Colisión de coaliciones

Graves definiciones enfrentan los partidos. Dos propuestas de coalición antagónicas ponen sobre el tapete, no tanto la polarización que ha llegado a su clímax, como el alcance ideológico de posturas que van desde el variado tinglado del reformismo hasta la caverna irredenta. Inesperada cosecha en partidos que agonizan por falta absoluta de ideas y de interlocución con un país en crisis. El Gobierno se propone reconstruir su coalición moderando el contenido de las reformas e instalar mesas técnicas de discusión con liberales, conservadores y seguidores de la U. Sabrá que con la mayoría alcanzada en las urnas no le basta para ejercer como gobierno de partido. Vargas Lleras, impetuosa figura de la ultraderecha, propone coalición de oposición con todas las colectividades del establecimiento contra el Gobierno que nos tocó en desgracia, según él, contra todo amago de renovación. Aspira a triunfar en los comicios de octubre combatiendo fórmulas de cambio que responden a los anhelos del electorado. Vea usted.

Pero hace sólo dos semanas escribió César Gaviria: “estamos preparados para concretar acuerdos y sentar bases para el diálogo en el que participen diversos sectores de la sociedad… para abordar los aspectos problemáticos de las reformas. Somos sus aliados, presidente, no un obstáculo”. Dilian Francisca Toro, presidenta de la U, declaró que estudiará la iniciativa; pero que se inclina por la independencia, por aprobar lo que sea necesario y negar lo que perjudique al ciudadano.

Mientras sostiene Vargas que su coalición evitaría una catástrofe, Carlos Enrique Cavelier, notable del empresariado que juega como otro actor definitorio en la crisis, postula lo contrario: si no conversamos y sacamos algo en común, ponemos la democracia en juego. Colombia necesita reformas, agrega, y volver a la industrialización. Enmienda él la desobligante página que MacMaster, jefe de la Andi, escribió contra el ministro Ocampo y su reforma tributaria, y que mereció la protesta de la exministra Cecilia López. Para ella, “este país tiene más chance con un gobierno de izquierda que con uno de derecha para empezar los cambios por los que hemos peleado toda la vida”.

En sustitución de cultivos, el Gobierno prepara titulación masiva de pequeños fundos de coca y alternativas de nuevos productos industrializados. Tras la hecatombe de la apertura económica que golpeó la industrialización lograda y sacrificó sectores enteros de la producción nacional, vuelve Petro sus pasos sobre el desarrollo que crea riqueza, empleo y bienestar. Para revertir el desastre que significa la caída en participación de la industria en el PIB del 25% en 1991 al 11.5% hoy. 

El nuevo paradigma sentó sus reales en una súbita apertura comercial,  desregulación de la economía y privatización de empresas y funciones del Estado. Corolario suyo fue la privatización de la seguridad social, (salud y pensiones) y el desmonte de las garantías laborales que la OIT consagra para el mundo. Al rescate del principio solidario, no mercantil de esos servicios se suma la búsqueda de un viraje en el modelo económico que adapte logros modernizantes del pasado a la dinámica de los tiempos. En eso andamos. Queriendo apenas nivelarnos con democracias de capitalismo social.

¿A qué tanta vocinglería, aun en boca del presidente que postula las reformas? Ojalá recupere Petro el tono de su invitación inaugural a construir con la oposición “una gran nación pacífica, moderna y democrática”. Ojalá los pinitos de aliento reformista que reverdecerían a los partidos tradicionales den la talla del cambio que el país espera. Aunque no suscribieran cada inciso, cada coma de las reformas, saldrían del pantano de la irrelevancia.

Coda. Reconforta el saber sanos y salvos a Sergio Jaramillo, Héctor Abad y Catalina Gómez tras el criminal ataque de Rusia a civiles inermes en Ucrania.

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Es hora de un nuevo pacto social

En estas elecciones resuena un movimiento de placas tectónicas en la política, un enfrentamiento de fuerzas contrarias que, siempre encubierto por la rivalidad entre los partidos tradicionales, cobra por vez primera vida propia como real opción de poder. Pese a las altisonancias de lado y lado en la campaña, el mentor del cambio no busca la revolución sino la reforma. Tan atornillados han quedado el capitalismo salvaje y sus favorecidos, que la más leve enmienda les resulta anatema. Escándalo. Amenaza demoníaca contra la democracia y la propiedad. Pero lo mismo agonizan los partidos del establecimiento que los de la izquierda ortodoxa. La nueva izquierda rompió con el comunismo y viró hacia la socialdemocracia; la paz con las Farc la liberó del dogma estalinista y podría ahora ocupar la silla de Bolívar. Gracias también a la solidez de las instituciones que a pesar de sus vacíos sustentan la democracia en este país, una involución al comunismo es sólo fantasía de propaganda que las élites más retardatarias menean, por ver de conservar sus privilegios.

No es homogénea la clase dirigente. Teme el gran empresariado al cambio de modelo económico que Petro traería, sí, pero sus posturas van de la coacción delictiva a la discusión democrática de una estrategia de desarrollo. Mientras un canallesco Sergio Araújo impone el voto a sus empleados so pena de cortarles el trabajo, Bruce MacMaster y María Claudia Lacouture –presidentes de Andi y de Aliadas– sorprenden al abrir diálogo con quien resulte electo presidente. El primero propone una estrategia de doble carril: superar la pobreza y robustecer al empresariado, mediante refocalización de los subsidios del Estado y una política integral de desarrollo industrial. Petro comparte esta perspectiva. Con matices. Sostiene que el modelo económico ha de afirmarse sobre la producción nacional en el agro y la manufactura y no en la explotación de hidrocarburos, que deberá declinar con el tiempo. Propende (con Carlos Lleras) a la sustitución de importaciones, mediante protección temporal de la producción propia. Reindustrializar, empezando por renegociar el TLC.

