por Cristina de la Torre | Abr 24, 2012 | Mujer, Régimen político, Abril 2012
Desdeña su papel de primera dama del departamento de Antioquia. Prefiere batirse en primera línea de fuego contra las fuerzas que arrastran a miles de mujeres hasta el límite de su resistencia física y emocional, con la licencia que da el creerlas seres inferiores. Fue primero su campaña en 2008 –de hondo impacto en Medellín y registro en el extranjero- para rescatar a las jóvenes de un ideal de belleza cadavérica que los medios y la industria de la moda venden como paradigma de éxito y felicidad, pero que conduce a la anorexia y, en veces, a la muerte. La médica-siquiatra Lucrecia Ramírez no baja la guardia contra “la censura, los prejuicios, los poderes” de un medio tan hostil a la mujer. De una sociedad que concilia sin dolor el boyante negocio de la moda con la estética del narcotráfico –versado en fabricar y comprar el fenotipo anglosajón-, con la presión social que homogeniza la belleza y con las crueldades de un conservadurismo irreductible. Gimnasios, academias de modelaje, colegios, cirujanos plásticos, medios de comunicación, publicistas, industrias de alimentos y cosmética, ligas deportivas, la familia. Todo se confabula para deificar el modelo inapelable “flaquita = bonita = feliz”. Y, si no muere en el intento, la adolescente de hoy depositará mañana su fe en el Revertrex de alguna Grisales, menjurje que “esquiva la vejez”, cuya “prueba científica soy yo” –dirá la diva.
Coordinadora del Grupo Académico de Salud de las Mujeres de la Universidad de Antioquia, Ramírez dirigió una investigación que hizo historia. Evaluó el valor social de la delgadez extrema de la mujer, y la actitud frente a la prevención de la anorexbulimia, epidemia que erigió a Colombia en campeona de esta enfermedad en el mundo. La indagación comprobó que dos tercios de las adolescentes escolarizadas de Medellín corrían riesgo de trastorno alimentario. Un estudio adelantado en colegios de Bogotá concluyó que 10% de las estudiantes de bachillerato pesan hasta diez kilos menos de lo normal. Sólo consumen agua.
Para el grupo de científicas, la anorexbulimia es problema sicosocial que pesa sobre nueve mujeres de cada diez enfermos. Deriva de la presión que la publicidad, la economía y la cultura ejercen sobre las mujeres, hasta convertir su cuerpo en mercancía. El patrón de belleza delgada altera la conducta alimentaria de la adolescente, que deja de comer para hallar en aquel su identidad femenina. Todo se teje con la cantinela incesante que reza: ser flaca es ser mejor; más bella, más exitosa, más digna de amor. El dogma se impone como valor universal, imperativo, y deviene necesidad vital de la adolescente que, temiendo ser excluida, cifra en él todas sus esperanzas de integración social y de amor.
El estudio de Ramírez y su equipo ofrece directrices para prevenir la anorexia y la bulimia. Sostiene que si se modera la presión social sobre la delgadez de las adolescentes, éstas aceptarán mejor sus cuerpos y se reducirán los trastornos alimentarios. Además, se abrirá paso un criterio democrático que acepte la diversidad –gorditas, flaquitas, rubias y morenas- y eduque en la equidad de sexos.
Producto de esta investigación fue una intensa campaña educativa que sacudió a Medellín. Y una red de prevención de la anorexbulimia enderezada a crear una contracorriente de opinión adversa a la tiranía de una estética inventada para servir al dinero, a costa de la salud y la vida de las mujeres. La enfermedad rompió los muros de consultorios y centros de salud mental, para convertirse en asunto de dominio público. Pero la batalla es larga y recia. Como duro es el mazo que se descarga sobre el género femenino en la católica y abnegada Medellín. Única ciudad que vio cerrar su Clínica de la Mujer, al vuelo de las sotanas y bajo el puño inquisitorial del Procurador Ordóñez.
por Cristina de la Torre | Abr 17, 2012 | Modelo Económico en Colombia, Abril 2012
Unas de cal y otras de arena. Tras cinco Cumbres anodinas, el presidente Santos sorprende al mundo al encarar la política antidrogas de Estados Unidos y su intransigencia frente a Cuba. Pero a la vez corteja al ultraconservador modelo neoliberal. Tenemos que ver –dijo- si lo que hacemos está bien o si hay alternativas más eficaces (que la guerra militar contra las drogas). Por otra parte, señaló que el embargo contra Cuba es “un anacronismo de la Guerra Fría”, y que otra cumbre de las Américas sin la isla será inaceptable. Anatema. Dos cargas de profundidad que contrastan con la predilección del Presidente por el modelo económico acunado en Washington en 1989, evidente en su empeño por asegurar allí mismo el despegue del TLC: un tratado de adhesión a la potencia del Norte que frustra nuestra industrialización y nos ancla en una economía primaria. Aquellas audacias contrastan también con su repulsa a la candidatura del colombiano José Antonio Ocampo a la presidencia del Banco Mundial. Hombre de sobradas credenciales, el caleño era candidato de los países emergentes denominados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y ofreció reorientar el organismo en perspectiva social y democrática: en contravía del paradigma que impuso la libertad incontrolada de mercados, desmontó la regulación de la economía y suprimió las funciones sociales del Estado. Fue el Banco Mundial su instrumento supremo. Lo son por contera los TLC bilaterales entre tiburón y sardina, en asimetría dramática que se publicita como negocio entre iguales. Santos malogró la aspiración que por vez primera en 40 años prometía un viraje sustancial en el altar del poder financiero mundial.
