EL LIBERTARIO

En la democracia parapléjica que nos tocó en suerte, curtida en la tradición de silenciar a gritos –o a bala- la sana crítica y el libre examen, brilla El Espectador por no haber hincado la rodilla. Punto de honor para un periódico que aventuró todos los riesgos y padeció todos los golpes de un Estado confesional irreductible, violento, apenas amansado a ratos desde los tiempos de la Regeneración. Ha gobernado en él la jerarquía católica a baculazo limpio y de consuno con el poder civil. En tiempos de la hegemonía conservadora, por interpuestos Presidentes que el Cardenal Primado, Perdomo, escogía de antemano del ramillete de candidatos que la jerarquía conservadora le ofrecía. Como el periódico encarnara la oposición política, sería un político purpurado, Monseñor Builes, quien sentenciara después a grandes voces que leerlo era pecado mortal. A poco se preguntaría éste, desde el púlpito también, en misas de domingo, si matar liberales sería pecado mortal o venial. No ha mucho, los sicarios de Pablo Escobar segaron la vida de don Guillermo Cano. Dicen que, a la usanza de sus pares, la víspera del magnicidio se postraron de hinojos ante la imagen de María Auxiliadora para pedirle fuerza, puntería, tiro certero. Religiosidad equívoca que acaso eche raíces en la convivencia de tonsurados con propagandistas de la acción intrépida y el atentado personal, en épocas de la Violencia. Y ahora, entrado el nuevo milenio, no fue el Presidente el interpuesto sino el Padre Marianito quien rodeó de hálito divino al Primer Mandatario, hizo de su gobierno imitación de la teocracia de Núñez, restableció la cátedra obligatoria de religión en los colegios y trocó en guerra santa el enfrentamiento con la subversión y con la oposición legal. Secuela de este ensayo, un procurador que no despacha con los códigos sino con la Biblia.

Había dicho el regenerador de 1886 que las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de aniquilarse. Y entronizó la paz armada. Otra cosa pensaba don Fidel Cano Gutiérrez quien, pese al asedio del régimen, esgrimió contra él “la paz como táctica, las plumas como armas únicas (…). ¿Guerra quieren? Pues la tendrán; pero no tal como la desean sino tal como nos han dejado conocer que la temen: tendrán la guerra de la paz…” Ante la ley de los Caballos que facultaba al gobierno para perseguir opositores, ordenar destierros, arrebatar los derechos políticos y amordazar la prensa, don Fidel instó a “rendir culto a las grandes ideas proscritas hoy por el odio, por la apostasía o por la debilidad”.  A la educación católica que el gobierno impuso y su disposición a reprimir con guante de hierro a quien “propague ideas contrarias al dogma católico y al respeto y veneración debidos a la Iglesia”, el director de El Espectador respondió en defensa de la libertad de pensamiento. Abogó por la escuela  amplia y generosa; al maestro que dogmatiza, opuso el maestro que respeta la conciencia de sus discípulos y la suya propia.

Pero la educación confesional era sólo uno de los látigos de la dictadura clerical que los gobiernos conservadores  prolongaron hasta 1930. Gustavo Samper relata los atropellos electorales que tenían lugar. En sus giras políticas, el Obispo Crespo de Medellín negaba la absolución a los liberales que no renegaran de sus ideas políticas. Y en Manizales, el padre Márquez “pronunció un encendido sermón contra la memoria de don Fidel Cano”. Después vendría la Violencia, con sus 300 mil muertos.

El Espectador  ha sobrevivido a cierres, multas, encarcelamientos, excomuniones, saqueos, censuras, asesinatos, bombardeos, bloqueos financieros. Pero mantiene en alto la bandera de la libertad. Sabe cuánto pesa la conciencia crítica en una sociedad domesticada. Pura valentía, no es estridente ni libertino. Es libertario.

Comparte esta información:
Share

HINESTROSA O LA SAGA RADICAL

“Los radicales son el más horrible cáncer de la sociedad, y como el mal ha llegado al último grado, no hay otro remedio que la completa amputación de esos seres cuya putrefacción inficiona el aire (…) para que fructifique la era de la Regeneración fundamental, tal como lo ha concebido el eminente político que hoy nos gobierna con aplauso general” (Nicolás Pontón, El Recopilador, marzo 2, 1885). Así escribía el vocero del régimen de Núñez en el periódico de marras contra los liberales derrotados en la última guerra civil y perseguidos por la dictadura clerical que se daría forma constitucional un año después. Les parecía a los heraldos de aquella república católica que los portadores de tal epidemia debían ser “aniquilados”. Y al aniquilamiento del adversario se llamó, una y otra vez, en el siglo que siguió. Desde los púlpitos, desde los cuarteles, desde los directorios políticos, desde los refugios de guerrilleros y paramilitares.

