Cuánto va de Vargas a De la Calle

Antípoda de la clase política que medra en el delito, en la mentira, en el odio y la violencia, Humberto de la Calle conquista cada día nuevos sectores de opinión y va trocando el hastío en esperanza. Talla de estadista, cabeza de la hazaña que conjuró una guerra de medio siglo, este hombre presenta una rara particularidad en el escenario de la política colombiana: habla con la verdad. Y se le cree, porque su discurso respira el pundonor de una vida honrada. Tanto más, por el contraste que ofrece su contraparte a la derecha, Germán Vargas, lanzado esta semana a fanfarria batiente.

Mientras éste torna al redil uribista pujando por resucitar a las desaparecidas Farc –enemigo de rechupete que lo fuera allí para cosechar votos–; mientras se apertrecha de candidatos y jefes de debate con prontuario en 23 departamentos, según denuncia Claudia López, De la Calle invita a recorrer “el camino de la transformación más importante del país en su historia reciente”. Hacia una sociedad abierta ajena al fanatismo, al autoritarismo, al caudillismo, a las guerras de religión. Sociedad guiada por un liberalismo igualitario, reconciliada y dispuesta a dejar atrás el pasado. Esta campaña no es como las demás, ha dicho: demostraremos que es posible un proyecto político decente y honorable. Una rareza, un bálsamo inesperado, se diría, en esta Colombia atormentada, humillada en la improbidad de sus hombres públicos.

Pero sabe que no será fácil. Si en el pasado se dibujó la disyuntiva entre paz y guerra, hoy se debate entre paz y miedo. Si bien miedo empotrado en la mentira por Uribe y Vargas para malograr la paz. No le ve Vargas horizonte a ella, y pronostica que las Farc van por el poder en mayo, con beneplácito de sus supuestos corifeos, De la Calle, Fajardo y López. Con recurso al mismo infundio terrorífico del castrochavismo que hace un año les dio la victoria a los corifeos de la guerra, dizque hay ya decenas de cubanos capacitando campesinos en nuestro país, tal como en Venezuela. En entrevista concedida a María Isabel Rueda, insinúa el jefe de Cambio Radical que la desmovilización de las Farc no es plena, que sus disidencias son retaguardia armada de la misma guerrilla, que “hay acuerdo tácito entre los que pasaron a la legalidad y los que se quedaron en la ilegalidad”.

Tras la mentira, la ilusión de prolongar el conflicto. Avivada, sobre todo, por la celada de Vargas y su gente contra la JEP. Si ésta no se aprueba, quedan sus amigos civiles comprometido en graves delitos de guerra a salvo de verdad y de justicia. Y los desmovilizados de las Farc, sin garantías legales, a punto para diáspora, rearmada, rumbo al monte. Misión cumplida. Se habría disuelto el “embeleco” de la paz, se habría incendiado de nuevo la manoseada patria, para pescar más poder y dinero e impunidad en la conflagración. Todos los compadres reirían a carcajadas y recibirían, de ñapa, $20 billones cada año en nuevas gabelas tributarias.

Mas Humberto de la Calle dice sentirse “un seguro para la construcción de la paz […] Como liberal de corazón y de pensamiento creo tener la experiencia, la fuerza intelectual, la paciencia y el carácter necesarios para afrontar esa inminencia y llevar al país, de la mano de todos los colombianos, hacia una nueva era. (Mi objetivo como Presidente será) contar todos los días menos muertos y menos pobres”. Se le cree. Como se les creyó en su hora a Rodrigo Lara Bonilla y a Luis Carlos Galán. Víctimas magnas del narcoparamilitarismo al cual perteneció Martín Llanos, supuesto aliado de Vargas. Contemplarán ellas perplejas el extravío de sus hijos en un líder tan pobre de escrúpulos. Pero acaso complacidas de verificar que vuelve a germinar una buena simiente.

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Lutero y Erasmo, polos de la Reforma

Dos precursores de natural antagónico tuvo la Reforma Protestante: Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam. Un volcán el primero, un aristócrata del espíritu el otro, ambos precipitaron el cisma de la cristiandad que decidió, a la par con otros terremotos, el ingreso de Occidente en la modernidad. Apuntaron ellos contra la autocracia de la iglesia de Roma, contra su envilecimiento y sus dogmas, pero con armas distintas. Lutero provocó una sublevación que derivó en guerras de religión; baño de sangre alimentado por el fanatismo de todos los bandos, duró siglos. Erasmo, el humanista venerado en Europa toda, ridiculizó con sutil ironía el poder del papado, la dogmática católica, la escolástica. Su Elogio de la Locura condensó en sarcasmo de fina prosa la atmósfera de crítica y descontento que les insufló todo su potencial subversivo a las 95 tesis que hoy hace cinco siglos fijó Lutero a martillazos en la iglesia de Wittenberg.