En medio del debate, el Ministro de Hacienda, Juan Carlos Echeverri, se haría eco de la religión aperturista en la Cumbre de Cartagena cuando previno contra “los proteccionismos que han anunciado grandes economías de la región”. Algún editorialista señalaría al “feo monstruo del proteccionismo”, que habría retornado elevando barreras en Brasil y Argentina. Felipe Calderón, Presidente de México, declararía que “el progreso sólo se logra con apertura y libertad económica”. Pero Dilma Rousseff, Primera Mandataria del Brasil, adjudicó los quebrantos que fueron de la economía latinoamericana a “la relación asimétrica entre Norte y Sur”.
Basaba Ocampo el desarrollo exitoso sobre el trípode mercado, Estado y sociedad: sin mercado, se cae en la ineficiencia; sin Estado, en la inestabilidad y la injusticia; sin los actores sociales, las políticas carecen de legitimidad. El desarrollo ha de entenderse como un proceso persistente de cambio estructural –escribió (El Tiempo, 4-7). Su fin es el bienestar humano, ampliar el alcance de la libertad. “Y eso sólo puede lograrse con sistemas universales de educación, salud y protección social”. Más allá del asistencialismo. Para lograrlo, hay que incorporar los objetivos sociales a la política económica, cuyo eje ha de ser la creación de empleos dignos e instituciones para el bienestar. Donde reina la pobreza no puede haber equidad ni inclusión. Clara divisa de cambio para una América Latina que, según la CEPAL, alberga 170 millones de pobres, 70 de los cuales son indigentes. Es, además, la zona más desigual del mundo.
Dijo Santos sentir vergüenza de vivir en un continente tan inequitativo. Pero no será con tratados como el suscrito por Colombia como puedan enmendarse la pobreza y la desigualdad. Ni con el desangelado mentiz a un compatriota que desafiaba precisamente las políticas del Banco Mundial responsables de tanta infamia como se ha cometido entre nosotros. Santos es hombre de paradojas: tan valiente para cuestionar la política antidrogas del imperio, tan manso para plegarse a su interés económico. Ángel y demonio.
por Cristina de la Torre | Abr 10, 2012 | Narcotráfico, Corrupción, Abril 2012
Setenta por ciento de personas encuestadas en Colombia y Estados Unidos no aprueba la guerra antinarcóticos, y el mismo porcentaje rechaza la legalización de la droga. Se reconoce, pues, el fracaso del prohibicionismo armado pero, a la vez, alarma la perspectiva de un mercado libre de drogas en los supermercados. Terceras opciones se abren paso y prometen ventilarse abiertamente, por vez primera en cuarenta años, en la Cumbre de las Américas este fin de semana en Cartagena. Cobra fuerza entre ellas la de marchitar la guerra militarizada y desarrollar en su lugar una guerra preventiva (densa en publicidad y educación). En proceso de reconversión de prioridades que desemboque en la despenalización del consumo, jamás se bajaría la guardia sinembargo contra las siniestras mafias de la droga. Se trataría de invertir las asignaciones de presupuesto: cuanto se le reste al gasto militar en esta guerra deberá sumársele al gasto en salud preventiva. Como ya se ha hecho en Holanda y Portugal, una despenalización responsable, controlada, regulada y evaluada periódicamente –la guerra por otros medios- sería letal para el narcotráfico. Y para vendedores de armas y banqueros que se han forrado con el producido multibillonario del narcotráfico. Se sabe, aunque no se divulga mucho, que grupos financieros, la banca internacional y los paraísos fiscales lavan ese dinero y lo reciclan en inversiones legales, casi siempre en bolsas de valores. Según la ONU y el FMI, el monto de la lavatija se acerca a 400 mil millones de dólares cada año. De no ser por la protección que estas cuevas de Ali Babá brindan a los grandes narcotraficantes, no disfrutarían ellos de las fortunas a sus anchas.
El negocio está en la guerra tal como se ha llevado. En lógica elemental de oferta y demanda, mientras más droga se decomise, mejores precios alcanza ésta en el mercado. Los distribuidores mayoristas lo saben: tasan sus inventarios de droga para regular el mercado y mantener precios elevados. A ello contribuye la persecución, que dispara la rentabilidad del negocio y, pese a sus sermones, no reduce el número de consumidores. En los últimos 31 años de guerra contra las drogas, el consumo se extendió de 44 países a 130. El problema no estriba apenas en el costo monumental de la represión armada, el grueso del cual recae sobre los países productores, sino en la corrupción y la violencia que el narcotráfico conlleva. Colombia sí que sabe de sus horrores. Lleva décadas llorando a sus muertos, los cuenta por decenas de miles, y tiene que habérselas ahora con mafias formidables que se enquistaron en todas las esferas del poder. Mientras tanto, sus gobiernos aceptaron –hasta hoy- que la nuestra era la misma guerra antinarcóticos y contra el terrorismo internacional que a los Estados Unidos se les antojó “de defensa nacional”. Como quien dice que, si abdicamos, se nos condena por cohonestar con el narcotráfico y con el terrorismo.
