El obispo, el censor y el general

Aun en la traumática depuración de Colombia como Estado laico, escandaliza esta cruzada del jefe de la Policía, general Henry Sanabria, por convertir la institución de seguridad y defensa en congregación mariana. El alud de misas y rosarios y procesiones y conjuras al Maligno impuesto a 160.000 hombres, evoca la recurrente fusión de la espada, la cruz y el bozal que ha signado la historia de la nación. Revive figuras que, encarnación de las llamadas fuerzas vivas de la patria, conspiraron contra el divorcio de Iglesia y Estado y militaron en la causa de la guerra santa: el obispo, el censor, el general. Monseñor Builes disparó homilías que catapultaron la violencia contra el reformismo liberal y la modernidad. Alejandro Ordóñez despachó con la Biblia desde una procuraduría sembrada de crucifijos, para negar la paz hace seis años, de brazo con las jerarquías católica y evangélica. En este intercambio de roles, el prelado vistió la retórica del fusil, el jefe del ministerio público, la sotana, y el general cubrió su pistola al cinto con los tules de la Virgen María.

En tal usurpación del Estado liberal aletea el fundamentalismo ultramontano de un monseñor Builes, convertido en poder político labrado en la violencia. La guerra contra el Estado “impío y ateo” que su aliado Laureano convocara se resolvió 75 años después en estocada contra la paz. La ofensa al sufrimiento de los colombianos pronto despertó el antídoto avasallado en la Iglesia: hoy respira en ella el compromiso de un monseñor Jaramillo con la reconciliación en Buenaventura y 38 obispos recibieron piadosos esta semana la palabra del Papa: ser pastores para su pueblo y no prelados para el poder. ¿Son suficientes síntomas de cambio?

Tras la ofensiva de Ordóñez medraba el partido político Voto Católico, reducto que abomina la “ideología de género” y el “laicismo militante”, y justifica la resistencia armada contra gobiernos “perversos” porque prescinden de Dios, contra la superstición diabólica de la democracia liberal. Invoca la Inquisición y el fascismo de Primo de Rivera, savia de la alianza conservadora-clerical que consagró la patria de Cristo-Rey elevada a poder del Estado. Y alimentó también a la secta lefebvrista del procurador.

Trocada aquella divisa en gesta moralizante desde la religión, el general Sanabria reconviene todos los días al cuerpo de Policía contra el divorcio y el adulterio que allí campean, no sin denigrar también de la mujer. Como si el divorcio no fuera legal o si el adulterio fuera delito en Colombia, apunta la investigadora Olga Lucía González. El problema, agrega, es que Sanabria es el jefe de un cuerpo civil encargado de proteger los derechos y libertades públicas. Ha suplantado la acción anticorrupción en la Policía por cacería de policías homosexuales, ateos, impíos u organizados en unión libre para forzarlos a casarse.

Por tres caminos porfía la avanzada hacia el Estado clerical en Colombia,  puesta la mira en una teocracia (¿sangrienta?) Como la de Calvino en Ginebra, que despuntó con muerte en la hoguera para el librepensador Miguel Servet, culpable de negar, entre otros, el dogma de la Trinidad Inmóvil. Ya se recordaba en este espacio que el ginebrino escribió la primera guía teológica y política de la doctrina evangélica, pareja inspiración de la Inquisición católica: toda crítica a su creador será por fuerza ofensa al poder político que lo representa. Como la libertad de conciencia es doctrina del demonio, quien la ejerza debe morir. Este catecismo es a la vez pauta de fe y ley orgánica de Estado.

Va para nuestra trinidad de obispo, censor y general esta glosa de Stephan Zweig: cuando un credo se toma el poder del Estado, pone en marcha la máquina del terror; a quien cuestione su omnipotencia le corta la palabra y, casi siempre, la garganta.

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Ofensiva desde la oscuridad

Se diría que no les basta con el segregacionista proyecto de ley que crea un ministerio para la familia patriarcal. A esta iniciativa del senador por el Centro Democrático Juan Carlos Wills se suma ahora la de suscribir en el Plan de Desarrollo un pacto en defensa de la familia tradicional. A instancias del senador John Milton Rodríguez del partido cristiano Colombia Justa-libres, la propuesta apunta a tomarse medio Estado vía Centros de Atención Familiar integrados por sicólogos, sexólogos y miembros de comunidades religiosas, y un aparato paralelo de puntos móviles de “orientación” y propaganda por medios masivos de comunicación. Con loables propósitos que quedarían sin embargo avasallados por éste de salvar la familia bíblica (papá-mamá-hijitos). Que tras bastidores asoma las orejas el eje Uribe-Ordóñez-Viviane lo sugieren rasgos del diagnóstico que Rodríguez aproxima en apoyo de su idea: crimen le parecerían a él, sin distingos, el feminicidio, la infidelidad conyugal, la violencia intrafamiliar y el modelo de familia en unión libre. Le alarma que en 2016 no se registraran matrimonios en Puerto Carreño. Le alarma el aumento de divorcios.