Erasmo fundó la crítica reformadora de la Iglesia que Lutero transformó después en ataque contra el papado, escribió Stefan Zweig en su biografía del humanista holandés. Rivalizaron aquellos titanes desde su propio flanco y estilo, como religioso revolucionario el alemán, como defensor de una reforma conciliada entre las partes su adversario. Pero éste perdió la partida, entre otras razones porque en la hora suprema de mediar no lo hizo, se apocó. Entonces campeó el terror. Hasta siglo y medio después, cuando la Carta sobre la Tolerancia de Locke, epílogo de la revolución inglesa, puso fin a las guerras de religión. Mas no a la Inquisición, al uso entre católicos y protestantes por igual, y cuya impronta aletea todavía hoy.

Lutero devino en Mesías de fuego venido para purificar la Iglesia, para rescatar al pueblo alemán de las cadenas del Papa. A Erasmo le espetó: “la cuestión no podrá quedar arreglada sin tumulto, escándalo y revueltas. De una espada no puedes hacer una pluma ni de una guerra una paz. La palabra de Dios es guerra, es escándalo, es ruina, es veneno”, cita Zweig. Fue el parteaguas entre razón y pasión, “entre la religión de la humanidad y el fanatismo de la fe”. Erasmo lamentó que el nombre de Cristo se trocara en grito de guerra, en pendón de acción militar. Jamás pudo con el obstinado y el monoideista, ya vistiera el hábito de sacerdote, ya la toga de académico, que exige obediencia de cadáver para sus opiniones y a toda idea divergente llama herejía. Mientras Lutero acude sin escrúpulo a cualquier arma, a Erasmo el odio y la venganza le resultan plebeyez, barbarie.

Pero Lutero abrió un camino de libertad que le sonreía al espíritu del Renacimiento y al sentir del capitalismo en ciernes: la libre y personal interpretación de la Biblia. Vino esta merced con la irrupción de un mundo nuevo, opuesto al que asfixiaba en la comunidad tradicional. Mas trajo, a su vez, un sentimiento de desarraigo, de perplejidad y miedo a la libertad. En la íntima añoranza de la autoridad perdida, la versión luterana de Dios llenó el vacío. Ahora podía el hombre entenderse con Él sin mediación de sacerdote, sí, pero humillado en su vileza e insignificancia ante el Padre implacable que había ya elegido a los suyos y condenado a todos los demás. Se satisfacía así el perpetuo anhelo de humillarse a un poder inapelable. Y, en el odio al no-elegido, la compulsión de prevalecer a la brava sobre los demás.

Lutero nunca le perdonó a Erasmo su absoluta libertad intelectual y moral, su rechazo a la argucia que cambiaba el despotismo del papado por el de un Dios tronante. Después de 500 años, ay, el dilema que enfrentó a los paladines de la Reforma entre libertad y dogma reverdece todos los días. En todas las latitudes. En todas las esferas.

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¿Posconflicto sin desarrollo?

Volver a la industrialización, o bien, acabar de desindustrializar al amparo de un librecambio leonino podrá ser dilema crucial para la Colombia que se juega en mayo sus restos. O se imponen quienes paralizan al país en las desigualdades que engendran la violencia, o prevalecen quienes apuntan al cambio como camino de paz. Pero éstos no avanzan todavía de coalición electoral a alianza perdurable, y dilatan la definición de estrategias como ésta de reanimar la desfalleciente producción nacional. Pocos como Jorge Enrique Robledo abogan por ella cuando la pregunta acosa: “y bien, más allá de perseguir la corrupción, allende la paz vuelta retórica, ¿cómo transformar este país empujándolo de nuevo hacia la industrialización, según lo hicieron todos los países desarrollados?”.

Banqueros, importadores, especuladores, rentistas y no pocos constituyentes del 91 se llevarán las manos a la cabeza. Bien apadrinados por “los economistas” que completan tres décadas ululando a coro, en sí sostenido, el credo, no de un mercado en sana competencia, sino del que entrega al poderoso de afuera la parte del león y a nosotros nos reserva la cola del ratón. Nos invaden ellos de automóviles, computadores y hasta de maíz mientras aquí regresamos a las exportaciones de un siglo atrás: minerales y productos agrícolas en bruto. Más dura la tendría, sin sus genuflexiones, el rubio Coloso, adecentado ahora impostando business de tú a tú.