Nunca se ha ensayado una educación masiva e intensa de la demanda. Pero los resultados parciales son alentadores. Y otras experiencias lo ilustran. Según la Comisión Global sobre Políticas de Drogas, “la reducción espectacular del consumo de tabaco (…) demuestra que la prevención y la regulación son más eficientes que la prohibición para cambiar mentalidades y patrones de comportamiento”. Así lo entendió Estados Unidos tras la entrega del Informe Wittersham sobre prohibición del alcohol, cuando el gangsterismo y la corrupción de la policía hundieron en crisis a ese país. No es, pues, original la alternativa de marchitar la persecución policiva en favor de la prevención. Lo nuevo es el destape que se avecina en la Cumbre para proponer una guerra distinta de la que lleva 40 años favoreciendo a narcotraficantes y banqueros.
por Cristina de la Torre | Abr 3, 2012 | Izquierda, Personajes, Abril 2012
Incompetente. Improvisador. Necio. Contradictorio. Provocador de pánico económico. Izquierdista de dudoso color de piel y cuna sin pergaminos. Demonio empeñado en descalabrar la capital y destruir su joya, Transmilenio. Cantinflas. No ha faltado quien deslice solapadamente consejas de alcoba sobre este hombre que, “cosa rara, tiene tantos hijos”. Muestra al azar de la roña que señorones de postín arrojan a la cara de Gustavo Petro, alcalde elegido en franca lid. Ira santa de elites ofendidas por la mala pasada del destino que plantó en sus predios al intruso. No le perdonan el triunfo electoral y, habituadas al monopolio del poder, ven con horror en el futuro político de Petro una amenaza letal. Pero envilecen en el insulto el ejercicio legítimo de oposición. En la pretención de cobrarle lo ajeno. En sus silencios interesados.
No preguntan, verbigracia, por qué archivaron investigación de la Contraloría contra Enrique Peñalosa por omisión en la vigilancia de los contratos de Transmilenio que cambiaron las especificaciones técnicas de las losas, yerro que está en el origen mismo del desastre y, en inversión gratuita de responsabilidades, quieren endilgarle al nuevo burgomaestre. La Red de Veedurías Ciudadanas, cuyo estudio retoma Libardo Espitia (Razón Pública, 3-25), pone el dedo en la llaga. En 2003, a sólo tres años de inaugurado el Transmilenio, se abrieron las primeras grietas en las troncales. La sociedad Steer Davies & Gleave había optado a contrato con estudios que contemplaban relleno granular como material de nivelación en los carriles de los buses. Pero, ganada la licitación, se cambió este material por relleno fluido. A sabiendas, la resistencia se redujo a la mitad. Y la vida útil de las losas, calculada en 20 años, bajó en picada pues desde hace una década éstas muestran fauces cada vez más hondas. Además, como aquella Administración no le exigió al contratista el mantenimiento de las troncales, a marzo de 2011 el Distrito había tenido que invertir 57 mil millones en rehabilitación de losas; y deberá destinar 300 mil millones para reconstruir las 20 mil pendientes. La Contraloría abrió en 2004 procesos de responsabilidad fiscal por valor de 79 mil millones. Pero hoy duermen el sueño de los justos. ¿A son de qué?
No contentos con querer cobrarle a Petro lo que no debe, se han regodeado en la intemperancia verbal del Alcalde. Papaya caída del cielo para poder ocultar las razones verdaderas de su descontento: el Plan de Desarrollo del Distrito. Es que el nuevo modelo de ciudad busca reducir la segregación social, ordenar el desarrollo respetando el ambiente, ampliar la participación política de la ciudadanía. Ruptura no por modesta menos intolerable para una derecha que no se aviene con restablecer la preeminencia de lo público y combatir la corrupción, vale decir, con poner en riesgo sus negocios. Derecha complaciente con el entonces alcalde Moreno, hoy preso, porque gobernó con él y se lucró de la contratación dolosa que entonces imperó.
La sana crítica, siempre deseable, se ve aquí avasallada por el ataque soez a la persona. Por la arbitraria adjudicación de culpas ajenas. Como lo indicarían las omisiones (¿deliberadas?) de Peñalosa desde los orígenes mismos de Transmilenio, una de las causas gordas de la debacle en el transporte de Bogotá. Pero también Petro deberá sacrificar locuacidad en favor de la sindéresis: no dar pretextos de forma a una derecha que odia en él el proyecto de izquierda democrática. Y no confundir liberalidad política con venias a algún recóndito laureanismo del corazón. Reemplazar a Navarro Wolf con un vástago de aquella casa, como se especula, moderaría la vocinglería de la derecha. Pero enterraría la coherencia ideológica que su nuevo modelo de ciudad reclama