Con la muerte de Fernando Hinestrosa, rector del Externado, desaparece uno de los últimos bastiones del radicalismo que desde 1886 mantiene en alto la bandera de la libertad. Que no es poca cosa en esta Colombia de sable y sotana, cuyo más reciente estadio es el uribato. Versión postrera de la Regeneración, en una mano el fierro, el rosario en la otra. Así como el Externado nació en desafío del unanimismo que el régimen imponía y para dar cobijo a todos los perseguidos, a los expulsados del Rosario y de la Universidad Nacional que no comulgaban con la escolástica y el derecho canónico, tampoco su último mentor transigió con la tiranía ni con afrenta alguna contra la libertad de pensamiento. En aquel entonces, era la educación religiosa la arista más saliente del Estado confesional. Quien educara, mandaría. Afirmada en el yugo del Concordato con la Santa Sede, la Regeneración entregó la educación a los curas, instituyó cátedras obligatorias de religión, segregó a los tibios y fundió en uno solo los poderes de la Iglesia y el Estado.

El Externado fue flor solitaria en aquel desierto de finales del siglo XIX. Juan Camilo Rodríguez, miembro de número de la Academia de Historia, recuerda que hasta la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional estableció en 1890 que “la religión del Instituto es la católica, apostólica y romana. En sus enseñanzas y en sus prácticas, no se apartará de las doctrinas de la Iglesia”. Pese al asedio político, el Externado fue refugio de “malhechores”, que así les llamaban los regeneradores. Pero en sus aulas –escribe Rodríguez- “resurgiría el pensamiento moderno proscrito en otros establecimientos de educación por el régimen de la Regeneración. La consigna del padreel radicalismo liberal a las claudicaciones de un partido que no se sacude el sopor heredado del Frente Nacional y su alinderamiento con la derecha uribista¡ Cosa distinta sería que iniciativas como la restitución de tierras empezaran a devolverle a Margallo en 1825 ‘Jesucristo o Bentham’, se cambiaría entonces por una más amplia en el púlpito incendiario del obispo de Pasto, Ezequiel Moreno, y repetida por muchos: ‘Jesucristo o liberalismo’”. Para asombro general, el procurador Ordóñez despacha según la ominosa disyuntiva. Y Simón Gaviria, jefe del Liberalismo, respalda su reelección en el cargo. ¡Cuánto va d ese partido raigambre histórica y sintonía con el pueblo. Entonces se acercaría al radicalismo del siglo XIX.

La Regeneración vive. Con sus más densas telarañas, mutada la religión en política, y su ferocidad para negar el pensamiento libre. Por eso, la máxima de Fernando Hinestrosa que en otras latitudes es práctica consuetudinaria,  resulta en Colombia revolucionaria: “El Externado es libre, abierto, independiente y laico. Es educación para la libertad, no para la obediencia”.

Comparte esta información:
Share

POLO: PALOS DE CIEGO

Como si Petro marchara en la caverna y éstos en la izquierda heroica, dirigentes de lo que queda del Polo le declararon al alcalde guerra abierta. Tras cuatro años de mutismo frente a la mayor defraudación que esquilmara a Bogotá; habiendo avalado contratos que entregan a particulares casi todo el producido de Transmilenio, habrían promovido la jornada que colapsó el transporte, paralizó a la capital y degeneró en vandalismo. “El Moir terminó rodeado de ladrones que roban las cajas” del sistema, dijo Petro. Se propusieron ellos debilitar al burgomaestre justo cuando éste se dispone a apretar a los operadores privados, acaso guiado por el criterio de que servicios como el transporte público deben reposar en el Estado. Como se estila en las democracias maduras. O en fórmulas de economía mixta que protejan el derecho ciudadano de las fauces de los negociantes. El detonante fue este pequeño 9 de abril en 9 de marzo, que mezcló ingredientes explosivos: asonada, de un lado, y, del otro, señalamiento del alcalde contra el núcleo duro del Polo, al que le adjudicó responsabilidad en los hechos. Según él, detrás de ellos está “un grupo de la administración pasada que no dijo nada cuando firmaron a 23 años la concesión de zonas integradas de transporte público”. Y elevó la tarifa de los articulados la víspera misma de entregar el mando. Transmilenio se diseñó para 800 mil pasajeros diarios; pero hoy transporta más del doble, con la misma infraestructura. Y la sobrecarga no es responsabilidad de Petro. Resulta de la negligencia de una administración que, por andar en malos pasos, no abrió las nuevas troncales ni reparó las losas de la Caracas.

La semana anterior el alcalde reafirmó su plan de renegociar contratos con los operadores del sistema, bajar tarifas, aumentar la flota de buses y promover la organización de los usuarios del transporte, víctimas de un modelo que hizo agua. Es su idea reducir las utilidades de los privados, llegar a que los buses sean eléctricos, operados por el Distrito y de su propiedad. Se comprenderá por qué se había echado a andar un plan tortuga. Es que el contrato de concesión financia con dineros públicos a un puñado de privilegiados, mientras la ciudad sólo recibe 5% del recaudo. En últimas, Petro se orienta por el principio socialdemocrático de que los servicios públicos —derechos constitucionales de la ciudadanía— deben recaer en el Estado. O en un modelo público-privado sujeto a todos los controles.