Es que este nsancha la desindustrialización del país, ahonda su déficit comercial y compromete su seguridad alimentaria. En 10 años del Tratado con Estados Unidos, nuestras exportaciones a ese país se redujeron a la mitad.  Sus inversiones aquí son en el sector energético, ni crean empleo ni arrojan beneficio financiero significativo. Por eso propone Petro renegociarlo: para relanzar la industrialización y el desarrollo agrícola, escoltados por una banca pública y de fomento en los sectores productivos de la economía, por una reforma tributaria progresiva y sin impuestos (o muy pocos) a las empresas. 

Recaba Lacouture en la necesidad de un propósito común de Gobierno y empresarios labrado en diálogo democrático entre las partes. Si se convidara también a los trabajadores, ¿no se configuraría el modelo de planificación concertada que en un tiempo se ensayó y que rigió en el Estado social de Europa y Norteamérica? Impacta la comparación de Marcela Meléndez, del PNUD, entre Colombia y Finlandia, países que 1975 ofrecían el mismo nivel de desarrollo. Hoy el hambre hermana a nuestro país con Haití, mientras el escandinavo presenta uno de los mayores PIB del mundo. “La gran diferencia, escribe, está en una élite que entendió el desarrollo y la igualdad como una ventaja para sí misma y que, en cambio (de proteger) espacios privados para su propio bienestar (impulsó) la construcción de un país igual para todos”. He aquí el principio socialdemócrata que inspira a Petro, pilar de un nuevo pacto social que arranque a Colombia del sufrimiento y la miseria. Construido en hermandad de compatriotas y sin la sangre que toda revolución acarrea.

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¿Viraje de la Andi?

Sorpresa: Bruce MacMaster, vocero de los industriales, amaga distancia frente a la pauta reaccionaria del modelo económico que Duque y su Consejo Gremial sostienen. Critica el “discurso ideológico mal fundamentado que condujo a la destrucción de la empresa nacional”, la doctrina de apertura comercial que engavetó las políticas de desarrollo industrial. ¡Anatema! Anatema también contra Gabriel Poveda Ramos, preclaro historiador de la industrialización en Colombia y defensor del desarrollo durante décadas, desde la planta de producción, desde el aula universitaria, desde la propia Andi. Denuncia Poveda “el puntillazo catastrófico de Gaviria que, por orden del Consenso de Washington, cayó sobre la industria colombiana en 1990” (aciicolombia.org, 2014): una danza macabra, dirá a la letra, de mentes enloquecidas llenas de odio por lo bien hecho durante muchos decenios con el trabajo nacional y sus ahorros.

Retomemos, glosándolo, brochazos de esta historia. Se remonta él a 1904, cuando Rafael Reyes –intervencionista, proteccionista, colombianista– lanza la industrialización. En 1920 Sao Paulo en Brasil, Monterrey en México y Medellín figuran como las ciudades industriales de América Latina. Su impulso mayor fue la virtual desaparición de importaciones durante la Primera Guerra: limpia quedó la arena para producir aquí lo que faltaba. Desde entonces y hasta 1950, se pasó de 40.000 a 150.000 obreros fabriles. A ello tributaron el crecimiento demográfico, la urbanización acelerada, la producción y exportación de café, la electrificación de las ciudades… ¡y la Segunda Guerra! Renació la urgencia de sustituir importaciones. Con grandes falencias (la dependencia tecnológica del extranjero y la timidez para saltar a la producción de maquinaria y equipo) siguió, no obstante, consolidándose la industria, hasta 1990.

Fecha aciaga que desencadenó el desastre. Se privatizaron las empresas y los bancos del Estado. Se desmantelaron las instituciones oficiales del desarrollo económico: ICA, IFI, Incora y la banca de fomento. Se arrasó súbitamente con los aranceles aduaneros. Y se convirtió a la salud en “un negocio crematístico de codicia, sin normas éticas”. Desde entonces, desaparecen fábricas sin cesar o se convierten en importadoras y distribuidoras de lo que producían antes. En 1991, el aporte de la industria al PIB era 24%; en 2014, 11%.

Clama Poveda por devolverle al Estado su función de promotor del desarrollo para crear empleo, transformar nuestros recursos agregándoles valor, elevar el nivel científico y tecnológico del país mediante un desarrollo industrial propio y democratizar la propiedad empresarial. Además, para fundar el ministerio de industria, con capacidad promotora y planificadora. Reconstruir el arancel, exigiendo al sector beneficiado producir mucho y bueno y crear empleo. Reindustrializar a tono con el siglo.

También MacMaster propone trazar una política de desarrollo industrial, con líneas de fomento y crédito para el sector; defender al país de prácticas comerciales desleales, y trazar una campaña envolvente de “compre colombiano”. De porfiar en ello, se sumaría la Andi al cambio que no da espera.

Desde flancos insospechados parece resurgir, pues, gracias al virus, la divisa de sustitución de importaciones. De un proteccionismo moderado, agreguemos, lejos del radical que a los países desarrollados les permitió industrializarse. Mas para Rudolf Hommes, gran animador del Consenso de Washington en Colombia, es éste “un camino equivocado (…) La economía que nos proponen ya sucedió, y no funcionó”. Funcionaba y le cortaron las alas. Se las cortó, diría Poveda, la presuntuosa clase dirigente que suspiraba con la danza de los aprendices de brujo que gobernaron irresponsablemente a Colombia.

 

 

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