Habrá que reconocerlo: la nuestra, es la historia de la guerra. Medusa contrahecha que en medio siglo ha cobrado 220 mil vidas, la cifra podría representar apenas un tercio del holocausto. Brutalidad contra civiles indefensos que muta con el tiempo, diversifica a sus asesinos y renueva la sevicia, pero conserva intacta la doble fuente que la potencia hasta el delirio. Primero, la concentración de la propiedad en el campo se ensaña en el campesino y lo convierte en mendigo errante sin esperanza. Segundo, la costumbre inveterada de callar al contradictor a rugidos o a bala. Como en estadios primitivos de la sociedad, el fanatismo liquida a garrote al “otro”, a quien ose discrepar del pensamiento consagrado por los poderes consagrados. “El sectarismo de la política extendido a las armas y el de las armas proyectado a la política”. Así reza el informe del Centro de Memoria Histórica titulado “Basta ya”. Obra cumbre, imprescindible, sobre nuestro acontecer en medio siglo, su vigor testimonial y analítico desnuda la tragedia que lo signó.

 Tras tanto machete y metra y fusil y motosierra, andan sus responsables sueltos. Sueltos desde la guerra del partido católico contra el laicismo, a la que se llamó Violencia liberal-conservadora. Pasando por la no menos sagrada contienda de la Guerra Fría que en Colombia enfrentó a las guerrillas comunistas contra el capitalismo. Para culminar en la república del narcotráfico, despiadada reelaboración de ferocidades anteriores.

 Fueron primero los Laureanos, adalides de la intransigencia político-religiosa que llevó a feliz término la estrategia de su líder –filofascista confeso- de “hacer invivible la república” que apuntaba a la modernidad. Hubo 300 mil muertos y ningún promotor condenado por la degollina. Antes bien, siguen sus discípulos mandando, cargados de dagas y rosarios, como el procurador Ordóñez. Le siguió la dictablanda del Frente Nacional, la espada siempre enhiesta contra toda voz disonante en aquel concierto de élites habituadas al perrero. En la otra orilla, guerrillas gestadas en la rigidez del sistema; aunque también sembradas por las mecas del socialismo internacional _Rusia, China, Cuba- para librar en patio ajeno y sotto voce su guerra contra el titán del Norte. Para Farc, Eln y Epl la guerra fue religión, y sus organizaciones, iglesias. Abundaron en su seno purgas y ejecuciones contra aquellos que discutían “la línea correcta”. Al disidente Ricardo Lara no le perdonaron la vida. Y se autoproclamaron opción única de cambio. La izquierda legal quedó triturada entre dos bandos que pujaban por suprimir a bala las ideas del contrario. El narcotráfico reconcentró la tenencia de la tierra y, a título de anticomunismo, se lió en guerra con las Farc. Mediaba el negocio de la droga. Como se trataba de controlar el territorio y la población,  a esta última se la tuvo por prolongación del enemigo. Miles y miles de asesinados por las partes,  y cinco millones de desplazados. No tuvo límites la guerra. Se reprodujeron las atrocidades de la vieja Violencia, ahora bajo el trepidar de la motosierra. En la arista ideológica de la confrontación, Memoria Histórica documenta por ejemplo tantas víctimas de la UP como liberales, conservadores y comunistas.

 Paramilitares, guerrilleros, agentes del Estado y parapolíticos tendrán que responder por las infamias de esta guerra atroz. La obra de Gonzalo Sánchez, Álvaro Camacho, Martha Bello, Maria Victoria Uribe, Maria Emma Wills, entre otros valientes investigadores, hará historia. Si (como señala Sánchez) contribuye a liquidar la pretensión totalitaria de exterminar al adversario, ayudará a conjurar el horror, a despejar el camino de la paz.

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