NARCOTRÁFICO
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TEMAS / Columnas sobre NARCOTRÁFICO

PAZ O MOTOSIERRA: ¿LA ENCRUCIJADA DE URIBE?

Ya se habrán dado por notificados: la pesada de los ganaderos, latifundistas de todo pedigrí, parte sustantiva del poder local, narcotraficantes y bacrim andarán apuntalando sus ejércitos antirrestitución de tierras. En la exaltada campaña por perpetuar una guerra que sólo premia a esos señores, el uribismo les espolea la beligerancia allí donde más duele. Dizque descubre en los acuerdos de La Habana un atentado contra la inmaculada propiedad privada en el campo, habida tan a menudo a bala. Sabe, cómo no, que desde hace 80 años la ley permite extinción de dominio sobre tierras inexplotadas; y, desde hace 20, su expropiación por razón de interés social o utilidad pública. Pero tergiversa. Apuesta a dinamitar la paz con el fantasma confiscatorio del comunismo. Más aún, cuando se indigna porque lo convenido “pone en riesgo la democracia” y excusa a las Farc por sus vínculos con el narcotráfico.

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COCA Y REVOLUCIÓN

Ni abnegada redentora del pueblo, como se presentan las Farc en sociedad; ni cartel puro de narcotraficantes, como tantos lo quisieran. Menos romántica que pragmática, esta guerrilla aunó por décadas la idea de revolución al negocio de la droga, su fuente de financiación. Los cultivadores de coca fueron a la vez base social y retaguardia militar proveedora de combatientes de las Farc. Pero la ofensiva de las Fuerzas Militares en esta década rompió el laso entre comandantes guerrilleros y raspachines, para lanzar a más de un jefe de frente al negocio del narcotráfico. Acaso, enriquecidos, prefieran éstos marginarse de un acuerdo de paz que les desfonde el tonel de oro y cocaína donde se sientan hoy. Tome nota a tiempo la Mesa de La Habana. Aunque anden las Farc tan metidas en el negocio maldito como metidos andan los banqueros en el lavado de sus activos, paz no habrá si la negociación deja aquellos cabos sueltos.

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OBAMA, DROGAS Y PAZ EN COLOMBIA

Sorpresa. Cuando la mesa de La Habana se aboca, sigilosa, a discutir la inmersión de las Farc en el narcotráfico, provoca Obama un timonazo en política antidrogas capaz de definir la suerte de la paz en Colombia. Pero si también nuestro país lo da. Ni legalización súbita ni represión a ultranza, aquel mandatario inaugura un estadio de transición: cuanto se vaya mordiendo al presupuesto militar contra las drogas se traslada a educación, prevención y tratamiento de adictos. Que no es idea en el aire sino política en ejecución lo prueba un primer incremento de 16% en presupuesto para la nueva opción. Es paso inicial en el desmonte paulatino del fracasado prohibicionismo, la mira puesta en la despenalización regulada del consumo. Salud pública y seguridad ciudadana que “todos los países deben considerar” es la divisa. Si el mundo la acoge y reconoce su buen éxito allí donde ya la aplican, será la agonía del negocio.

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SI URIBE QUISIERA…

Si, como se ha sabido, el problema agrario preside la agenda de paz, la devolución de tierras malhabidas cobra protagonismo inusitado. Soñemos. Nadie como Álvaro Uribe podría ablandar a los enemigos de la restitución y de la paz, por el respeto y el fervor que entre ellos suscita el expresidente. Si él lo quisiera. Presunción explicable a la luz de revelaciones que develan el empeño del entonces presidente en dialogar con las guerrillas: seis intentos con las Farc y búsqueda de contacto con el ELN a lo largo de todo su gobierno. En el entendido de que el despojo de fincas catapultaba el conflicto hasta el delirio, ¿esperaba Uribe poner el dedo en esa llaga? O bien, ¿compartía después la advertencia-amenaza de Fernando Londoño de que la Ley de Víctimas desencadenaría una guerra civil?

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LA PAZ: ¿DEBER O VERGÜENZA?

