Las chuzadas son lo menos. Emulando prácticas de la GESTAPO, el DAS ha ejecutado un plan criminal envolvente contra la Corte Suprema y contra la oposición. Conspiración de Estado lo llamó Jaime Arrubla, Presidente de la Corte, no bien la Fiscalía reveló pruebas –no ya indicios- de un complot activado al parecer con beneplácito de la Casa de Nariño. La celada comprende infiltración en el máximo tribunal de justicia, espionaje, amenazas y chantajes, campañas de descrédito, guerra jurídica, auscultación de patrimonios privados, sabotaje, terrorismo (con explosivos o incendio)… y asesinatos.

Lo que ayer era sospecha hoy es evidencia. Las declaraciones de la cúpula del DAS ante la Fiscalía desnudan el complot de cuerpo entero y comprometen por vez primera a funcionarios del alto Gobierno. Su ex directora confesó que el organismo desarrollaba esas tareas “por requerimiento de la Casa de Nariño”. El ex director de Inteligencia reconoció que dos veces se reunieron sus hombres con otros tantos de Palacio, entre ellos, César Mauricio Velásquez y Bernardo Moreno, quienes alistan maletas para ocupar las embajadas de Italia y España. Fernando Ovalle, entonces directivo del DAS, había declarado que tal información se acopiaba “para asesorar al alto Gobierno”. Otra reunión entre cúpulas hubo con Job, emisario de don Berna en Palacio, para complotar contra la Corte. A ella concurrió Martha Leal, segunda de la Directora del DAS. Según Semana, la detective Nancy Romero confesó que a ella se le había ordenado transcribir un CD con conversaciones privadas entre magistrados, cuyo destino final era el Presidente. Y en el episodio del paramilitar Tasmania, montado para desprestigiar al magistrado Iván Velásquez, estrella del proceso contra la parapolítica, se vieron involucrados el secretario de Presidencia, el hermano y el primo del Primer Mandatario. De donde la Fiscalía concluye que el DAS no actuaba solo: el fiscal delegado ante la Corte expresó que el alto Gobierno recibía esos informes y, además, los “direccionaba”. Ya no es dable, pues, ocultar a los promotores o encubridores de la conspiración, sus responsables políticos.

En epílogo melancólico de su gobierno, el Presidente defiende atropelladamente a sus hombres: pongo las manos en el fuego por ellos, dijo. También las puso larga, apasionadamente, por su primer director del DAS, Jorge Noguera, un “buen muchacho” que resultó sin embargo implicado en tres asesinatos –el del profesor Correa D·Andreis entre ellos-  y acusado de  poner la entidad al servicio del paramilitarismo.

El DAS se convirtió en policía política contra la masonería y el comunismo, como reza el catecismo Astete, y trabajó de la mano con los paras. Se politizó el órgano encargado de la seguridad del Estado y devino en antro del crimen, donde detectives y mafiosos conviven ante la mirada impávida del Gobierno que lo preside. Para muestra un botón del tamaño de una catedral: informa El Espectador (18-4-10) que Rodrigo García, hermano del paramilitar Doble Cero, declaró haber visto a José Miguel Narváez, ex subdirector del DAS, de visita en la finca de Carlos Castaño dos días después del asesinato de Jaime Garzón.

Imposible seguir reduciendo esta cruzada siniestra a “choque de trenes” entre jueces y Gobierno, a riña de niños responsables por igual de sus intemperancias. Vana pretensión que hoy naufraga en una ola de hartazgo con este régimen de corrupción, demagogia, crimen, arbitrariedad y abuso de poder. El destape anuncia un terremoto: aunque Petro o Mockus no alcanzaran la Presidencia, ya media Colombia se muestra dispuesta a cambiar el rumbo. A conquistar lo que en cualquier democracia es pan del diario vivir, no un lujo: erradicar la corrupción y el crimen. Y juzgar a sus responsables.

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