismo foguea candidatos adversos al proceso de paz y, en la otra orilla de la oposición, la izquierda democrática se la juega ahora con Navarro Wolf.
José Félix Lafaurie, príncipe del feudalismo irredento que en Córdoba por ejemplo fue amigo de paramilitares, se proclama guardián de sus heredades, descalifica las conversaciones de paz y anuncia que va, con Uribe, por el poder. Miles de organizaciones agrarias piden los cambios que nunca fueron, y las Farc terminan por allanarse a su añosa bandera de lucha contra el latifundio improductivo y por reclamar revisión de los TLC. Ya se habla de refrendación popular de los acuerdos de paz.
Adminículo del procurador, Miguel Gómez desbroza el camino hacia la destitución de Petro que acaso Ordóñez prepare en abuso insólito de poder. Figura incontrastable de la derecha restaurada desde hace diez años, sabe Ordóñez que inhabilitar a Petro será remover un obstáculo enojoso en su carrera hacia la presidencia y lo cubrirá de gloria en la Colombia más conservadora. El resto será obra de su probada habilidad para reinar corrompiendo, y de su amenaza de “vigilar” el proceso de paz.
Antonio Navarro llega al relevo de un Petro que enfrenta la reacción mancomunada de la derecha y sus carteles de contratistas y que se precipita por la pendiente de sus propios errores. Miembro del trípode que selló la Constitución del 91, encarnación de guerrillas lealmente reintegradas a la legalidad, primer gobernador del país cuando lo fuera de Nariño, Navarro es la cara “civilizada” de una izquierda que madura a golpes. Y se perfila ahora como frente amplio de centro-izquierda, al modo del uruguayo, que registra ya dos presidentes en ese país. Respuesta al neoliberalismo, se propone este movimiento luchar contra la desigualdad, por la prevalencia de lo público, por una política económica sensata que revise los tratados de libre comercio, pues la revaluación termina postrando la industria y la agricultura y nos convierte en país importador. Este gobierno –dice- no combate la desigualdad. Prueba, la reforma tributaria que fue incapaz de gravar a los ricos, pues finalmente “Santos es un oligarca”.
De momento, Santos por la coalición en el poder disminuída, Lafaurie u Ordóñez por el uribismo y Navarro por el Frente Amplio se disputarán la presidencia. Y tres titanes –según Semana- se enfrentarán en el Congreso: Álvaro Uribe, Germán Vargas y Jorge Enrique Robledo. Votemos porque todos puedan exteriorizar sus diferencias sin morir en el intento. Que es la hora de cambiar balas por votos.
por Cristina de la Torre | Ene 15, 2013 | Iglesias, Mujer, Salud, Educación, Régimen político, Enero 2013, Enero 2012
No hay en la Iglesia unidad de doctrina moral sobre el aborto. En grosera simplificación del pensamiento católico, el procurador Ordóñez se arroga la vocería de todos los fieles y presenta como única su particular visión del problema: la invocación ultraconservadora de los Papas Pío XI y Pío XII, contraria a la de millones de bautizadas que, como “Católicas por el derecho a decidir” sobre el aborto, se ven hostilizadas por la corriente más reaccionaria que se ha impuesto a baculazos en la iglesia de Roma. Más atormentados por la vida de los no nacidos que por las legiones de nacidos que mueren todos los días de abandono, de hambre o de guerra santa, mentores suyos terminan en su dogmatismo por degradar a manipulación electoral este debate de filosofía moral.
La doctrina de la Iglesia prohíbe eliminar el feto, por ser –según ella- un humano inocente e indefenso, persona desde su concepción cuya vida le viene de Dios. Abortar es, pues, asesinar. Al extremo, la madre deberá sacrificar su derecho a la vida al derecho a la vida del feto. Aún en casos de violación, malformación del feto y peligro de muerte para la mujer. Como se observa en el sistemático boicot del aborto terapéutico que los extremistas ejercen en Colombia. Pero otra versión de la teología católica justifica el aborto en legítima defensa de la vida de la madre. Y comparte la teoría de que el feto sólo deviene persona cuando su sistema neurocerebral se ha desarrollado, no al momento de la concepción. Si la bellota no es todavía roble, tampoco el cigoto es persona. La Corte Interamericana de Derechos Humanos acaba de estipular que al embrión no le asisten aquellos derechos, pues ellos se concibieron para personas nacidas. Y el derecho a la vida se adquiere con el desarrollo del feto, cuando éste pasa de simple organismo vivo a persona humana y autónoma.