Pero no lo inquieta la afinidad de su propuesta con el ministerio de Familia que Bolsonaro creó a la medida de su titular, una pastora evangélica rescatada del rancio oscurantismo que cogobierna con un violento en el Brasil. Mucho pesó en su designación una vivencia mística que la llenó de luz: dijo ella haber visto la figura de Dios en un guayabo… (en un palo de guayaba). Acaso le ordenara el Señor promover la ley que eleva penas contra la mujer que aborta y premia con subsidios a la embarazada por violación si no lo hace. En homilía incendiaria llamó esta Damares Alves, desde el púlpito, a ejercer el poder todo; nos llegó la hora de copar la nación, exclamó entre vítores de su feligresía.

Acaso nuestros uribistas y evangélicos no alberguen tan descomunal  ambición. Pero los proyectos de Wills y Rodríguez sí apuntan a copar grande porción del poder público en Colombia. Quieren encaramarse sobre el Instituto de Bienestar Familiar, el Departamento de Prosperidad Social, los ministerios del Interior y de Cultura, las comisarías de familia, la Policía Nacional, la Fiscalía, las alcaldías y gobernaciones para integrarlos con “el sector religioso”: con un partido cristiano que querrá subordinarlos a su fe y a su interés electoral. El propósito es atacar con expediente bíblico la crisis de la familia tradicional, con olvido de todos los demás modelos de familia, que son la mayoría en Colombia: la familia extensa, la monoparental, la compuesta, la homoparental son el 70%. Las familias en cabeza de mujer representan hoy el 40%, mientras aumentan las de matrimonio igualitario y unión libre. La familia nuclear apenas alcanza el 29%.

Pero el conservadurismo nada contra la corriente. Es lo suyo. Cuando la sociedad busca libertad y mejores aires, aquel le atraviesa cadáveres ataviados de fina seda y rodeados de flores. Una escena grotesca me aguijonea la memoria. No hace mucho, ante una pareja de jóvenes que contraía matrimonio por el rito cristiano recitó el pastor a grandes voces pasajes que dijo extraer de la Biblia: instó al hombre a asumir con energía la autoridad que Dios le daba al varón; y a ella, a honrar postrada al que la salvaba del fango putrefacto que desde el origen de los tiempos había signado su condición de mujer. Los hijos que vinieren habrían de seguir la ruta de sus padres. ¿Habrá todavía quien crea que en estos oscuros meandros podrá cultivarse una salida a la crisis de la familia tradicional? ¿No estaría el remedio más bien en humanizarla? ¿A qué la toma de medio poder público para perpetuarla, en ofensiva de ejército de ocupación?

 

 

 

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Familia: el modelo Ordóñez-Uribe-Viviane

Tras el sello de conservadurismo y arbitrariedad que va apareciendo conforme toma Duque las riendas del Gobierno, se agazapa la propuesta de crear un ministerio que proteja la “moral” de la familia, su “armonía” y “funcionalidad”. Consiste el diseño burocrático en integrar programas y recursos en torno a un súper ente de política social, cuya validez podrá discutirse. Pero da pánico el puerto ideológico a donde quieren llevarlo. El tal ministerio podrá convertirse en edén de la familia nuclear (padre-madre-hijos) que el fundamentalismo religioso glorifica; pero también en látigo de todos los demás modelos de familia que hay en Colombia. El 70% de nuestros hogares sería estigmatizado por la alianza lefebvrista-católica-evangélica, hoy de vuelta en el poder.

En el proyecto del senador conservador Juan Carlos Wills, reconocido opositor al matrimonio igualitario, la nueva cartera podrá presentar programas de formación ética y moral, crear centros de rehabilitación espiritual, Informar y formar en “valores universales, principios éticos y morales”. Formulará denuncias penales en defensa de la familia, los niños y los jóvenes. ¿Profilaxis de santa inquisición?

Tras derrotar un acuerdo de paz agitando el artificio de la ideología de género, en Dios unida, la liga Ordóñez-Uribe-Viviane no desdeñará este bocatto di cardinale. Querrá imponer a golpes de biblia, como opción única posible, el sagrario de la familia patriarcal. Con su sistema de poder inapelable y su crueldad. Toda otra modalidad de familia (la extensa, la compuesta, la monoparental, la homoparental), fruto de la historia y de la diversidad cultural, será maldecida del Señor por mano inmaculada de un líder subjudice, de un procurador suspendido por corrupto, de una creyente que imita la marcha rutilante de la jerarquía católica hacia el Estado confesional: para convertir el Estado laico en instrumento inquisitorial de algún dogma. Todo, con la venia del Primer Mandatario y la bendición de su presidente eterno, en virtud de acuerdo programático suscrito con Justa Libres para ganar la elección.