Nunca una cortina de humo tan grosera y desproporcionada. En lugar de explicarse por el escándalo del general Santoyo (hoy confeso aliado de la mafia mientras oficiaba como jefe de seguridad del primer mandatario), llegó Uribe al extremo de señalar al presidente Santos como cómplice de las Farc y lo sindicó de adelantar diálogos de paz: “una bofetada a la democracia”, dijo, “una vergüenza”. Acusación que enfrenta el deber supremo de la paz con el recurso a la guerra contra la subversión que a Uribe le había dado fama y poder. Piadosa presentación de la guerra justa que ignoraba, no obstante, la de fondo, aquella de intereses menos nobles enderezada a hacerse, motosierra en mano, con el poder del Estado. Fueron las Farc el enemigo de Uribe y derrotarlas parecía justificarlo todo.

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INDIOS, DROGA Y PAZ

No es utopía. Ni es rumor. En primicia de El Espectador (7-29), Maria del Rosario Arrázola revela pasos que el Gobierno da en silencio para aproximar la paz con las guerrillas. No hay agenda todavía, dice, pero sí avances concretos y una perspectiva definida para conversar, negociar y buscar salidas políticas al conflicto. A la liberación de sus últimos militares plagiados y la promesa de las Farc de cesar el secuestro político le siguió el Marco Legal para la Paz, que introduciría normas de justicia transicional en un eventual proceso de paz. Ahora se habría iniciado otra fase en cabeza de Sergio Jaramillo, alto consejero del Gobierno, y el ministro de Ambiente, Frank Pearl. Apuntan ellos a la reconciliación.

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SANTOS POLIFACÉTICO

Tras bambalinas, sin ruido, va levantando Santos el andamiaje jurídico, institucional y político de la obra que lo consagraría en la historia: la paz. Contra viento y marea, ha dicho. Pero a cualquier precio. Se propone ganarle adeptos y neutralizarle enemigos, acá y allá, alternando sin escrúpulos políticas de todos los colores. Así, se la juega en el marco para la paz –redención de guerrilleros y militares que delinquieron en la guerra, y despedida al militarismo de la seguridad democrática. Desafía a la mano negra con una Ley de Víctimas que reconoce el conflicto armado, repara a los ofendidos y, en elocuente remembranza de la bandera agraria de las Farc, restituye tierras. Sin embargo, orquesta una reforma a la justicia que es sórdida componenda de poderes para comprar la benevolencia de magistrados y parlamentarios en vista de un eventual proceso de paz. En este gobierno o en el siguiente, que lo será de Santos también.

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DROGA: LA GUERRA POR OTROS MEDIOS

Setenta por ciento de personas encuestadas en Colombia y Estados Unidos no aprueba la guerra antinarcóticos, y el mismo porcentaje rechaza la legalización de la droga. Se reconoce, pues, el fracaso del prohibicionismo armado pero, a la vez, alarma la perspectiva de un mercado libre de drogas en los supermercados. Terceras opciones se abren paso y prometen ventilarse abiertamente, por vez primera en cuarenta años, en la Cumbre de las Américas este fin de semana en Cartagena. Cobra fuerza entre ellas la de marchitar la guerra militarizada y desarrollar en su lugar una guerra preventiva (densa en publicidad y educación). En proceso de reconversión de prioridades que desemboque en la despenalización del consumo, jamás se bajaría la guardia sinembargo contra las siniestras mafias de la droga. Se trataría de invertir las asignaciones de presupuesto: cuanto se le reste al gasto militar en esta guerra deberá sumársele al gasto en salud preventiva.

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LA TERCERA GUERRA DE LAS FARC

Mientras no cese la batalla mundial contra las drogas, epílogo de la Guerra Fría; y mientras no renuncien las Farc al narcotráfico, esta guerrilla podría seguir viva indefinidamente. Como ejército o como eclosión de bandas criminales. Que la restitución de tierras abriría senderos de paz porque apunta al corazón del conflicto, no se discute. Pero quedaría suelta la otra rueda de nuestra perdición: el narcotráfico. Negocio que absorbió a las Farc y las trocó de rebeldes con causa en organización plagada de malhechores. Por contera, la perversidad incalificable del secuestro. En las tres fases bélicas que marcan la historia de esta guerrilla (la violencia liberal-conservadora, la guerra contrainsurgente y la del narcotráfico) esta última trastorna su natural político. Y deposita en la contraparte el desafío de conjurarla apostando a la despenalización de la droga.

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«Para exigir de viva voz justicia contra la minoría de malhechores que paraliza a Colombia en el atraso y quiere proyectar sobre todos los demás el estigma del ladrón.»
Cristina de la Torre
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