Sonrisas. Abrazos. Brindis. Aire de calipso que embriagó también a un presidente gringo de garbo caribeño que –viraje notable- ofreció trato de amigos al resto del continente en la V Cumbre de las Américas. Aunque se conformó con la cláusula marchita de “lucha contra la pobreza” en la declaración final. El evento, convocado cuando hace estragos la peor crisis económica en 80 años, calló, sin embargo, sobre asunto esencial: la revisión del modelo que produjo la hecatombe. No apenas para capotear la mala hora, sino para encaminarse hacia economías redistributivas y corregir las asimetrías de la globalización.

El Consenso de Washington ha muerto. Pero no se sabe si Obama podrá enterrarlo del todo. Ha escrito él que no es tiempo de volver al viejo debate entre Estado dirigista que interviene la economía y capitalismo desenfrenado. Opta en su lugar por un pragmatismo que “promueva la prosperidad” para todos. ¿Acaso pensará que la prosperidad de los países pobres dependa de préstamos del revitalizado FMI para que tengamos con qué seguir comprándoles carros y computadores a los países ricos? ¿O de mantener famélicos a Estados que bien podrían  planificar su propio desarrollo industrial? ¿O de extender las admoniciones del G20 contra el proteccionismo de ocasión al proteccionismo estratégico de los países que se modernizan? ¿O más bien anima a Obama el recóndito aliento de un Roosevelt o de un Kennedy?

Reacción espontánea a la crisis, 17 de las 20 potencias del G20 adoptaron al punto medidas proteccionistas. Estados Unidos, la primera. De transitar todos por este camino, colapsaría el comercio mundial. Con mayor razón si a este proteccionismo se agrega el agrícola, consuetudinario, de Europa y Norteamérica, cuya finalidad es mantener la población del campo y garantizar la seguridad alimentaria con criterio de defensa nacional. Proteccionismo autárquico fue otro, que Rusia y Estados Unidos practicaron en su hora. Estos países-continente, de recursos y mercados inagotables, pudieron autoabastecerse sin recurrir a otros. Librecambio hacia adentro y proteccionismo frente a terceros, así blindaron ellos la construcción de su economía nacional.

Por su parte, la CEPAL formalizó el proteccionismo estratégico como divisa de industrialización en América Latina. Selectivo, limitado en el tiempo y negociando la inversión extranjera en función de planes y metas de desarrollo, fue instrumento del Sudeste Asiático y hoy lo practican la China y el Brasil.

En vísperas de la Cumbre, abogó Uribe por defender de la crisis a los pobres, y por crear empleo. Pero en Trinidad comprometió a Obama a reconsiderar el TLC. El tratado le concede a EE UU todas las ventajas y a Colombia se las hurta todas. Para nuestros productos industriales, los aranceles gringos  son ya pírricos o no los hay. Si no fuera por la competencia de la China, Colombia se movería a sus anchas en el mercado norteamericano. En cambio EE UU protege a muerte su agricultura y nos exige bajar los aranceles que protegen nuestra incipiente industria. Además, nos niega la cláusula de reserva para poner aranceles en caso de tragedia, crisis, fuerza mayor, o para defender los sectores estratégicos de nuestro plan de desarrollo… si lo hubiera.

¿Qué le hace pensar a Uribe que el TLC, refinado ejemplar del embudo neoliberal, pueda crear empleo? ¿Acaso el Consenso de Washington al que ha seguido con celo le permitió crear los 600 mil empleos que prometió para su primer mandato, y no salió con nada? Y a Obama, ¿le bastará el pragmatismo para conjurar la pobreza del continente?

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