Diverso y cambiante es el universo de la familia en Colombia. Cuadro heterogéneo, complejo, como complejas son las circunstancias que rodean la formación de cada tipo de familia y sus funciones. Revela la Encuesta Nacional de Demografía y Salud 2015 que a partir de los años 60 se dispara el número de parejas sin hijos y el de los hogares sin núcleo conyugal; las familias en cabeza de mujer alcanzan en zonas urbanas el 39,6%. También aumentan los acuerdos de convivencia que no incluyen parentesco y las familias homoparentales. Menos de la tercera parte de las familias colombianas son hoy de tipo nuclear. Y las formadas por parejas sin hijos son el 9,8%. La familia extensa representa el 22,6%.

Ya el Consejo de Estado honraba esta realidad. En fallo de julio 2013 decía: “La familia podrá estar constituida por un padre y una hija, o por una madre soltera con su primogénito, o por la tradicional decisión libre y voluntaria entre un hombre y una mujer de hacer vida conyugal, o por la (misma) entre dos personas del mismo sexo que se profesan amor…”. A leguas de la realidad tangible, se corona Uribe campeón de la familia tradicional. Si de adopción se trata, Viviane Morales sólo le reconoce “idoneidad social, moral y física” a la familia formada por papá, mamá e hijos. Y Torquemada Ordóñez porfiará en su sino de “restaurar el país en perspectiva de valores y familia”.

Va una fantasía: ¿Y si a Duque se le ocurriera enterrar tal adefesio de ministerio y creara en su lugar el ministerio de la Mujer? Haría justicia con mares de víctimas de discriminación y violencia en el país campeón del feminicidio en América. Y daría un paso de gigante hacia el cambio social que Colombia anhela.

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¿Superioridad moral?

Conforme se entra en campaña electoral, se va desnudando esta sociedad de sectas, donde el poder se instaura a látigo y desde una supuesta superioridad moral de los elegidos de Dios que blanden credos de fuego contra todo el que se salte el redil. En lucha sin tregua contra la modernidad que separó el poder terrenal del divino, a cada paso se pone aquí la religión al servicio de la política y a ésta se le convierte en trinchera de una fe. De cualquier fe, mientras ella invite a prevalecer sobre el rebaño. Por persuasión o por la fuerza.

Para no ir lejos, recuérdese el poder sin atenuantes que la jerarquía católica –firme aliada de la corriente ultramontana del Partido Conservador– ha ejercido sobre las almas y sobre la sociedad toda; desde el púlpito, desde la escuela, desde el palacio arzobispal y el palacio presidencial. O el ministerio público que el entonces procurador Ordóñez transformó en bastión de una secta oscura, tenebrosa, para disputarse ahora la Presidencia vistiendo la azufrada sotana de Savonarola. O la aventura sin fin de Uribe Vélez quien, a caballo entre el padre Marianito, la pastora María Luisa Piraquive y una plétora de alfiles del Centro Democrático con prontuario, lidera una propuesta de conservadurismo atrabiliario, que amenaza la paz todos los días.

Hace dos meses, con ocasión del referendo que promovía contra la adopción de niños por solteros y parejas homosexuales, canceló toda ambivalencia la senadora Viviane Morales. Ahora denunciaba la ideología de género, ficción inventada por Uribe y Ordóñez para movilizar a miles de incautos contra el logro extraordinario de un acuerdo de paz. Y reclamaba legitimidad exclusiva para la familia patriarcal, que representa apenas la tercera parte de los hogares en Colombia. Todo lo demás debía despreciarse, pues no calificaba en sus parámetros de moral. Y bien, hoy se lanza ella a la Presidencia invocando a “las inmensas mayorías creyentes… al cristianismo todo, a católicos y evangélicos (para) salvar a Colombia”. En el fondo de su discurso yace el ideal de elevar su fe religiosa al mando del Estado. De un Estado que subordine a la ley civil y que invada las alcobas de creyentes y no creyentes para bendecir o maldecir, con dedo inquisitorial, la moral privada. En Ello la acompañan Uribe, Ordóñez, las iglesias evangélicas y el episcopado católico casi en pleno.