Hostilizar al alcalde cuando éste prepara batalla contra los operadores privados es hacerles a éstos el favor. Magnificar con artificios los avatares de la restitución de tierras es hacerles el favor a los despojadores. La rabiosa radicalidad de estos dirigentes, ¿es resentimiento, es revancha, es el pánico que abraza al moribundo? Al garete, buscando a tientas la identidad perdida, rugen y cierran el puño y se reconfortan en el ejercicio de una oposición que exige lo imposible para no tener que habérselas con lo posible. Obstruir. Tal como lo hicieron con la Ley de Víctimas. Tanta altisonancia contra el reformismo radical de Progresistas encubre el más sutil conservadurismo. Corona la máxima de Lampedusa: que todo cambie para que nada cambie. Con exalcalde amigo tras las rejas y el desplome de su votación de 900 mil sufragios a 31 mil, difícil guardar compostura. Serénense los cardenales antes de romper lanzas contra el primer exguerrillero que depone las suyas para acceder por sufragio al gobierno de Bogotá. No sea que terminen por extraviarse sin remedio dando palos de ciego desde la catedral de su menguado poder.

Comparte esta información:
Share

LA TERCERA GUERRA DE LAS FARC

Mientras no cese la batalla mundial contra las drogas, epílogo de la Guerra Fría; y mientras no renuncien las Farc al narcotráfico, esta guerrilla podría seguir viva indefinidamente. Como ejército o como eclosión de bandas criminales. Que la restitución de tierras abriría senderos de paz porque apunta al corazón del conflicto, no se discute. Pero quedaría suelta la otra rueda de nuestra perdición: el narcotráfico. Negocio que absorbió a las Farc y las trocó de rebeldes con causa en organización plagada de malhechores. Por contera, la perversidad incalificable del secuestro. En las tres fases bélicas que marcan la historia de esta guerrilla (la violencia liberal-conservadora, la guerra contrainsurgente y la del narcotráfico) esta última trastorna su natural político. Y deposita en la contraparte el desafío de conjurarla apostando a la despenalización de la droga.

Las Farc -brazo armado que fueron del Partido Comunista- se gestan en la Violencia, eco de la Guerra Civil española signada por el choque agreste entre laicistas y clericales. Tras el asesinato de Gaitán, ambientado en el torrente cavernario que llegaba del Norte, también aquí convergen guerrillas  comunistas y liberales, Tirofijo al mando de una de estas últimas. Las unen el imperativo de esquivar las balas del régimen conservador y reminiscencias de viejas luchas por la tierra.

Después vendría la disputa en patio ajeno entre el Bloque Soviético y EE.UU. por prevalecer en el orbe, no ya con armas atómicas sino con guerritas de baja intensidad en el Tercer Mundo. Tras bambalinas, la doctrina Truman que instaba a levantarse contra “la agresión de minorías armadas o presión exterior”. En 1964, el presidente Valencia bombardea Marquetalia, reducto de autodefensas campesinas de orientación comunista. Y nacen las FARC. Y el EPL afecto a Mao y el ELN, a Fidel Castro. Trilogía doméstica apadrinada por los tres centros del socialismo internacional: la Unión Soviética, China y Cuba, respectivamente. Diez años después nacería el M19, esta vez con el sello de los Montoneros peronistas y del sandinismo. Papel crucial jugaría la revolución cubana, catalizador de la Guerra Fría en América Latina. Mecha incendiaria de los soviéticos en este continente hundido en el atraso y la desigualdad. Epílogo de la Guerra Fría serían las dictaduras de militares anticomunistas y neoliberales en los años 70 y 80.

Entre tanto, el narcotráfico se toma a Colombia. Las FARC ingresan de frente en la internacional de la coca. Quedan inscritas en la guerra contra las drogas que Estados Unidos lidera. Ya en 1982 el grupo armado regulariza el cobro de impuestos a productores y narcotraficantes. Por desacuerdo con la mafia sobre montos del “gramaje” y en una escalada de secuestros a hacendados, estalla el conflicto con el capo mafioso Rodríguez Gacha. En 1994 el paramilitarismo se organiza en AUC. La Unión Patriótica, partido legal creado por las FARC al calor de los acuerdos de paz suscritos con Belisario Betancur, ha sido exterminada.

Derribado el muro de Berlín, clausurada la Guerra Fría. Los EE.UU. elevan el narcotráfico a categoría de seguridad nacional. Pastrana suscribe el Plan Colombia, iniciativa de ellos que apunta al narcotráfico, ergo, también a las Farc. Uribe aprieta el paso obsequiándoles siete bases militares. Ahora Santos pone la mira en la paz y las Farc ofrecen no volver a secuestrar. Anuncio histórico. Conforme el Gobierno devuelva tierras y ofrezca instrumentos de justicia transicional para la paz, si la insurgencia los acoge tendrá que renunciar al narcotráfico. Y Santos, aplicarse a fondo por la despenalización de la droga; en la Cumbre de las Américas, verbigracia. Si nuestras guerras llevan la impronta internacional, que la paz la lleve también.

Comparte esta información:
Share
Share