Cuna de la industrialización en Colombia fue la sustitución de importaciones, desde la posguerra hasta 1980. Si bien favoreció de preferencia a las élites que concentraron sus beneficios y se ahorró la reforma agraria, salud, educación y bienestar familiar se extendieron como no se viera antes. Mientras ella rigió creció la economía 3,5% en promedio, para descolgarse al 0,6% con el modelo neoliberal. Se lamenta el analista Álvaro Lobo de que la infraestructura manufacturera, creada con esfuerzo en el siglo XX, decayera en favor de la minería y la banca: de bienes primarios, sin valor agregado, y de la especulación financiera. Con el renacer del librecambio y la privatización del Estado por dictamen de Washington se desvanecieron los logros sociales y económicos alcanzados.

Como se sabe, la apertura de la economía que el Gobierno de Gaviria precipitó no dio lugar a defenderse de la avalancha de importaciones que se tomó el mercado. Vimos los colombianos cerrar, una tras otra, nuestras fábricas, a miles de trabajadores arrojados a la ya obesa informalidad, al exilio, o a recoger migajas envenenadas del narcotráfico. Coltejer y Fabricato tienen hoy la mitad de trabajadores que emplearon en los noventa. Mas, tampoco se crea que fueron nuestros empresarios víctima impotente del destino. En el frenesí de la riqueza fácil, terminaron muchos especulando con sus capitales de inversión.

Un estadio de desarrollo semejante compartían Colombia y Corea del Sur en los sesenta. Pero tomaron senderos diferentes: Colombia quedó sembrada en el subdesarrollo mientras su colega descolló entre las economías del Sudeste Asiático. Ésta decidió proteger su industria naciente, con aranceles, subsidios, financiación y apertura de mercados en el exterior. Una vez consolidada su industria, la desprotegieron. Pero podía ya lanzarse sola al mar bravío de la competencia mundial. Siguieron el ejemplo de Europa y Estados Unidos.

El crecimiento, por sí solo, no corrige las desigualdades, que ha de ser a un tiempo económico y social: se trata de crecer y repartir a la vez, y bajo la dirección del Estado. Principio socialdemocrático del desarrollo, que repugna a la envanecida, glotona cofradía neoliberal. Pero será el único principio que pueda dar consistencia al posconflicto.

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Cambiar el sistema de salud

Mientras más calidad y eficiencia prometen, peor el resultado. Hija putativa de Saludcoop-Cafesalud por operación comercial más dolosa que equívoca, Medimás ofrece el oro y el moro pero reedita, a escala de avalancha,  todos los abusos de las EPS. Y las aberraciones de un modelo que, lejos de seguridad social en salud, le monta negocio a una gavilla que se embolsilla casi todos los fondos que el Estado le confía para asegurar la salud de los colombianos. Trenzados en rapiña por los cinco billones anuales del Gobierno, la EPS y sus clínicas abandonan a los pacientes o los atienden a desgana. Con 10.000 quejas ante la Procuraduría despegó en su primer mes la flamante Medimás que prometía enmendar, “ahora sí”, el drama de los seis millones de afiliados a Cafesalud. Pero éste porfía y se teje desde adentro, al calor de la Ley 100: la aseguradora mezquina, a menudo con consecuencias fatales,  cuanto recibe del Estado para atender a los pacientes; y el hospital factura con uña larga para amarrar utilidades desproporcionadas.

En el viejo modelo de integración vertical entre EPS y hospitales, aquella asegura el lucro por dos caminos: Primero, le atraviesa al afiliado un mar de trabas para acceder al servicio, y gasta lo menos; segundo, les impone a los hospitales tarifas prohibitivas y, a la hora de pagarles, se duerme. En el caso de Medimás, explica Mario Hernández, no obra integración vertical entre EPS y hospitales, sino horizontal. No puede aquí la aseguradora prevalecer sobre las prestadoras de salud, y la rebatiña entre empresarios se encarniza, cada uno queriendo ganar más que el otro. Y los pacientes ahí. Podrán suplicar durante meses una cirugía impostergable; velar días y noches en urgencias; o fallecer en el rebote de una EPS a otra, vía paseo de la muerte. Si no como “paseo” de un enfermo, el desplazamiento en masa de una entidad a otra amenaza al sistema todo de salud. Cientos de pacientes acuden cada día a otra EPS y, si ellas aceptan el ingreso de 50.000 enfermos crónicos de Medimás, el sistema colapsa.

Ya la venta de Cafesalud extremaba la concentración del servicio en una EPS y legalizaba su integración total con 180 clínicas propias para que aquella las financiara con el dinero de todos. No faltó en la operación la venia del Ministro que corrió a prestarle, porque sí, $200.000 millones a una entidad en quiebra. Nada nuevo: cuando el Gobierno intervino a Saludcoop no fue para sancionarla ni para obligarla a pagar los $1.4 billones públicos que ocultaba en sus arcas. Fue para asumir sus pasivos y entregarle los activos a Cafesalud…!que era de Saludcoop!

