MUJER
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TEMAS / Columnas sobre MUJER

Lobo feroz rosadito

Podrá María del Rosario Guerra barnizar de rosadito el rugiente fundamentalismo de la que este diario llama cumbre mundial del oscurantismo; pero lo dicho, dicho está. Y no es precisamente la defensa de los valores (¿cuáles?), de la familia (¿cuál?), de la vida (¿de quién?), de la libertad de conciencia y de culto, como lo proclama en carta a El Espectador la senadora por el Centro Democrático. Todo lo contrario. Se abundó en pleno Capitolio, con rabia, contra la llamada ideología de género (ficción cultivada en los surcos más oscuros de la caverna para desconceptuar la paz). Para convertir en política de Estado el principio religioso que denuesta el aborto, la familia homoparental, la eutanasia. Para volver al Estado confesional. En suma, para resolver la crisis de la civilización occidental destruyendo sus conquistas: la libertad, el pluralismo, los derechos ciudadanos. Peligrosa involución a un pasado de opresión y guerras de religión que las revoluciones liberales rebasaron hace siglos. Que no son la panacea, pero sí un paso de gigante hacia la convivencia cimentada en la ley civil. En la separación de religión y política, disuelta aquí por la estrategia de “un fiel un voto”.

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Acoso sexual

Colombia, país campeón en feminicidio, registra tres casos de abuso sexual por hora, y 97 por ciento de impunidad en los denunciados. Pandemia desbocada, no perdona clase social, edad ni estatus de poder. De idéntica calaña, lo mismo abusa y viola el habitante de calle que el encumbrado hombre público ―hasta la cima del Estado― doblemente expuesto al escrutinio de la sociedad sobre su vida privada por encarnar la dignidad del liderazgo que se le confía. El concejal y aspirante a Alcalde de Bogotá Hollman Morris carga con demanda penal de su esposa, Patricia Casas, por delitos de violencia intrafamiliar que al parecer ofenden el más primario sentido de decencia. A su querella se suman ahora denuncias de tres víctimas de acoso sexual.

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¿Volverá la horrible noche?

He aquí los hilos de la constituyente uribista que Duque lanzaría, no tanto por blandura como por convicción. Chavismo puro y duro. Como lo prueban sus debates de ocho años en el Congreso. Ni Duque es “el James de la política” –despropósito de su jefe de campaña–, ni es Uribe el Cid Campeador de todos los colombianos en todos los tiempos. Media Colombia acaba de apartarse en las urnas de quien encarna, más bien, al procaz perdonavidas, seductor de  reprimidos por las hipocresías eclesiales: las religiosas y las políticas. Se ha rebelado ya contra la horrible noche que se le ofrece.

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Una señora rectora

Cero afectación, cero humos, sabedora de que la excelencia es hija del esfuerzo sostenido venciendo obstáculos, no necesita Dolly Montoya el espectáculo de la vanidad. No la nombraron a ella rectora por ser mujer. La escogieron por su elevada formación académica; por sus ejecutorias; por porfiar en ampliarle al país horizontes de desarrollo, mediante aplicación de la biotecnología a la industria, en un país cuya biodiversidad el mundo envidia. Es magíster en ciencias biomédicas en la UNAM de México, y doctora en ciencias naturales con mención magna cum laude de la universidad de Múnich. Fundó el Instituto de Biotecnología que la universidad presenta complacida, y una maestría interdisciplinaria para alimentarlo. Pero sus méritos son también –dice ella– mérito de los hombres y mujeres con quienes ha formado siempre equipo.

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Rompiendo el cerco del abuso sexual

En Colombia es más arriesgado denunciar a un abusador que abusar de una mujer, apunta García, pues el abuso sexual se alimenta del miedo de sus víctimas. Miedo padece Claudia Morales, pero denuncia. Lo siente Ana Milena Cruz, pero denuncia. Lo saben las estudiantes de la UPB, y protestan.  Mientras se decide la Justicia a proteger a la víctima que  pronuncie el nombre de su violador, asestan aquellas mujeres un golpe certero contra el cerco del abuso sexual. Porque enfrentan poderes inmarcesibles que lo afianzan y abrigan: la política, la milicia, la religión.

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De arte, batracios y políticos

A Débora Arango la persiguieron, la ocultaron por humanizar a la mujer en sus desnudos; por demoler la estética del eterno femenino, tan conveniente a la supremacía del varón. Por pintar las fealdades de un país que navegaba en sangre y miseria hacia la esquiva modernidad. Por destapar en sus lienzos  el grotesco que reverberaba en el oscurantismo, en la hipocresía y el poder intimidatorio de las fuerzas más retrógradas. Hoy convergen éstas de nuevo para disputarse el poder en 2018 y reavivar el espíritu fascista que acosó a la pintora; retroceso que iniciaba ya el gobierno de Seguridad Democrática.

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Feminicida, desde la cuna

Parece complacerse nuestra cultura en la violencia que hiere todos los días a las mujeres y los niños. En un país que ha “domesticado” su población más indefensa a fuete y a puñal, la mayoría ni se entera de que éste compite por la corona mundial en feminicidio, y las cifras le resbalan: los cinco últimos años registran 345 asesinatos de mujeres por su condición sexual; sólo en los tres primeros meses de 2017 fueron asesinadas 104 mujeres, según Medicina Legal. La estadística de maltrato infantil y violencia doméstica da escalofríos, mientras el matoneo y la represión en la escuela se atemperan con pereza.

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FEMINISTAS INADVERTIDOS

Todos lo vimos en pantalla: el senador Roberto Gerlein, tenido por príncipe de las tinieblas machistas, se allanaba dulcemente a que la actriz Alejandra Borrero le pintara los labios de carmín, en pleno Capitolio Nacional. Rasgo de pundonor siempre ausente en sus diatribas de patriarca extemporáneo cuando de moral sexual se trata, el Mayor de la tribu parlamentaria se prestaba sin embargo al juego de símbolos que se proponía para expresar solidaridad con la Mujer y “el lado femenino del varón”. Como anticipación a esta sofisticada performance en país perdido en el trópico, otra actriz sorprendía desde Europa con su versión transgresora de feminismo.

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“LA GABA”, ANÓNIMA

No goza la mujer en la vida de García Márquez del protagonismo que el escritor les concede a sus Úrsulas y Pilarterneras en Cien Años de Soledad. Bastión de potencia moral en Macondo, aquí desciende ella a partícula invisibilizada, silenciada, anónima del género que desfallece bajo el poder del varón. O naufraga -¿será el caso?- bajo el torbellino de la gloria ajena, en la pasiva complacencia del amante y, acaso, en la de su compañera también. Uno y otra parecen allanarse a los designios de “la naturaleza” que a él lo exalta y a ella la desdibuja casi hasta desaparecer. Señora “doña Gaba” o “La Gabita”/ ¿quién eres tú?/ –indaga la socióloga Nora Segura- ¿tienes acaso un nombre?/ no adivino cómo puedo llamarte/ sin la sombra/ del árbol que te oculta/… sombra muda de aquel hombre… Artistas y legos a una, así responde nuestro país al dictado de una cultura entroncada en la Biblia que maldijo a la mujer –perdición de la humanidad- y la redujo a adminículo de Adán.

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«¡Tremenda fuerza moral la de nuestras mujeres! Si bien paramilitares, guerrilleros y hombres de la Fuerza Pública convirtieron sus cuerpos en territorio de guerra, se dieron ellas a reconstruir la vida en comunidad, con el horror planeando todavía sobre sus cabezas.»
Cristina de la Torre
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