Mas la superioridad moral de raíz religiosa que estas fuerzas se autoadjudican para ocultar pecadillos e ignominias en su marcha hacia el poder parecería extenderse a otras, insospechadas. Acaso al ELN. Esa guerrilla presentó el asesinato de Monseñor Jesús Emilio Jaramillo en 1989 como “ajusticiamiento por delitos contra la revolución, (por rabiar) contra la organización…” Pero estas no son acciones de enemigo, son pecados de hereje, de traidor. Castigo para aquel de quien se esperaba lealtad al legado de los curas Camilo Torres y Pérez que militaron en esa guerrilla. Le preguntaron a uno de los verdugos del obispo si creía en Dios. –Dios es mi fusil, replicó. Criminal autocomplacencia de quien podrá sentirse emisario de la justicia divina, que así se resuelve en violencia.

Cuando se cree tener la verdad revelada entre el bolsillo o en la canana, el desenlace inevitable será la eliminación del disidente. Pero esta semana se dieron la mano los peores enemigos, jefes paramilitares y jefes de las Farc, y prometieron dar un paso de gigante hacia la reconciliación y la paz: revelar toda la verdad humana de esta guerra atroz. Gesto de grandeza que reduce a humo la palabrería de tanto profeta con pies de barro; de tanto impostor que manipula el sentimiento de Dios para medrar en la política reducida a fango.

 

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Colombia: el sistema político de la corrupción

El clientelismo, savia del poder en Colombia, cede su espacio a la corrupción. Mutación extraordinaria del sistema político, cuyo mecanismo desentraña Juan Fernando Londoño. No ya como incidente fortuito sino como eje del modelo. En el naufragio de los partidos, se desplaza el mando desde la dinámica menuda de favores y contraprestaciones hacia un torrente de candidatos financiados por criminales o por contratistas que terminan apoderándose de los recursos públicos. Es éste el mango del abanico que se abre en astas de millonarios evasores, chupasangres de la salud y un enjambre de contratistas que hacen su agosto. Casi todos ellos esconden lo malhabido en paraísos fiscales. Revela la Sociedad Colombiana de Economistas que en las dos últimas décadas ha perdido el Estado $189 billones a manos de corruptos. Fernando Carrillo, que es en su pundonor antípoda del destituido Ordóñez, advierte: la corrupción hace más daño que la guerra; ¡tiemblen los corruptos! Dura cuesta habrá de remontar.

Para Londoño, como resultara insuficiente la financiación oficial de los partidos, los más avezados de la clase política buscaron en el crimen otra fuente de recursos: en el narcotráfico, en el paramilitarismo. Acudieron al mercado de empresas o de individuos interesados en contratos del Estado. Suministran los contratistas avances a los políticos para sus campañas y éstos les retornan con contratos la inversión. Y participan de las ganancias. Podrán evocarse como emblema de tales mañas los 61 parapolíticos que por asociarse con delincuentes pagan cárcel; miembros que fueron de la bancada uribista en tiempos de la Seguridad Democrática.

Colombia es lunar del continente. Prolifera aquí la parentela que releva al politicastro subjúdice, en curul del parlamento, en alcaldía o gobernación. O el familiar que hereda al funcionario enriquecido en la administración pública. Ni soñar con juicios por corrupción a tres expresidentes, como los que se siguen en El Salvador. Menos aún conque ponga su mano la justicia sobre ningún contratista. Nuestras eminencias del poder parecen inmunes a la acción de la justicia. Ahí está Alejandro Ordóñez, flamante cabeza del Ministerio Público destituido por abusar del cargo en provecho propio, libre y espetando frases lapidarias, como de ultratumba, contra la paz que el país anhela. Un sinvergüenza.

Privilegiadas de la contratación pública son las muy lucrativas entidades sin  ánimo de lucro. Pululan entre ellas iglesias evangélicas que extorsionan a sus fieles y hasta lavan activos del narcotráfico. Pagan las entidades sin ánimo de lucro impuestos irrisorios, o ninguno; y se brincan los controles de la ley 80 de contratación pública. En los últimos 4 años, departamentos y municipios cerraron contratos con ellas por $14.5 billones; 85% de ellos en forma directa, a dedo, sin licitación pública.

La corrupción es de doble vía: del funcionario y del empresario privado. Como en otros países, deberá la autoridad electoral contar con instrumentos de vigilancia y sanción. Abordar el financiamiento privado de las campañas. Publicarlo. Y marginar de la contratación al aportante cuando su favorecido corone en el poder.

Consuela comprobar que nada nos llega demasiado tarde. Si, mal que bien,  se allanaron las Farc a los cambios que los del No pedían; si con ello podrá terminar la guerra, el relevo en la Procuraduría pone punto final a 8 años de desafueros en el órgano de control. Carrillo ofrece todas las credenciales para invitar a “superar la bancarrota ética» que agobia a Colombia. Para combatir sin miramientos este nuestro sistema político de la corrupción. Y no para tornar al clientelismo, sino para construir un país en paz y democracia.

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