Mas la privatización de la salud no para allí, se le suma la corrupción de figuras del poder público que se reparten gajes y coimas con los mercaderes del sector. La de un ex gobernador Guerra Tulena, la de un parlamentario Holger Díaz, la de un procurador Ordóñez que se brinca las pruebas y lo absuelve.

Solución de fondo al caos, restablecer el principio solidario que prevaleció por décadas en Occidente desde la posguerra. Concertar el sistema de salud entre empresarios y usuarios, como responsabilidad colectiva de la sociedad bajo la dirección del Estado, escribe Hernández. Vale decir, robustecer la capacidad del poder público con instituciones capaces de administrar la prestación y los recursos del sector. Devolverle al Estado su poder de iniciativa. El propósito, implantar en Colombia un sistema de salud universal, descentralizado y actuante para todos. El mercado, remata nuestro autor, es mal consejero cuando se trata de equidad en salud, derecho fundamental autónomo que la Ley Estatutaria de 2015 consagró. Necesitamos otro sistema de salud.

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Quién le teme al Tribunal de Paz

Cuando ya todo se daba por perdido, envilecida la cúpula de la Justicia, asqueado el país en la imagen de su togado supremo tras las rejas, nos sorprende la creación de un órgano de justicia único en la historia de Colombia: un tribunal de paz integrado por personalidades de probada solvencia moral y profesional, seleccionadas entre miles de postulantes de todas las etnias, regiones e inclinaciones ideológicas, con predominio de mujeres y presidido por ellas. Por Patricia Linares en la presidencia y Luz Marina Monzón en la Búsqueda de Desaparecidos. Instancia de cierre del conflicto, este órgano será decisivo en la reconciliación. Su misión, hacer justicia para asegurar la paz; su meta, la verdad de lo ocurrido y la reparación integral de las víctimas. Juzgará a responsables de todos los bandos por los delitos más graves cometidos en la guerra, para que haya verdad, sanción y reparación.

Mas, no bien se enciende esta luz al final del túnel, saltan al ruedo, todos a una, picos y garras afilados, los que temen a la verdad, los nostálgicos de la violencia. José Obdulio Gaviria, del Centro Democrático, declara que la Justicia Especial de Paz (JEP) es “indigna, una claudicación estatal”. La también uribista, Paloma Valencia, gestiona en nombre de su bancada referendo para derogar este instrumento expedito de paz y reconciliación. El Fiscal Martínez convierte imprecisiones salvables del proyecto de ley que la reglamenta en monstruo de siete cabezas; y teme que la ley desproteja a empresarios tenidos por protagonistas del conflicto y no por víctimas. Pero no aclara si habla de los que pagaron para protegerse del secuestro o de quienes financiaron a paramilitares para lucrarse de sus crímenes. En la misma vena, Cambio Radical, el partido de Vargas Lleras, anuncia que no votará la ley, por supuesto sesgo político en el recién creado Tribunal contra los mismos empresarios del corazón del Fiscal. Y, por si fuera poco, Jesús Santrich, vocero de la corriente más oscura de la Farc, se suma a la descalificación del Tribunal. Sesgo no habrá en un órgano cuyas decisiones se adoptan en colectivo, previa deliberación entre magistrados de todas las tendencias y sabedores de que el país entero ausculta, una a una, sus determinaciones.

Contraste agudo entre la violencia de estas reacciones y la sindéresis que respira la presidenta del Tribunal, su dominio de la materia y la fuerza de carácter que proyecta. Dijo ella: “hoy lo que concebí como un sueño es una realidad con la firma del Acuerdo de Paz; estoy preparada para asumir el deber ético de ayudar a su cumplimiento; y, en la JEP, para administrar justicia restaurativa que sirva a la reconciliación y alivie el dolor de las víctimas (…) El compromiso de esta jurisdicción es contribuir a la reconstrucción de un país que no soporta más guerra”.

Guerra sucia, despiadada, que cobró su mayoría de víctimas entre la población inerme. Conflagración de crueldades inenarrables que hunde raíces en la exclusión, en el despojo, en la impunidad, en el terror de nuestro diario vivir. En el entramado social y político que la produce y retroalimenta. Es hora de que todos los comprometidos en el desastre asuman su responsabilidad, Estado incluido. La reconciliación, insiste Linares, no puede fundarse en el ocultamiento y la negación.

Madruga nuestra derecha a sacudirse la hoja de parra que disimulaba sus vergüenzas. En su íntimo propósito de hacer trizas la paz, acomete de frente contra la espina dorsal del Acuerdo y su Tribunal de Paz. Se dará contra el pueblo que ha padecido la guerra. Y contra el reclamo universal por haber querido reabrir la puerta del horror.

 

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