Decisión trascendental que remarca el choque de posiciones en el seno de la Iglesia. Por un lado, Pio XI no justifica el “asesinato directo del inocente” aunque comprometa la vida de la madre (Encíclica sobre el matrimonio cristino). Y en Carta a la Sociedad Católica de Comadronas, escribe Pío XII: El feto “recibe el derecho a la vida directamente de Dios. Por consiguiente, no existe hombre, ni autoridad humana, ni ciencia, ni indicación médica, eugenética, social, económica o moral que (permita disponer de la vida) de un inocente”. Por otro lado, el Catecismo Católico prohíbe matar a un inocente, pues la vida humana es sagrada, creación divina. Pero admite excepciones como la de la legítima defensa. Ya en este espacio citábamos el Artículo 2264 que consagra el amor a sí mismo como principio esencial de la moralidad, de donde se desprende el legítimo derecho de hacer respetar la vida propia. No es homicida el que por defender su vida se ve obligado a eliminar a su agresor. El Código de Derecho Canónico señala atenuantes para la persona que así actúa, si movida por el miedo o por necesidad o para evitar un perjuicio grave. No es la vida un absoluto que peda resolverse en blanco o negro. Para el caso del aborto, sólo cuenta la conciencia de la mujer.
La moral privada del aborto cobra dimensión social y de salud pública. De allí la importancia de la controversia ideológica. Manifestaciones al canto, el irresponsable recurso al aborto como medio de control natal. O, en el extremo opuesto, el sabotaje al aborto terapéutico que se resuelve en práctica clandestina y es causa de muerte de miles de mujeres acorraladas por la pobreza y la violencia. En el trasfondo, el pugilato entre posiciones encontradas a las cuales no escapa la Iglesia. Bien haría ella en reconocerlo, si aspira a sobrevivir como institución espiritual para un mundo de carne y hueso.
por Cristina de la Torre | Feb 12, 2013 | Educación, Enero 2013, Sin categoría
Tan imaginativos los estudiantes abrazando policías en sus nutridas manifestaciones de 2011, hoy se quedan cortos en su anteproyecto de reforma a la educación superior. Sólo atacan una de las dos causas de nuestro apartheid educativo: la cobertura, mas no la calidad. Reivindican gratuidad y financiación generosa del Estado a la universidad pública, con lo que se ensancharía la avenida de acceso a las aulas para los más pobres; pero nada dicen de la manera de enseñar, obsesionada en inyectar mares de datos inconexos, inútiles a la hora de identificar y resolver problemas, e inclinada a castrar la pasión creadora del muchacho.
Tal libertad parece alarmar a los maestros, que porfían en recriminar el espíritu crítico del estudiante, en enjaular su imaginación. Salvo en planteles privados exclusivos que ya incorporan elementos de una revolución pedagógica que irrumpe contra ortodoxias que sitúan a Colombia en los peores rangos de calidad de la educación en el mundo. Sabrán los líderes estudiantiles que ampliar la cobertura es apenas parte de la solución. La otra remite a la urgencia de formar ciudadanos capaces de responder con orgullo de sí mismos, de diseñar el desarrollo de su país, de inventar maneras de salvar el planeta. Y esto no se logra sino derribando la educación castradora que prevalece en Colombia. Pugnando porque nuestros jóvenes aprendan a aprender. Con fundamento en las ciencias, en las humanidades, en las artes pero, sobre todo, en su imaginación. Que aprendan a leer, a escribir, a observar, a pensar, a crear, a volar. A formular preguntas en vez de atesorar respuestas políticamente correctas. Entonces un mayor acceso a la universidad no significará simplemente democratización de la mediocridad, sino oportunidad para desarrollar una inteligencia activa y crítica.
En su libro Crear Innovadores (Editorial Norma), el norteamericano Tony Wagner propone revolucionar la educación: desarrollar el potencial creador del estudiante, la pasión y la intuición, el fuego de su imaginación. El nuevo método de enseñanza sacrifica el conocimiento petrificado a la insolente curiosidad del pupilo. Que es la misma del niño, cuya capacidad de asombro le permite lo mismo descubrir el mundo que reconfigurarlo a su manera, jugando. Convertida su pasión en un propósito, esta generación responderá a problemas nuevos, los del siglo XXI, trátese de salvar el planeta, de buscar vida sana o de reorientar una economía que esclaviza en el ideal utilitario y ahonda las desigualdades. Extravagancia, juego, trabajo en equipo, riesgo, empoderamiento de sí mismo y capacidad para enfrentar fracasos serán necesarios para inventar soluciones con los mínimos recursos. Es la hora de los iconoclastas creativos. Es hora de zamarrear la manera de educar.
Más conocido en el mundo que en su país, el científico colombiano Raúl Cuero fundó en Colombia centros de investigación científica para adolescentes que, con aquella filosofía, arrojan ya inventos en tren de patentarse en Estados Unidos. Como un sensor para detectar petróleo con un gramo de suelo y otro para detectar diabetes a temprana edad. Están produciendo la molécula de proteína del Alzheimer para ver de controlarla. Él mismo ha patentado más de 20 inventos y acumula galardones como el de mejor exalumno en toda la historia de la Universidad de Heildelberg. Cuero exalta la invención, que es creación de cosas nuevas, y sus presupuestos: cultivar el pensamiento universal y un sano eclecticismo; sentirse útil, más que importante, y saber que la creación deriva de la práctica. Vuelvan los estudiantes sus ojos hacia hombres como éste, promesa luminosa de que un día la educación no nos impida aprender.